Por suerte, terminó
´Cuidado con las juntas, hijito…´, solía decirme mi mamá. Es más, me lo sigue diciendo. Y tal vez tenga razón. A veces tengo la certeza de que la cercanía con mi amigo el Gordo me lleva por mal camino. Por suerte no son cosas que pasen al plano concreto, sino que se mantienen en esferas del pensamiento. Una “manera el Gordo” de ver la vida. Crítica, podría decirse. Renegada, más bien.
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Acaba de terminar el Mundial y no sé si es por la desazón de que Argentina se volvió temprano o porque el horizonte de Qatar todavía es muy lejano. Pero por estas horas tengo unos pensamientos que parecen pergeñados en un día de resaca del Gordo.
Y no deportivamente hablando. Porque, en definitiva, me da más o menos lo mismo que haya salido campeón Francia, Croacia, Bélgica o Inglatera.
Lo que me satura, lo que realmente me pudre, son los comentarios en torno al Mundial. Sobre todo, aquellos que provienen de iluminados que siempre ven más allá de lo que cualquier mortal puede ver. El que llega a conclusiones sociológicas, políticas, culturales, religiosas, económicas a partir de uno o dos partidos de fútbol. De jugar a la pelota, en definitiva.
Pensamientos del estilo “cómo nos va a ir bien en el Mundial si somos un desastre como país”, “el problema está en la dirigencia…”, “nos merecemos el equipo que tenemos”, etc.
A ver, que me expliquen bien, pero muy bien explicado, qué tiene que ver la presencia del Chiqui Tapia en la presidencia de la AFA con que Di María (o Pavón o Banega) no hayan podido meter un córner (¡un córner!) a una altura aconsejable dentro del área grande. Qué culpa tiene el argentino promedio (“somos un pueblo exitista, no soportamos perder, castigamos a nuestros ídolos…”), con que Messi haya desaparecido una vez más cuando las papas quemaban. Nada. No tiene nada que ver. O como le escuché decir a un extécnico del seleccionado: “Los jugadores, por más que no vivan en el país, saben la crisis que estamos atravesando y no se pueden aislar…”. ¡Lo dijo en serio! Tipos que viven en una burbuja dentro de un country de ciudades europeas, apartados de todo, se sienten influenciados por el deterioro de las calles de tierra de Villa Pineral. ¿Me joden? La última vez que vieron un pobre fue por NatGeo, mientras hacían zapping.
Jugaron mal. Chau.
¿O acaso cuando salimos campeones en el ´86 el país tenía lo estándares de vida de Suecia? No. Jugaron bien. Y estaba Maradona.
También vi por ahí que en medio de los festejos en París, la Torre Eiffel lució los colores de la bandera de Croacia. “¡Qué lindo que aquí también se pudiera vivir el fútbol de esa manera!”. Mentira. Se trata simplemente del fugaz y pseudo altruismo que otorga la victoria. Si hubieran perdido la final con Croacia, a la Torre Eiffel la habrían dejado oxidada como está. O quizás, la habrían adornado con los colores franceses, como para levantar el ánimo.
Otro más: “El pueblo francés se volcó a las calles a festejar. Acá hubieran roto todo en cercanías del Obelisco”. Efectivamente, allá rompieron todo. O no todo, pero prendieron fuego algunos coches, saquearon negocios, se molieron a palos entre patotas y policías y hasta hubo uno o dos muertos. Termínenla con eso de los festejos civilizados del primer mundo.
También están los que intentan ver el lado migratorio del asunto, apuntando a que la mayoría de los jugadores franceses son africanos. No: son franceses. Que sean descendientes de africanos -o nacionalizados-, es como si dijeran que Argentina del 86 fue un combinado de europeos, básicamente italianos y españoles. Las reivindicaciones antixenófobas pasan por otro lado.
Lo mismo con la triste historia del croata Modric. Los ejemplos de superación de ese tipo me resultan empalagosos.
Y basta, basta por favor, con la presidenta de Croacia. Que se pagó los pasajes y las entradas con plata de su bolsillo, que se descontó los días de sueldo mientras estuvo en Rusia, que felicitó a Macrón cuando terminó el partido.
Ya está, muchachos. Es fútbol. Tuviste una buena tarde -o un par de buenas tardes- y llegaste a la final. Tenés cuatro o cinco jugadores medianamente inspirados: saliste campeón. Tan simple como eso. Porque el técnico croata agarró la selección un día antes de ir al Mundial y al francés no lo quería nadie. Así nomás.
El que intente parangonar el fútbol -o peor aún, un resultado- con la política, la sociedad o las grandezas y miserias humanas, que se tome el laburo de pegarse una vueltita por las categorías del ascenso en el ancho y generoso territorio nacional. Y que mire, sobre todo que mire y que sienta lo que pasa al otro lado de la línea de cal.
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