Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;Cuando otros se enfervorizaban con las carreras, proclives siempre a los desbordes de entusiasmo, José Antonio Canziani era un espectador sereno, tranquilo y silencioso, en los años del Colegio San José, Y cuando ya mayor transitaba con sus coches nuestras calles, lo hacía siempre con prudencia, a velocidad moderada.Nadie podía suponer entonces, que adentro quemaba, como una llama, el anhelo de andar un día en la pista, entre los campeones, dejando de ser un simple espectador que vive las emociones de la curva o pulsa el ritmo enloquecido del tiempo que pasa, para abatir él mismo distancias, bajando marcas.Así apareció un día del año 35, debutando en el Gran Premio del Chaco, con un Chrisler, llegando octavo. En la misma colocación cruzó la meta, al año en Tres Arroyos. Y en el 37, cuando iba segundo en las 500 Millas Argentinas de Rafaela, debió desertar por fallas mecánicas. Tampoco tuvo suerte en las Mil Millas Argentinas. Y posteriormente, al correr otra edición de la prueba de Tres Arroyos, sólo pudo clasificarse undécimo.Los entendidos le veían garra. Los que sabían, señalaban una característica muy especial: corría con regularidad, como si el motor fuera viviendo su reloj, atento a la acción de los que iban delante o detrás. Manos firmes al volante, vista serena, pero, la cabeza puesta en la acción. Era la administración total, completa y racional de las herramientas para el trabajo y de ese enorme trabajo mismo de correr.Y quienes pensaban así, no se equivocaron, ya que sin práctica previa casi, saltó en 1939 del viejo Chrisler a un Alfa Romeo de 3.200 cc, del que era propietario el Dr. De Lucca. Y máquina y piloto se probaron en el Parque Urquiza de Paraná, donde se quedó con el segundo puesto. Lo mismo le ocurrió en La Plata, para gustar finalmente de las mieles de la victoria en el circuito de Ceres, donde obtuvo su primer triunfo.&nbsp;Fue segundo después en el Parque Independencia de Rosario.Ese mismo año dejó la máquina italiana volviendo al auto del comienzo, con el que corrió las 500 Millas de Rafaela, donde abandonó. Y de nuevo en el Alfa, entró octavo en la prueba de Casilda.&nbsp;Después vendría el año cuarenta y su resonante triunfo en Mar del Plata, venciendo luego en el Parque Urquiza de Paraná.&nbsp;Al año siguiente ganó en el circuito "El Plumerillo" de Mendoza. Y tres meses más tarde, con un Alfa Romeo de mayor cilindrada -3.800 cc- batía de nuevo a los más calificados exponentes de la época, entre los que figuraban Mario Chiozza, Ochoteco, Barbalarga, Cataudella, Pesatti, Pian, Nanni y Donzino.En noviembre de 1941 volvió a correr en Santa Fe, repitiendo la victoria anterior en el mismo escenario. Después corrió el Gran Premio Ciudad de Buenos Aires, donde compitieron varios Alfa Romeo y Masseratti, conducidos por volantes argentinos de la talla de Ernesto Blanco con su Reo, Chiozza con su bimotor, Adriano Malusardi, Forrest Greene, y varios brasileños, entre los que estaban Oldemar Ramos, Gerardo Avelar y Francisco "Chico" Landi.&nbsp;Ganó la brava disputa el piloto de Tandil.Días más tarde, volvieron a enfrentarse los mismos corredores en "El Plumerillo", alzándose con la victoria Malusardi, tripulando el viejo Alfa de 3.200 cc que antes corriera el tandilense.&nbsp;A fines de ese mismo año, con otro segundo puesto en Santa Fe, Canziani, que había nacido el 3 de junio de 1911, cerraba su carrera deportiva. Luego de haber sido campeón argentino en 1940 y 1941.&nbsp;Dejaba así las rutas y las pistas, el asfalto y el polvo del camino, la emoción de las curvas riesgosas, el entrevero de las luchas bravas. Permanecía intacto su amor al automovilismo, su fervor por correr. Pero, había dos amores más grandes -el de su esposa y su hija María Graciela- que lo llevaron a sacar, definitivamente, el pie del acelerador.Quien hizo vibrar de emoción por espacio de siete años a Tandil y al país, volvió entonces a transitar nuestras calles. Con la prudencia y la humildad de siempre. Con la serenidad de quien sabía que no es en la vía pública, atropellando gente estúpidamente -como muchos- sino en el terreno reservado a las competencias deportivas, donde se demuestra la guapeza y se exponen las virtudes.Porque el coraje incontrolado, que es ceguera, al fin y al cabo, conduce, irremediablemente, al fracaso.Y él supo dejar, junto a la estela magnífica de su paso por los escenarios deportivos, exento de espectacularidades, huyendo siempre a las resonancias, el ejemplo de su conducta y su valor.NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

José Antonio Canziani: un ejemplo de conducta y de valor

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;Agrupados en torno a las cavas de las canteras, los italianos llegados a Tandil durante las dos últimas décadas del siglo próximo pasado, se dedicaron casi con exclusividad a la dura tarea de explotar la piedra. Y fueron ellos, Pini y Maderni, quienes por encargo de Pedro Duffau primer intendente de Tandil efectuaron el primer empedrado con adoquines que tuvieron las calles del pueblo.Ya nos hemos referido, en notas ante sores, a la primera fábrica de manteca queso que tuvo Tandil. Tal vez la primera expresión industrial, luego de la fabricación del pan. Y fue Console Motalini -italiano, desde luego- su gestor y propulsor.Y como la comunidad debía estar informada en su propia lengua de lo que acontecía, Leopoldo Faso dio vida, allá por 1895, al periódico Roma, al que habría de sucederle "El Italo-Argentino, escrito en castellano, dirigido por Scipione.Otros, como Gaetano y Filippo Durazzo, Fernando y Antonio Alitta y Emilio Rolfo, le pusieron a la comunidad itálica -y también a la nativa- el broche de alegría que significaban las bandas de música que formaron, una de ellas de nominada "De las canteras".Masolo, Torrebruno, Viola, Luchesi, Fortunato, Demarchi, Bertagno, Spinardi Bacci, Natuzi, Zarini, Renis y Galimberti, fueron otros nombres vinculados al Tandil de antaño, que pusieron el hombro para el progreso. También Giovanni Quaranta, Secondo Cesio, Santiago Castelnuovo, Francisco Lagrutta, Luiggi Bruno, Gaspare Malaspina, Pasquale Blotto, Francesco Lapera, Luggi Bruno, Ambrosio Coira, Giovanni Batista Ciao, Luiggi Rabufetti, Antonio Salerno, Aníbal Daglio, Vicente Aloisi, Giuseppe Nigro, Nicola Gazzaneo, Giuseppe Montalto...Y sigue la lista: Antonio Salerno, Giacomo Martino, Antonio Zampatti, Cataldo Cicopiedi, Gaetano y Nicola Rizzo, Giácomo Manochi, Antonio Canziani...Ya por aquél entonces, Carlos Pierroni -también italiano- documentaba en las placas de vidrio que le enviaba de Alemania Gevaert, las imágenes de la aldea, que su hijo Joaquín legaría luego a la posteridad, resolviendo guardarlas en el Museo del Fuerte Independencia. Con él andaban, en la misma tarea, otros italianos: Figoli, Momini y Gazzaneo.&nbsp;Mientras Cesio y Quaranta se dedicaban a la industrialización de las pastas y Juan Grandinetti explotaba el rubro de almacén, Lagrutta y Natuzzi se dedicaban a la herrería, Vitullo y Ciao a las artes gráficas y Vicenzo Seritti a la plástica.&nbsp;Iniciado ya el nuevo siglo, Donato, Francesco y Giuseppe Bariffi, se dedicarían a la metalurgia, Paolo Castronovo a la cerámica, y Tangorra, Canale, Biaggioni, Massaro, Concetti, Romeo, Magistrali, Zámolo, Conforti, Bertucci, Torzillo, Tripodi, Valentini, Terni, Marzocca, Foschino, Metilli y... otros más, a la construcción.Después llegarían a esta tierra Giovanni Mazzolini, Olivo Poletti, Antonio Cattáneo, Giovanni Conforti, Roberto Selvetti, Roberto Pascucci, Gaetano Bonicelli, Agostino Gregorini, Giovanni Mazolini, Siro Serini. Umberto Romagnoli, Florindo Pellizari, Carmelo Crisalli, Antonio Padellini y... muchos más.También aportaron los italianos a la educación del pueblo. A Bruni, Panizza, De Vecchi y Clari, ya mencionados, se sumó, en los primeros tiempos, Pablo Casetti.Entre los picapedreros de la década del ochenta, estaba Giovanni Olivero. Era de Boves, provincia de Cúneo, en el Piamonte italiano y habilitó aquí una pulpería, en "La Cañada", a la izquierda de la segunda curva después de "El Tropezón", donde todavía puede observarse una pequeña ventana de la vieja construcción.Años más tarde, se trasladó al pie mismo de la célebre Piedra Movediza, instalando allí una casa de comidas, atendida por su esposa, Margarita Galfré.Hoy la excalle Río Negro, que pasa justamente delante de lo que fue ese negocio, lleva el nombre de esa mujer. No tanto porque haya sido una de las tantas esforzadas italianas que contribuyeron desde ese y otros lugares a la grandeza de Tandil, como que fue madre del aviador Eduardo Olivero -a quien también recuerda otra calle- por haber sido uno de los precursores y benemérito de la aviación nacional. Y por haberse enrolado, a los 15 años, como voluntario en las fuerzas de Italia que intervinieron en la primera guerra mundial -no obstante ser nativo de Tandil- batiendo todos los récords de permanencia en los frentes enemigos y llegando a ser uno de los ases de la aviación peninsular.Y no sólo eso. Porque además de serlo en Europa, lo fue también en América, realizando en 1926 la más insólita de las aventuras, al unir en 37 etapas -14.170 kilómetros- Nueva York con Buenos Aires, en compañía de Bernardo Duggan y Julio Campanelli. Luego de caer en plena selva amazónica y después de haber sido dados por muertos. En lo que fue, según el relator de "Sucesos Argentinos de la época, "una hazaña similar a la que protagonizará el hombre algún día cuando... vaya a la luna".NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

La radicación italiana en el 1800 - Cap. 2

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;Aunque no existe documentación fehaciente relativa al afincamiento de los pioneros italianos en Tandil puede asegurarse que por lo menos uno -el practicante sangrador Antonio Bellino- llegó este lejano sitio de la pampa con la expedición del Brig. Gral. Martín Rodríguez, fundadora del Fuerte de la Independencia del Tandil.Seguramente había más hijos de la península, alineados en los batallones de cazadores, de artilleros, de colorados, blandengues y voluntarios, que acompañaron en ese momento histórico al fundador. Y tal vez también antes, en oportunidad de otras expediciones, del mismo Rodríguez, de Juan de Garay, De Roxas Azara, Cardiel, Pavón, Pinazo y García, entre otros. Y entre los pulperos y vivanderos, también, que fueron llegando con sus carretas para centrarse junto a la fortaleza. Pero,no es posible asegurarlo.Aunque si es factible suponer, que si el navegante veneciano Sebastiano Caboto, ya en 1527 -casi 300 años antes- encabezaba una expedición a estas tierras remontando el Paraná y el Uruguay, para llegar hasta las desembocaduras del Pilcomayo y el Bermejo en el río Paraguay y fundaba el Fuerte Santi Spiritu el 9 de junio, tanto los paisanos que vinieron con él como los que antes habían llegado con Magallanes -Guiovanni Punzoroli, Leone Pancoldo y Antonio Pigafetta, entre otros- debieron multiplicarse y desparramarse preferentemente en la pampa virgen, atraidos por la riqueza de su tierra, llegando a Tandil.&nbsp;Entre los primeros pobladores, según documentación existente, sin embargo, solo se ha podido registrar la llegada, a comienzos de la década del treinta del siglo pasado, de Francesco Cuelli y Mariano Fuchi, quienes se establecieron en la zona aledaña al Fuerte.De la década del cuarenta, los archivos guardan los nombres de Marcello Venecia, Publio C. Massini -de destacada actuación en la administración comunal a partir de 1850- el conde Antonio Pancelli, el fray Luis María Mancini, primer cura párroco de Tandil (1854-56) y su sucesor. también italiano, el padre Doménico Scavini (1858-1861).A fines de los años cincuenta, formaban parte del vecindario, además, Ambrosio Gatti, Diego Lanzone, Antonio Palomi, Pietro Pechi, Hilario y Félix Faminelli, Pedro Frotta, José Leone, y Ricardo D'Agosto. Después vendrían, entre otros, Antonio Bellami, Carlo Speroni, Inocencio Illia, Antonio Paggi, Flaminio Maderni, Martino Zibecchi y Giuseppe Fuschini, que fue el primer medico con título -obtenido en Italia y revalidado en Bs. As.- que tuvo el pueblo. Con quien colaboraría años más tarde en la atención de la salud, el Dr. Eduardo Fidanza, también de origen peninsular.&nbsp;Otros italianos fueron llegando en los años sesenta y setenta: Juan Zanchi, Santiago Imberti, Pietro Fabel, Luigi Landin, Octavio Brivio, Giuseppe Bonini, Francisco Casetti, Francesco y Guglielmo Paggi, Martino del Giorgio, Vicenzo Gianera, Modesto Gandola, Tomaso Podazza, Clemente Franchini y... muchos más.En la lista aparecen también Giulio Rosetti, Felice Perucchi, Giovanni Cavallieri, Angelo Borghi, Giuseppe Vitale, Pietro Girola, Luiggi Zibecchi, Carlo Bianchio, Antonio Alievi, Palmiro Milano, Lorenzo Scuffi, Carlo y Giuseppe Macchi, Fortunato Morelli, Pietro Crosso, Carlo Macchi, Giovanni y Lorenzo Scufi.&nbsp;Cuando años más tarde comenzó la explotación de la piedra en nuestras canteras, fueron dos italianos quienes hicieron punta con la nueva industria: Martino y Angelo Pennachi.Pero no sólo en la industria naciente, en el comercio y en la agricultura, se destacaron los italianos de la primera época. También en la docencia, a la que sirvieron con singular dedicación Antonio de Vecchi, Luis Panizza, Andrea Clari y Carlo Bruni y su esposa, con su colegio "Ítalo Argentino".Y al amparo de una política inmigratoria propicia, siguieron llegando los italianos a nuestro país y, particularmente, a esta parte de la tierra argentina: Salvatore Batelli, David Merani, Nicola Barletta, Carlo Lunghi, Paolo Depietri, Carizio Bosatta, Florindo Bianchi, Santiago Garibaldi, Pietro Momini, Giovanni Dabondi... Ceschi, Ruvella, Crimella, etc.Y Giuseppe Cima -en 1886- quien explotó una cantera en Cerro Leones, en una extensión de 70 hectáreas, dando trabajo a 250 obreros. Y Luiggi Poli, que al año siguiente trabajó la cantera “La Movediza", empleando a un centenar de trabajadores. También Doménico Conti, que ocupó en su cantera a 60 picapedreros y construyó esa maravilla en piedra que es la casa de la excantera Villa Mónica que 115 años después sigue siendo motivo de singular atracción.&nbsp;(Continua)&nbsp;NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

La radicación italiana en el 1800 - Cap. 1

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;La carta dirigida por la Sociedad Empleados de Comercio a dos comerciantes -Daniel Capiel y Manuel Bertone- rogándoles, por poco, que no abrieran los domingos a la tarde sus negocios, es de las que no se empardan.&nbsp;“Animados de la confianza que tenemos en que su extremada bondad ha de dispensar una grata acogida a la presente solicitud -comenzaba diciendo la nota a la que hicimos referencia en el capítulo anterior hemos aceptado la honrosa misión de hacerle entrega de esta nota con el mayor gusto y con toda consideración a que usted es merecedor”.En uno de los párrafos decía: "Suponemos que no ignora que en nuestra ruda tarea del mostrador, disfrutamos de un pequeño paréntesis, que nos permite dedicarlo al descanso y a las afecciones familiares. Pues bien, nuestras mayores aspiraciones se cifran en no vernos privados de los únicos momentos de expansión que tenemos, de domingo a domingo y para ello tendría que acceder a lo que más adelante le pedimos”.Y agregaba: "El cierre de las casas de negocio por la tarde, fue un convenio entre todas las casas que en aquél entonces existían. Y todo marchó de acuerdo hasta el presente, que vemos corre gran riesgo tan grata costumbre al suponer alguno de los del convenio, que redunda en perjuicio de ellos el que haya algunas casas de comercio que tienen las puertas abiertas los días domingo. Y con ello, como es natural, quieren hacer alusión a su respetable casa que, sin compromiso de ninguna clase, no ha precavido sin duda que, dichos comerciantes que ante sus compañeros de convenio se quejan, serían muy capaces de privar a sus empleados de lo que hoy tan justamente poseen, tres o cuatro horas de descanso en una semana de constante trabajo"."Señores: -proseguía la nota- después de todo lo dicho, nos creemos en el deber de solicitar a Ud. examine detenidamente cuánto tiene de justa nuestra solicitud, invitándolo a imitar a correligionarios en lo que se refiere al cierre del negocio a las 2 p.m. de cada domingo, por lo que le quedaremos enteramente agradecidos".&nbsp;Y finalizaba: "Dándole gracias mil anticipadas, lo saludamos en nombre de nuestros compañeros, quedando a su completa disposición, sus más atentos y seguros servidores."¡Qué tal!Por aquella época se hacía en Buenos Aires un gran mitin, por iniciativa de la Unión Dependientes de Comercio, en favor también del descanso dominical.La Sociedad de Tandil a la sazón pedía, además, que se estableciera como de paro completo los días 25 de Mayo, 9 de Julio y 1 de Enero, que entonces eran laborables. Y proponía un nuevo horario en las jornadas de labor, según las estaciones.&nbsp;En verano, de 6 a 19, con una hora intermedia para almorzar y un total de 12 horas diarias de trabajo.En invierno, desde las 7 a las 18, con el mismo intervalo para almorzar y un total de 10 horas por jornada.&nbsp;Esta proposición no fue aceptada por los patrones, por entender que doce horas diarias eran pocas horas de trabajo y reclamaron una propuesta más compatible con sus ideas. Así fue como, reformulado el proyecto, la entidad mercantil ratificó el medio día de descanso dominical, aceptando trabajar 13 horas en verano (de 6 a 20, descontada una hora para almorzar) y 11 horas en invierno (de 7 a 19, descontando también una hora para almorzar).Recién el 12 de enero de 1905, los mercantiles tandilenses pudieron celebrar con un asado campestre el primer domingo de descanso completo, al entrar en vigencia la ley de descanso dominical.Diez años más tarde, el 1 de marzo de 1916, se aprobaba un nuevo horario de trabajo: de 6 a 19.30 en verano y de 7 a 19 en invierno.&nbsp;Por ese entonces, no sólo se respetaban los feriados patrios mayores- 25 de Mayo y 9 de Julio- además del 1 de enero, sino que se incorporaban otros: el viernes santo y medio día del lunes y martes de carnaval.Todavía se consideraba laborable Navidad y, desde luego, no se conocía el 1 de mayo.&nbsp;Diez años más tarde, se implantaba la jomada de 9 horas en muchas casas importantes de la Ciudad. Hasta que a fines de la década del veinte, recién se concretaba la jornada de 8 horas.El sábado inglés, todavía, no existía. Y otras conquistas gremiales habrían de llegar con el tiempo.&nbsp;Que habría de traer, también, una modalidad distinta en cuanto a las negociaciones de las condiciones de trabajo y salariales, entre patrones y obreros. En las que los trabajadores no apelaban ya a la bondad de los empresarios con notas de contenido meloso -como aquélla del año dos-recurriendo más bien al lenguaje altivo, exigente, a veces amenazante.&nbsp;Y, también, a las medidas de acción directa.&nbsp;NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

La Sociedad Empleados de Comercio y su lucha por el descanso dominical - Cap. 2

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;Corría el año dos del siglo XX, cuando los trabajadores mercantiles entendieron que la unión hace la fuerza. Eran tiempos duros, de singular crudeza y, por consiguiente, de bolsillos flacos. Y era necesario agruparse para defender los intereses del trabajador expoliado.Así lo entendieron Pío Proverbio, Faustino Pazos, Dámaso Rodríguez, Ambrosio Coira y Benigno López, quienes lograron la adhesión de José Thalp, Lino Martínez, Ernesto Briera, Luciano Sabattė, Emeterio Meaza, José Petite y Honorato Bosata, entre otros.As ftue como reunidos el 22 de junio de ese año, acordaron la fundación del Centro de Empleados de Comercio de Tandil, al que dieron vida días despues, el 10 de julio de 1902.Ubicado Proverbio al frente de la institución, pronto se abocó el gremio a defender los intereses del sector, formando parte de la Federación Obrera que comenzaba a gestarse, con participación fundamental de los obreros canteristas y ferroviarios y con la adhesión -menos importante pero igualmente efectiva- de cocheros, panaderos y ladrilleros, entre otros.Tras algunos momentos de vacilación y de incertidumbre, a consecuencia de tropiezos inevitables vinculados con las dificultades de la época, decayó el accionar de la entidad que, durante algún tiempo, se denominó Asociación Unión Dependientes de Comercio de Tandil: hasta que debió ser refundada al año siguiente -el 22 de mayo- bajo la denominación de Sociedad Empleados de Comercio de Tandil, tal como se la conoce en nuestros días.&nbsp;Un nuevo intento de recrear la Sociedad -alicaída nuevamente por los avatares de la época- tuvo lugar el 22 de mayo del año cuatro.Agrupaba a la sazón a sesenta y seis empleados de distintas actividades. Estaban entre ellos, además de los nombrados precedentemente, Cándido García, Pedro Bonilla, Luis Morando, Alberto Méndez, Victoriano F. Ramos, Ángel Machado, Rodolfo Zerboni, Adriano González y Francisco Bouvé. A quienes se sumaban Fernando Tomás, Ignacio Laburro, Teodoro Álvarez, Bernardo Brussatori, Cipriano Salcedo, Héctor Rangoni, José Gallardo, Primo Speroni, Ciro Franchi, Juan Gutiérrez, Ricardo Guanella, Cesáreo Díaz, Pedro Agnelli, Segundo Ucha, Miguel Laurenz. También se encontraban Donato Plazas, Antonio Parga, Feliz Etcheverría, Luciano Sabatté, Santos Salcedo, José García, Dámaso Rodríguez, Avelino López, Ramón Guzmán, Cándido Gutiérrez, Juan López, Eduardo Arenales, Antonio Gallegos, Damián Galdós, Juan Legaz Tierno, Miguel Ibarburu, Carlos Mendite, Álvaro Montiel, Garcilazo Villeta, Antonio Vidal, Francisco Palma, Alfredo Santisteban, Juan B. Martínez, Indalecio Fernández, Filiberto García.Y seguía la lista: Santiago Martínez, José Balverde, Ángel Barbieri, Fidel Fernández, Idelfonso Huarte, Miguel Schaviague, Inocencio Rossi, Lino Martínez, Fulgencio Barranco, Juan L. Brun, Pascual Troncoso, José Bruno.&nbsp;Presidió la primera comisión Juan Gutiérrez, secundado por Ángel Machado en la vicepresidencia, Dámaso Rodríguez como secretario y Adrián González como tesorero.Por aquel entonces se trasladó a Buenos Aires el empleado de tienda, Ernesto Briera. Y la entidad, solidaria con su necesidad de exhibir sus antecedentes para obtener trabajo, certificó que el nombrado “... fue uno de nuestros compañeros que con más entusiasmo propagó la idea de la fundación de este Centro y la idea del descanso dominical”, que hasta entonces no se respetaba.&nbsp;Solidario también con la idea de que el domingo debía destinarse al descanso de los trabajadores, con fecha 11 de setiembre del año dos, el Centro de Empleados de Comercio de Tandil remitía una nota a dos comerciantes locales -Daniel Capiel y Manuel Bertone- pidiéndoles que no abrieran sus negocios los domingos por la tarde, para que sus empleados pudieran descansar semanalmente ese medio día. Y, además, para que no fueran imitados por otros patrones que habían aceptado un convenio acordado tiempo atrás, según el cual se confería tal pausa laboral a sus empleados.&nbsp;La nota expresaba textualmente: "Animados por la confianza que tenemos en que su extremada bondad ha de dispensar una grata acogida a la presente solicitud, hemos aceptado la honorosa misión que el Centro de Empleados de Comercio nos ha confiado para que, en representación del mismo, le hagamos entrega de ella, lo que hacemos con el mayor gusto y con toda consideración a que es merecedor"."Nuestra misión quedaría altamente recompensada si Ud., teniendo en cuenta cuan grato sería para nosotros ver cumplidas nuestras pobres aspiraciones, pusiera una de las piedras fundamentales para sostenerlas, pues con ello creemos no sufrirían sus intereses y en cambio gozaría del agradecimiento de todo el gremio de dependientes de esta ciudad".La insólita nota -insólita para nuestros días, pero normal entonces- no terminaba ahí. Veremos cómo sigue.(Continúa)NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

La Sociedad Empleados de Comercio y su lucha por el descanso dominical - Cap. 1

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;Ocho años habían transcurrido del surgimiento del club "Artesanos" la primera entidad futbolística que tuvo Tandil y sólo tres de su fusión con “Defensa Martin Rodríguez", dando origen a Defensa Tandil, cuando la muchachada que a la sazón corría detrás del esférico de gajos en la cancha de La Loma, en Villa Italia, comen a barajar la posibilidad de formar equipo para confrontar con otros.Si lo tenían los ingleses nucleados en torno al ferrocarril -Roskoe, Mackie, Me. Hardy, Moffay, Henault, entre otros- ¿por qué no podían tenerlo ellos, los franceses". Así pensó Juan Bautista Dulon, el de la iniciativa. Y pronto se sumaron al proyecto Juan Mauhourath, Miguel Fourquet, Héctor Soulá, Grazide, Claverié y Saux.Y para alentar ese objetivo, comenzaron a reunirse en los fondos del almacén del padre de Dulon, que daba a la calle Montevideo 971. Y también en la casa de la familia Zampatti, Paz 969; en el bar de Paz y Montevideo y más tarde, en el local de Colón 1189.Asi surgió el conjunto que en principio se denominó "Fuerte Independencia".Corría el año 1913. Y llegado el día 20 de diciembre, fue convocada una asamblea para darle forma orgánica a lo que hasta entonces era una simple agrupación de jugadores.&nbsp;Cuarenta y un asociados se reunieron esa noche: Albano Parra, Héctor Soulá, Antonio y Héctor Cabello, Juan Carlos Bianchi, Joe Jack, Roberto Zarini, Félix Pegaz, Antonio y Luis Pina, Higinio Carrique, Manuel, Domingo y José Nario, Aurelio, Zoilo y Eleuterio Rodriguez, Juan Pisani, Ernesto Díaz...Estaban también Héctor López, Ricardo Mauhourath, Vicente Montenegro, Juan Canziani, Pedro Renis, Carlos Canascose, Juan Greco, Arturo y Carlos Chamberlain, Pedro Abuela, Adolfo Muñoz, Martín Bicondo, Alberto C. Paz, Miguel Fourquet, Félix Riglos, Antonio Iturrioz, Ángel Justena, Hilario Blanco, Vicente Torres, Carlos Montes y, desde luego, Juan Bautista Dulon.Este informó acerca de su propósito de que la entidad se abocara a la práctica del fútbol. Y, también, del tenis, del crochet. esgrima y box, incluyendo la realización de reuniones danzantes.Acordada en la oportunidad la elección de una comisión provisoria para abocarse a todo lo atinente al aspecto organizativo -redacción del estatuto, búsqueda de un espacio físico para reunirse y para llevar a cabo el programa propuesto, etc.- resultó electo para presidir la misma Alberto C. Paz, acompañado en la vicepresidencia por Albano J. Parra y como secretario Adolfo Muñoz. A Juan Dulon le asignaron la prosecretaria, como tesorero fue elegido Martín Bicondo, protesorero Héctor Soulá y vocales Miguel Fourquet, Félix Riglos, Antonio Yturrioz y Roberto Zarini. Al opinar el presidente que el nombre "Fuerte Independencia” no le parecía adecuado -no le gustaba la palabra Fuerte, por razones que expuso- se produjo un cambio de ideas acerca del nombre que habría de darse a la entidad. Y como no se pusieron de acuerdo, se dispuso elegirlo mediante la votación secreta de cada uno de los doce integrantes de la comisión.Cuando se extrajeron los votos de un sombrero, siete votantes habían propuesto otros tantos nombres: Club Aficionados Unidos, Club Social y Atlético, Centro Atlético y Recreativo, Tandilense Recreativo, Recreativo Independencia, Foot Ball Club Atlético Independencia y Centro Sportivo y Recreativo Lira de Oro. Dos de los directivos se inclinaron por Club Atlético y Recreativo Independencia, en tanto que tuvo tres votos Centro Atlético Independencia.&nbsp;Impuesto de tal manera este último nombre, se dispuso instalar en la nueva institución, de manera rápida, la práctica del fútbol, el tenis y el crochet, dejando para cuando el club ofreciera mejores perspectivas, el dictado de clases de esgrima y box, por cuanto estos deportes según se dijo "requieren cierto ambiente que aún no existe. Y, además, profesores a quien encargar la enseñanza".&nbsp;Quedó resuelto también que la entidad daría un baile cada cuatro meses, en vez de cada tres como se había pensado en principio, por entenderse que "siendo más espaciados, había más posibilidades de éxito"; sin perjuicio, naturalmente, de que la comisión directiva pudiera regular las fechas de realización, según las circunstancias.La cuota mensual quedó fijada en un peso moneda nacional "por ahora", según establecía la resolución. Pero, acordándose que en pocos días -las chirolas fueron siempre necesarias- se cobraría diciembre y enero juntos, "a fin de arbitrar recursos", dice el acta fundacional.(Continúa)&nbsp;NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

Origen del Club Ramón Santamarina - Cap. 1

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;Tropero, sargento de policía, guitarrero y jinete, jugador a la taba y al billar, Juan Moreira no fue nunca ratero ni nada que se le parezca, según su compañero de andanzas y aventuras, Julián Andrade, tal como hemos señalado en capítulos anteriores.No era un facineroso, como algunos lo tildaban, y ayudaba en lo que podía a los necesitados. Además, se destacaba por su extraordinario coraje. Muchos habían sido los entreveros en los que había participado peleando, por lo general, con varios al mismo tiempo. Sin importarle la cantidad y tampoco que... lo tuvieran acorralado.&nbsp;Por su extraordinaria destreza, por su golpe de vista, su ligereza en el manejo del puñal o la pistola, y su pasmosa serenidad frente al riesgo sin cuento de enfrentar a las partidas policiales o a muchos rivales que no eran mancos en el manejo de las armas, casi siempre había salido airoso. Y si bien en alguna oportunidad alguna bala y la hoja envenenada de algún cuchillo lo marcaron, superado el contratiempo siguió abriéndose paso a balazos o a punta de facón.&nbsp;Así anduvo por los pagos de Navarro, de Salto Argentino, de Lobos, de Cañuelas, 9 de Julio y 25 de Mayo. Hasta que llegó el 30 de abril del año 74 del siglo XIX. Y como ya hemos señalado, la partida policial que le iba siguiendo, aprovechó la llegada de Moreira y de Andrade a Lobos, para caerle encima.&nbsp;Ellos sabían que los encargados de aprender al gaucho legendario, les iban pisando los talones... Pero, estaban rendidos de tanto galope en el largo viaje y se entregaron, inevitablemente -como también ya hemos referido- al descanso. Por eso no oyeron cuando los uniformados unos cuarenta milicos al mando del coronel Juan Francisco Bosch, que a consecuencia de este episodio fue ascendido luego a general- rodearon la casa.“De pronto me disperté -narraba Andrade, en Tandil, un periodista a principios de la década del veinte- y... me encontré sin armas, caray. Y con los brazos a la espalda... ¡sin poder moverme!"Y proseguía con su relato:"¡Se acabó Moreiral" -gritó uno de los que me tenían-. Pero enseguida alguien le alvirtió: "¡Este no es Moreira!"."Y otro grito más juerte” -agregó-: "¡Debe' star en la otra pieza!""A todo esto, Moreira había sentido ya el ruido elatas y se había levantao como movido, vea... ¡por una discarga e'litricidá!, en el momento mesmo que el jefe e' la partida le gritaba:"¡Sali con las manos en alto Moreira!.. Si te entregás... ¡te rispetaremos la vida! Deno...""¿Entregarme yo?.. rispondió Juan desde adentro- ¿Pa que me jusilen?.. Espérenme no más... ¡ya vi'a salir!.."En ese momento... "las carnes temblaron", según Andrade.&nbsp;"El instante era fatal -narraba. Y agregaba: "Salió Moreira... como solo un valiente puede hacerlo... Endipues... sonó un trabucazo y... ¡cayó muerto el teniente Varela!"Y continuaba:"El general Bosch se salvó... ¡no sé cómo!"&nbsp;"Hubo corridas, saltos, balas y gritos. Moreira se hizo campo... jué librando la espalda... ¡acorralando, sin miedo, a los que le' iban saliendo!".&nbsp;"En ese momento se dio güelta el coronel y... caminando unos pasos, dijo que... ¡no quería ver morir a un guapo!.."&nbsp;"Ya se les hacía humo otra vez... cuando el sargento Chirino, que estaba escondido detrás del brocal del pozo... aprovechó el momento en que Moreira se apristaba a saltar la pared pa' juir y... ¡lo clavó por la espalda!, vea... de la forma más cobarde... ¡traspasándolo de lao a lao con su bayonetal...""¡Moreira alcanzó a sacarle un ojo de un tiro!.. Y cuando un teniente corría con un mauser pa' rimatarlo... ¡le hizo astiyas uno e' los brazos con un trabucazo!"."A él le dí más de una manito cuando lo vi'apretao", también decía Julián Andrade, fiel compañero del gaucho legendario, que con valor casi sobrehumano acometió por el setenta del último siglo contra la injusticia,peleando con el ardor de quien sabía que entregarse... era morir.El hombre que pasó la última etapa de su vida aquí, en Tandil, con su mujer y sus nueve hijos, solía decir también, explicando su actitud solidaria con Juan Moreira:"Pa'eso son los amigos... ¡canejo!Y agregaba: "Al fin y el cabo... uno no tiene el cuero pa'nigocio."&nbsp;NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.&nbsp;

Vivió aquí el compañero de Juan Moreira - Cap. 3.

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;Anduvieron juntos Moreira y Andrade, del 68 al 74, cuando los aprendieron. Recorrieron varios partidos: Salto Argentino, Cañuelas, 9 de Julio y 25 de Mayo, entre otros.&nbsp;“Tuvo muchos encuentros con las partidas y se vio obligao a matreriar” continuó su relato el compañero del célebre personaje, que viviera largo tiempo, hasta su muerte, aquí en Tandil-"El general Garmendia lo persiguió con alma y vida, vea. Al último, los melicos no se atrevían a buscarlo. ¿Pa quê?.. El no priguntó nunca cuántos eran los que lo buscaban. ¡Y menos si lo acorralaban!... Su valor no tenía fin, créamelo. Se trenzaba con los que jueran saliendo... ¡Mejor si eran veinte!.. Se animaba más".“¿A cuántos despachó?” -le preguntaron."¡Pelió tanto!.. -fue la respuesta. Pegó tajos y tiros. No se le caiba nunca el facón, vea. Ni la pistola, el cuchiyo, ni el trabuco. En Salto Argentino lo mató a Rico Romero, un malevo de por ayí. Jugaron una carambola y a Moreira le costó poco ganarle. Rico quedó hirviendo y le buscó camorra... ¡No sabía que era Moreira!.. Que por entonces, se hacia yamar Juan Blanco”.“Este es un paisano flojo... yeno de armas" le dijo Rico y le pegó un tacazo.... "¡Para qué!.. ¡Ay nomás lo dejó tendido a puñaladas!""¿Después?" preguntó el periodista tandilense que le hacia la nota setenta y pico años atrás.“Endipués salió de Salto y juyendo jué pa' los toldos" e' Coliqueo, en 9 e' Julio. Ayi mató a unos bárbaros y tuvo que ganar el campo... ¡Lo corrieron hasta 25 e' Mayo!""El 73 estábamos en Navarro -prosigue Andrade- Cierta noche, viviendo en el fondin "Los Vascos... sentimos un pito e' ronda. Ayi no había eso y comprendimos enseguida lo que pasaba. Moreira se acomodó sobre el pucho y... ¡hizo volar la luz de un tiro!"."Al hombre lo habían vendido, ¿sabe?... ¿Qué duda quedaba?... La partida, que tenía orden de reducirlo a prisión o de matarlo si se resistía... ¡ya rumoreaba en la puerta! Y el teniente Cortina, adelantándose, le gritaba:"¡Entregate Moreira!... Te intimo rendición de parte del Gobierno"."Y ay no más-continúa Andrade- ¡se produjo el entrevero!""El delator era un tal Carrizo, quien quedó... ¡sin lengua de un tiro! Porque la bala, vea, le atravezó las mejiyas. Moreira lo había alcanzao a ver al oscuro, y le hizo pagar cara la denuncia e' su paradero, que había hecho siguramente a la polecia. Esa noche... quedó herido Moreira"."Cuando la partida polecial se jué, volvimos al fondin de Navarro. Y jué necesario yamar a un dotor, ya que uno e' los proyectiles disparaos en el entrevero... le había quedao alojao en la boca."Así describía Julián Andrade el episodio: "El que lo iba a curar... ¡no sabía que era Moreira! Y quiso cortarle la cara pa' sacarle la bala. ¡Pobre angelito e Dios!"."Soy Moreira y a mi naide me tajea..." le grító-. Y le ordenó imperativamente: "¡Sáquela por donde ha dentrao!..."En otra refriega con la policía -narraba Andrade- había ensartado con su daga a un sargento. Allí estaba el hombre en el suelo, oprimiéndose nervioso el costado derecho, a la espera del momento en que su oponente le iba a sepultar hasta la empuñadura la daga... cuando Moreira le echó un trago de caña en la herida. Luego desató de su cuello el pañuelo y a manera de compresa, lo aplicó sobre el tajo, mientras le decía: "Que no se diga endipués... que Moreira es un salvaje que no tiene compasión por los hombres vencidos...""El 30 de abril del 74, Moreira y yo estábamos acostaos -continúa el relato-. Habíamos yegao a Lobos muy cansaos, luego e' varias horas de galope. Sabíamos que la partida nos perseguía sin darnos resueyo. Pero estábamos rendidos. Por eso es que no oímos cuando rodiaron la casa... unos cuarenta melicos al mando e' Francisco Bosch, que endipués juera ascendido a general, vea".&nbsp;"Me disperté -sigue diciendo Andrade- y... ¡me encontré sin armas, caray! Y con los brazos a la espalda, sin poderme mover"."¡Se acabó Moreira!" -gritó uno de los que me tenían-.&nbsp;"¡Este no es Moreira! -gritó más juerte otro-. Debe estar en la otra pieza." "A todo esto, Moreira había sentido el ruido e' latas y se había levantao como movido, vea... ¡por una descarga e' litricidá! En el momento mesmo que el jefe e' la partida le gritaba:"¡Salí con las manos en alto Moreiral.. Si te entregás, ¡te rispetaremos la vida!""¿Entregarme yo? -respondió Juan desde adentro-. ¿Pa' que me jusilen?.. Espérenme... ¡Ya vi'a salir!"&nbsp;Continúa.NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

Vivió aquí el compañero de Juan Moreira - Cap. 2

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).Con su traje raído -bombacha oscura, camisa blanca y pañuelo anudado al cuello- llegó Julián a Tandil, allá por el año quince.Debajo de su chambergo de ala gacha, exhibía un rostro moreno, curtido por más de una intemperie. Y también, por más de una penuria. Había estado cinco años en la cárcel de Mercedes, arrastrando doble barra de grillos. Cinco años que le habían parecido una eternidad. Después, tres años y medio en la Penitenciaria, que no le resultaron menos pesados. Y como si esto fuera poco, del 83 al 87 del siglo XIX había estado en Sierra Chica, donde le había tocado picar piedra y dormir en la paja, durante días y días, que fueron también de sabor amargo. Tanto, que llegó a creer que de allí no habría de salir con vida.&nbsp;Lo habían condenado a cadena perpetua y sin recurso de gracia, para completar su desconsuelo. Hasta que conocida su verdadera historia, tanto el general Francisco Leiria como Ángel Falcon y los escritores Eduardo Gutiérrez y Julio Llanos -sobre todo este último- habían intercedido para lograr su libertad.Cuando de pronto se vio de nuevo en la calle, no lo podía creer. Lleno de aire sus pulmones y... tomó rumbo hacia el pueblo de Azul, donde poco después contraía enlace con una muchacha del lugar.Con hijos ya, rumbeó para los pagos del Tandil", como se decía entonces. Y ahí estaba, con el gesto adusto, templado en cien entreveros bravos, andando las calles de la ciudad, buscando la casa de Benito Machado. Y cuando pudo ubicarla en Rodríguez al 500, desde la intersección con San Martin hasta el Banco Comercial, procuró ingresar a la finca con rejas al frente para hablar con el coronel, que había sido baluarte principal de la lucha con el indio en la frontera sur.Era bastante conocido de él y había estrechado más de una vez su mano, desde aquel día que los presentó en Azul el general Leiria.Pero el coronel... había muerto seis años antes. Hubiera querido hablar con él. Sabía que había sido fundador del Club Hípico de Tandil, por lo tanto estaba estrechamente vinculado al quehacer turfistico que se desarrollaba en el más antiguo circo de carreras del país, y pensaba pedirle que le tendiera una mano para rehacer su vida trabajando, ahora que a los 66 años de edad había dejado definitivamente atrás su azaroso andar por los caminos de un destino cruel.De cualquier manera, no tardó en encontrar trabajo, sin más carta de recomendación que la que le ofrecían los relatos de sus andanzas legendarias.Así fue como se desempeñó como cuidador de parejeros en el hipódromo de Tandil. Trajo poco después a su mujer y levantó su rancho en Mitre 1351, donde habría de vivir hasta su muerte.Había nacido en el pueblo de Navarro, en el 48 del siglo que se había marchado tres lustros atrás. Y estaba dispuesto a echar sobre la amelga del porvenir aquí, en Tandil, la semilla del porvenir, dejando atrás un pasado tortuoso del que sólo guardaba un penoso recuerdo y al que no quería volver.&nbsp;Pero... ¿quién era Julián?Julián era... ¡Julián Andrade!¿Y Julián Andrade...?¡El compañero de Juan Moreira!¿Quién era Moreira?Según Andrade, "era hombre blanco, de patilla cerrada; alto y fornido, muy buen mozo. No fue nunca un ratero ni nada parecido..."."No tenía necesidá d'eso, mi amigo" le relataba entonces a un periodista tandilense."Trabajó e'tropero y jué sargento e polecia, sabe? Era guitarrero y mejor jinete, jugador a la taba y al billar. No jué nunca un malvao... ¡Qué va ser un fascineroso! Era hombre e' juicio y créamelo, defendió al desvalido. Era un alma e'coraje, vea!...".Cuando le preguntaban cómo era aquella época que les había tocado vivir juntos, señalaba: "Se peliaban tuitos los días entre alsinistas y mitristas; él, Moreira... ¡hizo dos muertes a facón! Quien lo provocaba... tenía que pisar firme. Frente a la mesma iglesia, mató a un tal Leguizamón. Y al poco tiempo, cerca no más, al teniente alcalde Juan Córdoba. No rispetaban... ¿sabe? Y ellos mesmos buscaron la muerte".&nbsp;<ul><li>¿Con quién estaba entonces Moreira?</li><li>Estaba con los alsinistas, pues eyos le habían prometido el indulto; pero como no se lo dieron... concluyó pasándose al otro bando. Esta jué su perdición, mi amigo по". seguía diciendo Andrade- porque triunfo Alsina, y Moreira entró a andar mal con todos. Por eso, cuando le hablaban sobre política... ¡se ponía jurioso, vea! Los alsinistas ganaban siempre, aunque tuvieran pocos votos... Alsina era no más, por lo menos ayá en Navarro”.</li></ul>Continúa.NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.&nbsp;

Vivió aquí el compañero de Juan Moreira - Cap. 1.

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;No pocos adelantos tuvo el pueblo -como señalamos en una nota anterior- al comenzar la década del ochenta. 115 años atrás. Pero no fueron pocos, asimismo, los contratiempos que debieron afrontar las autoridades y el vecindario.Cuando se inauguró el hospital y asilo San Juan -en Maipú y Río Bamba (hoy Alem)- por ejemplo, la Corporación municipal, que contribuía a su mantenimiento con mil pesos por mes, suspendió el pago de 500 pesos, también mensuales, que venía haciendo efectivo al boticario encargado de proveer medicamentos a la población. Y Flaminio Maderni -de él se trataba- pasó entonces una factura por la suma de 55.273 pesos, que se le adeudaban de varios años atrás. Y no tuvieron otro remedio que pagársela.El presupuesto comunal, era muy exiguo. Los ingresos por todo concepto llegaban apenas -en 1881- a 353.500 pesos. La contribución directa del vecindario era la suma de mayor significación: 60.000 pesos. Después, le seguían en orden de importancia los derechos de abasto ($ 56.000), las patentes de billares (S 22.500), los boletos de señales ($ 18.000), los derechos de pesas y medidas ($12.000), las patentes ($11.800), el derecho de guías ($ 10.000), los derechos de cementerio ($7.000), derecho de sisa (51.200), etc.&nbsp;Esos ingresos debían destinarse: a obras públicas $ 55.000, al fondo de escuelas $ 53.025, y a sueldos $ 44.400. El alumbrado público demandaba una erogación de $ 30.000, la limpieza del pueblo $ 24.000, la conservación de calles $ 18.000 y el mantenimiento la plaza otros dieciocho mil.El hospital se llevaba -como ya hemos señalado- $ 12.000, el comisario de policía otros doce y el encargado del cementerio $ 6.000. Y para que no se notara que había miseria... se asignaban 30.000 pesos a las fiestas públicas. Porque el pueblo tenía derecho a divertirse.Por aquel entonces el Gobierno provincial reclamaba el pago que debía realizar el municipio con destino al Consejo de Educación. Y el municipio le contestaba que haría efectivo ese pago, cuando la Provincia le hiciera llegar a la comuna lo que le debía.Para colmo de males, los ingresos municipales se resentían al no anotar la iglesia -y tampoco cobrar- el derecho de defunción a los dinamarqueses y protestantes que morían.&nbsp;Y los gastos eran cada vez mayoresAnte una filtración de agua, el cura pedía la reparación de una de las torres del templo. Manuela Villamayor, antigua expreceptora de escuelas, solicitaba "en mérito decía la nota elevada- de los servicios prestados como educacionista de la mayor parte de las hoy matronas que tiene este pueblo", un subsidio para atender sus necesidades. Y todo se complicaba con el estado de enajenación mental del vecino Domingo Barrutia, cuya familia no podía prestarle asistencia.Según el censo de ese año, Tandil contaba con 9.762 habitantes y había en el pueblo 60 establecimientos industriales con 266 empleados y 95 comerciales con 322. Componían la aldea 1.401 casas, de las cuales 134 eran de azotea y 1.267 de madera, ripia, zinc y otros materiales.Había, asimismo, 74 coches y volantas y 316 carros y carretas.Pero no todo era negativo. Se registraban, a la sazón, algunos anuncios positivos: Antonio Belami, por ejemplo, abovedaba y empedraba las primeras calles. Otro vecino -Goyeneche- abría la fábrica de alpargatas y calzado denominada "La Piedra Movediza", en 9 de Julio esquina Sarmiento (de espalda a San Martin y Rodríguez). Y la Sociedad Rural Argentina, realizaba la primera feria industrial y ganadera, el 22 de septiembre de ese año, en la manzana delimitada por las calles Rodríguez, Yrigoyen, Pinto y San Martin.Se daba a conocer un decreto provincial, también, prohibiendo el cepo y ordenando que el juez de paz inutilizara ese instrumento de la manera que lo creyera más conveniente.Ya por aquella época, asimismo, se instalaba la costumbre de las rifas. Y era la comisión de Recursos Extraordinarios del asilo San Juan, quien la realizaba por el sistema de cedulillas.El presupuesto del 82 incluyó un gravamen a las canchas de pelota a paleta y un impuesto a los collares para perros. Y un aumento, también, en los sueldos del personal comunal. El secretario de la Corporación Municipal pasó a ganar 2.000 pesos, el comisario de policía 1.500, el jardinero de la plaza 700 y el ordenanza y el escribiente 500 cada uno.Se avanzó ese año en la pulcritud del sector urbano, ordenándose el blanqueo de las casas y la demolición de construcciones hechas en medio de las calles.&nbsp;Y como si esto fuera poco, Emilio Filloy fue puesto al frente de una banda de música que tenía a su cargo amenizar las fiestas populares y las noches con sus melodías, su armonía y sus conciertos de voces e instrumentos.NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

Los primeros años de la década de 1880

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;Empeñadas las autoridades municipales y el vecindario en el progreso del pueblo, dispusieron, comenzada la década del ochenta del siglo XIX, el traslado de los corrales municipales destinados al abasto que a la sazón estaban en la zona de lo que es hoy la Plaza Moreno, al pie del parque Independencia por considerar perjudicial que el movimiento de haciendas y matanza se hicieran tan cerca del sector pobladoA tal efecto se licitó el derecho de abasto presentándose cinco interesados: Manuel Eigler, quien ofreció 45.000 pesos; Martín Tavelli 32.000; Borghi y Machi ,40.000; Antonio Canziani ,36.000; y Juan Idoyaga. 31.200. Y como el municipal Juan M. Dhers objetó la presentación de Eiglet por una razón ética, ya que era integrante de la Corporación comunal, se llamó a otra licitación, la que fue ganada por Borghi y Machi, con una oferta de 56.000 pesos.Inaugurada ya la Pirámide en la plaza principal como señalamos en la nota anterior se obligó a los vecinos a construir cercos y veredas, se encargó a un tal Augusto Escudié que hiciera un plano del ejido del pueblo y se le cedió al telégrafo provincial un sector del edificio donde funcionaban la comisaría, el correo, la escribanía y la oficina de avaluación, en el lugar que hoy ocupa el Teatro Estrada y playa de estacionamiento del Palacio Municipal. Y por iniciativa del Dr. Eduardo Fidanza, se habilitó una biblioteca en la casa contigua, de la que era propietario Santamarina.Por aquella época también entre el 20 y 25 de Mayo del año ochenta con motivo del centenario del nacimiento de Bernardino Rivadavia, se efectuó un extenso programa de actos en su homenaje.Y en oportunidad de la repatriación de los restos de San Martín, el 28 del mismo mes, tuvo lugar una ceremonia religiosa en la iglesia, embanderándose el pueblo con distintivo de luto y designándose a los vecinos José C. Gómez, Eduardo Fidanza, Enrique Spika y Valentín Delgadillo, para que representaran a Tandil en los actos realizados en Buenos Aires.Además, se impuso el nombre de San Martin a la calle que antes se denominaba América.Poco después comenzó a formarse un parque en el sector número 2 de la plaza Independencia que estaba dividida por la calle del mismo nombre y se retiraron los postes y cadenas que impedían el ac ceso de animales a los plantíos, colocándolos frente al cementerio nuevo.En cuanto al cementerio viejo, se resolvió demolerlo, alisando el terreno y plantando eucaliptus.Otras mejoras consistieron en aumentar a 170 los faroles en la vía pública que eran hasta entonces 130 -ubicándolos α 25 νaras de distancia entre sí y estableciéndose una multa al concesionario por cada farol que de noche no alumbrara.Se permitió atar cuatro caballos en los carros que entraran cargados al pueblo, y también se ratificó la prohibición de galopar por las calles.Se autorizó al vecino Pedro Anchen para que estableciera un servicio de volanta y se designó un comisario de impuestos -Lisandro de la Cuesta- quien tenía la función de hacer cumplir las obligaciones impositivas y pago de sisas, percibiendo el 10% de las infracciones que detectara. Y no debió andar muy bien don Lisandro en el complimiento de su cometido, ya que poco después fue reemplazado por Alejandro Cortina.Se construyeron, asimismo, por aquella época, el puente sobre el arroyo "Las Chilcas encomendándose la obra a los vecinos Antonio Magistrali y Luis Rabufetti-y tres alcantarillas que llevó a cabo Justino Sabaria, en los parajes conocidos como "Tropezón", "Machuchina" y "Petersen". autorizándose al vecino Luciano Birabén para que cobrara peaje una sola vez en el trayecto por los puentes mencionados y por el arroyo "La Merced".&nbsp;En otro orden y en razón de los escándalos que perjudicaban la moral pública, se emplazó a los dueños de casas de tolerancia y academias de baile, que estaban a la entrada del pueblo y en torno a la Plaza de las Carretas, para que se trasladaran a la parte Sudoeste.Llegado el año 83 tal vez el más significativo del siglo por la habilitación de la vía férrea a Buenos Aires- se festejó carnaval con un corso en las calles céntricas, financiado con las entradas al baile, licencias de disfraz y multas que se originaran por el no cumplimiento de las disposiciones relativas al juego, entre ellas, la prohibición de arrojar huevos y otros proyectiles.&nbsp;El cura se asoció días más tarde al progreso que en distintos aspectos iba registrando el pueblo y celebró la Semana Santa trayendo a fray Marcolino del Carmen Benavente, que era considerado, a la sazón, el mejor orador sagrado del país.&nbsp;Poco después del arribo del primer tren a Tandil -en mayo de 1883- se produjo la llegada del gobernador Dr. Dardo Rocha. La visita del ilustre visitante dio lugar a un baile en el club Social y a que el vecino Benito Bagú hiciera gala de sus aptitudes pirotécnicas, quemando artificios en la Plaza Independencia, frente a la casa municipal.NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

La visita del gobernador Dardo Rocha

Fuente: archivo El Eco.&nbsp;Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).&nbsp;Corrían tiempos ya lo hemos dicho en la nota anterior -de muchas dificultades para el pueblo. Pero, estaba intacto el hálito progresista, el espíritu de prosperidad, que 57 años atrás le insuflara a Tandil el fundador del Fuerte.Recién se colocaban las primeras chapas numerando los domicilios. Eduardo Knudsen tomaba a su cargo el cuidado de la plaza principal, con un sueldo de mil pesos mensuales. Carlos de Chapeaurouge mensuraba los terrenos y calles de la aldea.Pero no todo era avance. También había retrocesos.&nbsp;El cura José María Cambra -un español que había sido vicario de San Antonio de Areco-, había salido nomás con la suya, consiguiendo que se lo autorizara para otorgar las licencias por sepultura, quedándose con el importe total de lo percibido.Trinaban a la sazón los munícipes. Porque entendían- no era justo que la Municipalidad contribuyera con sus fondos para la construcción del cementerio, para sus refacciones y conservación, pagando mensualmente a un encargado, y no percibiera nada a cambio. Además -protestaban- el precio de fábrica de los ataúdes, era de 30 pesos para adultos y 15 para párvulos. Y el cura los cobraba 100 y 50. quedando una buena ganancia para la iglesia.&nbsp;Pero ganó la pulseada el cura.&nbsp;Así las cosas, en la reunión realizada por la Corporación Municipal que regía los destinos del pueblo, allá por el año ochenta de siglo XIX-precisamente el 19 de febrero- se resolvió levantar un monumento destinado a conmemorar las glorias de la Independencia Argentina. Se dispuso también, en esa misma oportunidad, que debía construirse en la calle Independencia, en el centro de las dos plazas, que se hallaban divididas por la misma.&nbsp;Tristán Gómez, autor del proyecto, propuso que la obra se pagara con el producido de una colecta pública. Aseguró que en ese momento contaba ya con 78.000 pesos y que en caso de que no pudiera cubrirse de esa manera el costo, la Municipalidad se haría cargo de la diferencia.En el transcurso de un cuarto intermedio se analizó el plano del monumento con forma de pirámide que se iba a construir y aprobado el mismo, las autoridades comunales se abocaron a reunir el importe necesario para posibilitar la obra.Cuarenta días más tarde, el 31 de marzo, en un acto apadrinado por el autor de la iniciativa a la sazón presidente del municipio se colocaba la piedra fundamental.Junto a ella, en un cofre, una publicación y monedas de la época, acompañando el acta que daba cuenta del acontecimiento. La que debe estar seguramente, todavía, allí abajo...&nbsp;En el pueblo del Tandil, jurisdicción de la provincia de Buenos Aires, República Argentina, a los 31 días del mes de marzo de 1880 -dice- sea notorio a la posteridad que la Corporación Municipal de esta localidad, en sesión de fecha 19-2 del corriente año, a indicación de su presidente don Tristán Gómez, sancionó la creación de un monumento que conmemorase la emancipación política de nuestro país, iniciada en el año 1810 por los inmortales patricios que componían el Congreso de Tucumán, hecho que los argentinos debemos recordar a la posteridad como gratitud a los que se han sacrificado por nuestra libertad y la del continente americano, a cuyo fin responde esta obra que se inicia en este día, colocándose este acta como piedra fundamental, estando presente como padrino el referido señor Juez de Paz del partido, que fue solicitado en tal carácter por la H. Corporación Municipal, los miembros que la componen. señores D. Bernardo Sabatté Laplace, Juan María Dhers, Isidoro De la Canal, Camilo Ortiz, el señor cura párroco de este pueblo don José María Cambra, quien llenó las formalidades prescriptas por el ritual romano, dándose así por terminado el acto, firmando las personas ya nombradas y algunos de los concurrentes -Ángel Valenzuela, comandante del partido; Manuel Suárez Buyo, José del Carmen Valenzuela, Rafael Gibelli, Enrique Spika y Justino Sabaria, arquitecto constructor de todo lo que yo, el infrascripto escribano público, doy fe".Y firmaba al pie Aureliano Castro, escribano, y Fabián Fernández, secretario.&nbsp;Al año siguiente el 6 de mayo la misma Corporación dispuso quitar una de las piedras colocada en la Pirámide donde figuraba el nombre de Tristán Gómez, según se dijo entonces "en razón tocante a la delicadeza individual del Sr. Gómez.&nbsp;En 1883-el 21 de febrero se resolvió cercar la Pirámide con una verja de hierro, colocándosele umbrales de mármol de la sierra de La Tinta. Y un año más tarde, como a los munícipes les pareció chica la obra, con fecha 3 de julio resolvieron quitar la estatua que estaba en la cúspide y enaltarla dos metros más. Transcurridos varios años, habría de quitársele también la verja que la circundaba.&nbsp;NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

Sucesos notables