Lentamente, Tandil fue acatando el aislamiento obligatorio y algunas zonas quedaron desiertas
La ciudad mostró dos caras antagónicas en la primera jornada de cuarentena masiva. Por la mañana, hubo más personas en las calles. Por la tarde, la mayoría permaneció en sus casas. En los barrios, las plazas estaban vacías y los vecinos se resguardaban para colaborar con la mitigación de la pandemia.
Recién por la tarde, los tandilenses comprendieron el mensaje. En un viernes atípico para la ciudad, en la primera jornada de aislamiento social obligatorio, la mayoría permaneció a resguardo, entre sus paredes, en casa, como piden enfáticamente las autoridades, los comunicadores y muchas personas a través de las redes sociales.
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La consigna también prendió en los barrios más humildes de la ciudad, donde todo es más difícil y tiene más impacto. Allí, muchas veces, estar en el hogar puede transformarse en una suerte de castigo, por la crudeza de las carencias, el hacinamiento y la angustia de la escasez.
En las primeras horas de la mañana, con la noticia del confinamiento obligatorio aún fresca, hubo más movimiento en las calles, sobre todo en el centro y en las arterias más comerciales. Allí, el trabajo de la policía fue intenso para dar respuesta ante las denuncias telefónicas e interceptar a las personas que caminaban por las calles. En principio, la tarea fue concientizar e informar, ya que muchos argumentaban no estar al tanto de la orden del presidente Alberto Fernández. Otros tantos iban a comprar víveres o a sus puestos de empleo en rubros de excepción.
La tarde, cálida y agradable, trajo su contraste. La ciudad se mostró prácticamente vacía, con locales cerrados y pocas personas en los supermercados, despensas, fruterías, kioscos y algún otro rubro, como casas de limpieza y ferreterías. Incluso, muchos comercios habilitados para abrir bajaron las cortinas ante el rumor de una disposición falsa sobre la obligación de cerrar todo a las 17.
Villa Italia, detenida
En una recorrida por distintos barrios de la ciudad, por la tarde se observó un alto acatamiento a la cuarentena obligatoria. En las calles principales de Villa Italia se vislumbraba cierto movimiento, sobre todo de autos y motos. Sin embargo, sobraban los dedos de una mano para contar a los transeúntes y la soledad de algunos tramos se volvía intimidatoria.
Salvo Quintana, que lucía su actividad comercial diezmada por la situación del coronavirus, Villa Italia estaba vacía. La plaza ubicada sobre Pujol añoraba la ausencia de los niños que la disfrutan a la salida de la escuela. A lo lejos, dos mujeres, ataviadas con conjuntos deportivos, daban el mal ejemplo –para este caso- con una caminata por la senda aeróbica.
En la urbanización del Procrear, todo era serenidad. Ningún vecino se asomaba, siquiera a las ventanas. Sin tránsito, los espacios verdes escondidos en el corazón de la barriada estaban despoblados. No se escuchaba bullicio de reuniones ni música, sólo el ruido de una máquina para cortar el pasto.
La Movediza, tierra de motos
Al tomar por Lunghi, algo cambió. Con el verde del semáforo de Pujol, varios vehículos avanzaron hacia la Ruta 30, mientras que algunas motos salían de La Movediza por Azucena. Cerca de las 18, la arteria troncal de acceso al barrio mostraba algo de tránsito, mientras un puñado de vecinos caminaba de regreso al hogar, con las bolsas de las compras.
En las calles internas, casi nadie. En una cuadra, un joven lavaba su auto, y en la siguiente, un trabajador que llevaba en andas su motoguadaña, esa herramienta que ayuda al sustento diario de su familia.
El párrafo más negativo lo escribieron algunos jóvenes con sus ruidosas motos. De repente, se juntaban varios en una esquina y comenzaban a picar, hasta que arribaba la policía y se desconcentraban. Según vecinos, la escena se repitió varias veces, hasta caer la noche.
De todos modos, los inadaptados de siempre no le quitaron mérito a la actitud general de La Movediza, un barrio de grandes contrastes, tanto económicos como sociales, donde no todos tienen las mismas oportunidades.
Por lo demás, la plaza de Paseo de los Niños lucía desierta y una sola familia, con un perro, pasaba un rato en el playón deportivo lindero al jardín maternal Cai Matter.
En las calles internas de la urbanización del Plan Federal no andaba un alma. Dos o tres almacenes abiertos y alguna vecina sentada en el escalón del pórtico, vigilando que nadie se atreva a transgredir la medida de urgencia.
Las Tunitas, puertas adentro
Por Villa Laza el movimiento se reducía a la mínima expresión. Algún vecino en la puerta, con el cigarrillo encendido y la mirada perdida. Muy pocos vehículos circulaban por Juan B. Justo.
De repente, en la ciudad silenciosa, un patrullero con la balizas y en marcha rápida quebró la calma impuesta por la maldita amenaza del virus. Se detuvo en un choque ocurrido en la esquina de Brandsen y Necochea. La sirena hizo que un par de vecinos se asomara para ver qué había ocurrido. Sin embargo, la presencia policial los desalentó a acercarse a la escena.
El camino hacia Villa del Parque y Las Tunitas, por avenida Rivadavia, fue acompañado por algunos automovilistas que aceleraban más de la cuenta. En las veredas, algunas colas de pocas personas en almacenes y fruterías. Dos policías parados sobre la acera y no mucho más.
Al ingresar por Estrada, el movimiento disminuyó. Ya sobre las calles de tierra, con pendientes pronunciadas, en el corazón de Villa del Parque, toda acción transcurría puertas adentro. Un hombre, en soledad, aprovechaba los últimos minutos de luz para trabajar en la construcción de una vivienda. Una mujer mateaba mientras sus pequeños hijos disfrutaban del minúsculo jardín delantero de la humilde vivienda.
Un móvil de la Policía Local, a ritmo lento, patrullaba las calles de tierra, imposibles de pozos, cortadas y piedras. Tampoco había chicos en la plaza cercana a la Escuela Primaria 10, ni jóvenes reunidos en las esquinas, ni grupos de motoqueros.
En busca de un poco de espacio y de aire puro, se observaba a algunas madres con sus niños. Todos detrás de las rejas, con los juguetes desplegados sobre el pasto. Cerca de las 19, en Las Tunitas, hasta las mascotas parecían haber captado la importancia del confinamiento.
La zona del Parque y la Plaza de las Banderas estaba cubierta. La torre de vigilancia dispuesta por la policía hasta Semana Santa funcionaba como un efectivo disuasivo.
Sobre Avellaneda, despejada y con escaso tránsito, dos colectivos de la línea roja avanzaban con pocos metros de distancia entre sí, en señal de que se acercaba la hora del regreso a casa para esos trabajadores que tienen la obligación –algunos también el deber que les impone la profesión- de cumplir con sus funciones en plena situación de crisis.
De menor a mayor, o más tarde que temprano, Tandil se fue adaptando a esta novedosa realidad del aislamiento social obligatorio. El coronavirus interpela a cambiar los hábitos para cuidarse y proteger al resto de la comunidad. Ese abrazo afectuoso con los conocidos se convirtió en un saludo de lejos. La cercanía entre vecinos se transformó en un comentario breve y a más de dos metros de distancia. De repente, todos se muestran más amables y respetuosos con el prójimo, aunque un poco acartonados en esta nueva forma de relación que impone la pandemia.
(Fotos de Rody Becchi)
Secretaria de Redacción de El Eco de Tandil. Licenciada en Comunicación Social orientación Periodismo (UNLP)