Queremos tanto a Bioy
Aclaración primera y seguramente innecesaria: no pretendo defender a Miguel Ángel Lunghi. Él no lo necesita -al menos no de mí- y yo no sabría cómo hacerlo.
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Me provoca cierto fastidio político que se lo critique por “viejo”. No sé cuál es su edad; solo bastaría entrar a Wikipedia para confirmarlo. Pero no lo voy a hacer. Prefiero verlo y, desde allí, saberlo que es un hombre con una edad en la que todavía tiene mucho para dar (como si alguna edad no cumpliera con esa premisa), al menos para el rol que quiere desempeñar. O seguir desempeñando.
Me siento tentado de escribir sobre el regreso de Perón. Un Perón grande, viejo, el del 72, que hizo lo que hizo -lo bueno y lo malo- no por vicisitudes etáreas sino por otras cuestiones.
Tentado, pero me voy a resistir. Porque si no, caería en esa cosa poco feliz de las comparaciones. En las que ha caído el propio Lunghi, al nombrar al Pepe Mujica, a Mandela, a Trump como congéneres que ostentan u ostentaron poder. También podrían darse ejemplos en contrario, es decir puntualizar tipos jóvenes que se han mandado flores de macanas.
Y centraríamos la campaña en la vejez. O en la edad. De seguir con esta tendencia, como una metáfora de “Diario de la guerra del cerdo” de Bioy Casares, algún día las listas de candidatos estarían rebosantes de juventud, de rostros tersos, de bellezas veinteañeras e ímpetus de lozanía. Y en una vuelta de rosca marketinera, saldría un espacio a diferenciarse porque entre sus filas lleva a un hombre o una mujer de 60 años, bajo el eslogan “la experiencia que nos hace falta”.
Pero lo que hace falta, si es que algo nos hace falta, es otra cosa.
Entiendo que en campaña vale todo. Lo acepto así. No me gusta, pero lo acepto. Porque si comenzáramos a establecer límites y prohibiciones, no terminaríamos nunca de ponernos de acuerdo. Y sería infructuoso, porque igual se haría campaña con lo prohibido, pero “por abajo”. Tal candidato tendría vedado decir que a su contrincante le gusta el vino más que el dulce de leche, pero lo harían sus militantes, con panfletos y pintadas del estilo ´no caigamos en la trampa de la última curda´. Entonces, que valga todo.
Pero de allí a centrar el asunto en la edad, me parece mínimamente superficial.
Y ahora debería poner ´habiendo tantas cosas para criticarle a Lunghi´.
¿Hay cosas para criticarle a Lunghi? Sí. ¿Hay tantas cosas para criticarle a Lunghi? Entiendo que también. Pero si el objetivo de esta columna no es defenderlo, tampoco pretende atacarlo.
En todo caso, y este es un buen momento para hacerlo, vale la pena que analistas, sociólogos, politólogos y voluntarios nos dedicásemos a pensar por qué esta ciudad tiende a votar hombres mayores. Como padres que se resisten al retiro. E hijos -y nietos- les dan el gusto. En constante devenir de la perpetuación, si se me permite el oxímoron.
Me resisto a un debate proselitista con frases de Osho, Bucay, Rolón, Claudio María Domínguez. Pasacalles con leyendas del tipo ´la edad se lleva en el espíritu…´; spots con remates del estilo ´viejos son los trapos´; jingles con melodía de Ricky Maravilla: ´qué tendrá ese viejito….´.
No subestimen al electorado. Y si acaso hay algún sector que se engancha con esas cosas, sáquenlo de ahí. Porque madurar políticamente es tarea de todos, pero hay quienes tienen mayores responsabilidades. Por caso, la clase política, sus asesores, equipos, consultores, etcétera y trabajadores de medios.
“Para empezar, no me considero viejo. Y después no me asustan. ¿Cómo me va a asustar la muchachada del barrio, unos pobres infelices que estoy cansado de ver desde que tengo uso de razón? Esa muchachada también me conoce y sabe perfectamente que no soy un viejo”, la cita es de Isidoro Vidal, personaje de la novela de Bioy Casares y bien la podría tomar Lunghi para esta campaña.
O, en un improbable juego de espejos, Bioy podría poner en boca de Vidal alguna frase del pediatra que trabaja de intendente: “No tengo setenta y pico de años. Tengo como mil. La edad de todos ustedes…”.
Pero, claro, sería otra novela.