El sometimiento sexual como una constante contra una mujer que ahora espera Justicia
Pasó la primera jornada de debate estipulada en el TOC 1, donde se juzga la responsabilidad penal de un hombre denunciado por abusar sexualmente de quien era su vecina. La víctima debió ser traída por la fuerza pública a declarar y finalmente se animó a reproducir los hechos sufridos por el acusado como otras tantas vejaciones cuando era chica. Mañana continúa el juicio.
No fue una causa sencilla y el juicio así lo expondría. Ninguna pesquisa por un abuso lo es, pero en este caso los protagonistas despiertan desconfianza, dudas, en los que deben representarlos legalmente en un debate con final incierto, dependiendo de la sincera convicción de un juez, porque si de un jurado popular fuese, ahí el resultado parecería cantado. No es fácil creerle a una mujer que en su primera impresión se presenta hostil y hasta reticente (de hecho la fueron a buscar por la fuerza pública porque no tenía intenciones de prestar declaración) y una vez que se conoce su pasado genera más interrogantes aún, con aquellos años de prostitución y su letargo a la hora de denunciar lo que dijo que le hicieron. Abusaron de ella, una y otra vez. Pero ofreció casi nula resistencia a esos ultrajes y los sucesos los expuso ante la justicia meses después.
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Sin embargo, al escuchar con especial atención su acotado pero triste relato se puede entender ese ser desangelado. Es que esa historia –su historia- habla de abusos desde chica y de una indiferente respuesta institucional a la hora de ayudarla y contenerla. Escuchar lo que nunca nadie escuchó tal vez invite a especular con que el veredicto sea otro y ese hombre al que señaló como su abusador, ahora sentado en el banquillo de los acusados corra otra suerte, una condena penal que lo saque de la comodidad con la que arribó al debate, en libertad.
Si bien falta escuchar aún más testimonios mañana y, fundamentalmente, la de los especialistas (léase peritos psicólogos que oportunamente la entrevistaron y le dieron credibilidad a aquel relato de esa mujer desamparada), resta conocer cuál será los argumentos de la hipótesis acusatoria como defensista, en este caso en las figuras del fiscal Luis Piotti y el defensor Diego Araujo. Para luego aguardar por el veredicto del juez Gustavo Agustín Echeverría.
La semana pasada inició el debate en el TOC 1, donde se juzga la responsabilidad penal de Raúl Alberto Alvarez, acusado por una mujer que lo denunció por abuso sexual a lo largo de varios meses, cuando eran vecinos en un complejo habitacional.
Al decir de la denuncia, que la mujer finalmente ratificaría en la audiencia no sin antes tener que ser traída por la fuerza de seguridad, en el 2015 fue sometida sexualmente por el acusado cuando vivía en el departamento contiguo. Oportunidad que ella regresaba a su casa y Alvarez la tomó del brazo y cuchillo en mano la llevó a su departamento, donde abusó de ella sin que esta ofreciera mayor resistencia más que la de expresarle su negativa.
¿Por qué no se resistió físicamente? Fue la consulta recurrente de fiscal como defensor para intentar explicar su pasivo comportamiento, y la mujer finalmente aceptaría que no se había tratado de un hecho aislado. Que no había sido la primera vez y que, de alguna manera, a su entender y poder de decisión, ya no tenía demasiadas fuerzas para impedir el ultraje hasta que dijo basta y lo denunció. Con ello, logró zafar del abusador hasta la fecha. Para ella no es poco, más bien lo que necesitaba, nada más y nada menos que alejarse de ese tormento que lo vino siguiendo por años, con otras manos, pero abusivas al fin.
Su resignación también encontraba otras razones. Un par de años atrás, en lo que resultó el primer acto sexual forzado con el señalado, ella también lo denunció pero la causa se archivó, por razones que la razón no concibe entender o, tal vez, porque la instrucción judicial de aquel entonces se topó con las mismas dudas que hoy: la credibilidad de esa mujer de cinco hijos y llena de sometimientos desde su niñez.
En su limitado pero desgarrador relato, la mujer soltaría otra historia sórdida que tal vez ayudó a los presentes a comprender un poco más su reticente postura. Cuando niña, fue abusada por su propio padre y al advertirse del aberrante suceso intervino la justicia, quien dispuso que ella fuera ubicada en un hogar de contención bajo un régimen institucionalizado. “Me violó mi papá y la que terminé encerrada fui yo”, soltó una cruda síntesis cual moraleja de aquella historia, su historia de menor.
Luego, su pareja y padre de un par de sus hijos, la sometería a la prostitución, “oficio” que ejercería más luego, cuando se separó y debió valerse por sus propios medios para sobrevivir ella como sus críos.
Más luego vendría su nueva pareja, un hombre con el que tuvo otra de sus hijas y quien al prestar declaración ahora frente al juez reconocería que cuando regresaba a la casa escuchó gritos de su mujer y al instante, al husmear por la ventana del baño vio al vecino (Alvarez) con los pantalones bajos, limpiándose sus partes íntimas.
El hombre, ahora testigo, aquella noche no ingresó a la casa. Supuso una infidelidad y se volvió sobre sus pasos sin más. Con el devenir de los días, y sin mediar muchas palabras le recriminaría a ella su estado de depresión y autista indiferencia. Allí ella le confesaría sobre la violación, pero él prefirió no oír o más bien mostrar cierta ajenidad. Seguía herido en su orgullo por el silencio de quien había elegido como su mujer y seguramente aquel prejuicio de la vieja “profesión” de copera y prostituta le alcanzaron para no querer comprender. Ayer las instituciones, ahora él tampoco le creyó. Por qué entonces reaccionar ante lo que parecía inevitable, el abuso del vecino que también se creyó de aquella fama de trabajadora sexual y que con eso alcanzaba para someterla a diestra y siniestra.
La postura del acusado
La postura del acusado también despierta interrogantes a propios y extraños. Tal vez el hombre de trabajos rurales y modales rudimentales nunca comprendió que no era no. Y que como la resistencia ya prácticamente no era física si no apenas algún gesto de fastidio y rechazo verbal, prefirió saciar su sed sexual que la de respetar a esa mujer perturbada por una historia cargada de angustias y un presente demoledor.
Al decir del expediente (se aguarda por la posibilidad de su testimonio en la propia audiencia), cuando fue interrogado por la fiscalía, frente a la acusación el hombre negó haber mantenido relaciones sexuales con la vecina denunciante. Negación que claramente le juega en contra a la hora de trazar una defensa. Se especula que si hubiera aceptado dicha relación clandestina y aludiera a lo que a su entender eran actos consentidos, su suerte procesal pudiera ser seguramente otra.
Tras escuchar los testigos citados para la ocasión, el juez Echeverría dio por finalizada la primera audiencia, otorgando un cuarto intermedio para mañana, cuando se retome el comparendo de más personas para el rito judicial. Ya desfilaron aquellos allegados y familiares al acusado que hablan del buen concepto del hombre y pretendieron poner en crisis la credibilidad como intencionalidad de la mujer. En este caso, como en la mayoría de las denuncias de abusos subyace la recurrente pregunta: ¿Qué interés tendría la víctima para denunciar si no hay detrás enemistad manifiesta ni reproche personal o monetario en juego? ¿Qué ganaría con desnudarse ante otros extraños y volver a ser sometida por la mirada intrusa? Hasta aquí nada alcanza para responder esas preguntas y de allí la fortaleza de su testimonio. Tal vez su única y verdadera intención a estas alturas es que la dejen en paz, con el trabajo “normal” que ahora tiene y con el que sobrevive más allá de su pasado.
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