Los cantones en la revolución de 1874
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Fuente: archivo El Eco.
Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).
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No soplaban aires propicios para el Gobierno de Nicolás Avellaneda, allá por el setenta y cuatro del último siglo que pasó. Derrotado el Partido Nacionalista, que sostenía el nombre del general Bartolomé Mitre como candidato a la primera magistratura de la Nación, éste se alzó en armas contra los poderes constituidos.
La revolución estalló el 24 de septiembre, apoyada por el general Ignacio Rivas y otros militares, en momentos en que ejercía las funciones de Ministro de Guerra, como hombre fuerte, el Dr. Adolfo Alsina, distanciado del jefe revolucionario por profundas diferencias de carácter político, a las que sumaba su antipatía personal.
Esta fue la chispa. Al día siguiente, desde San Luis, lanzó su grito de rebeldía, plegándose al movimiento, el general Arredondo. Y ardieron simultáneamente los focos en distintos lugares de la República, originando llamaradas que fueron propagándose, especialmente en la provincia de Buenos Aires, que habría de ser, en definitiva, el escenario principal de la revuelta.
Las acciones se centralizaron en "La Verde", un viejo establecimiento de los Unzué, ubicado en el oeste, donde se concentró el grueso de las fuerzas rebeldes comandadas por el general Borjes, dispuestas a enfrentar al comandante Inocencio Arias, jefe de los efectivos leales al Gobierno.
El coronel Benito Machado, a la sazón, estaba en Tandil, retirado ya de la acción combativa. Junto a su esposa y su hija, descansaba en la amplia residencia ubicada en la intersección de las calles San Martin y Rodríguez, con espalda a Pinto y 9 de Julio. Mitrista ferviente, sin embargo, no resistió a la tentación y revitalizando fuerzas, se sumó al movimiento, lanzando una vibrante proclama, con la que logró reunir, en torno a su bandera, a un elevado número de gauchos, la mayoría de los cuales, habían integrado su glorioso regimiento "Sol de Mayo". Y con ellos, acaudillándolos como en sus mejores tiempos, marchó en demanda de "La Verde", para incorporarse a las fuerzas de Borjes.
Su esfuerzo, sin embargo, habría de resultar estéril, ya que en forma sorpresiva y sin medir las consecuencias de estar deficientemente organizado, el militar rebelde desencadenó su ataque contra las fuerzas superiores, sacrificándose inútilmente.
En Tandil, en tanto, en ausencia de Machado -tal como lo hemos narrado en una nota anterior- asumió la defensa, como comandante, Moisés Jurado.
Propietario entonces del almacén de ramos generales ubicado en Yrigoyen y San Martin -que luego fuera de Juan Viz, donde últimamente estuvo la bicicleteria de Ruda y Alfano y actualmente hay una colchonería- improvisó sobre el techo de la finca el primer cantón que defendería en Tandil la causa del general Mitre.
Lo acompañaban, mal armados, unos ochenta hombres, en su mayoría de nacionalidad extranjera.
En la ochava de enfrente -donde después estuvo la tienda de Pedro Nazar y ahora está Mandarano- funcionaba la herrería de Domingo Inchausti, quien acompañado de 70 vecinos, convirtió su casa en un segundo aguerrido cantón, a cuyo frente se encontraba Martin Pennachi, que era arquitecto y constructor de obras y que luego fuera padre de quien llegó a ser destacado político Alfredo Pennachi.
Hallándose ambos baluartes a la espera de los acontecimientos, se tuvo conocimiento del avance del coronel Hortensio Miguens quien, fiel al Gobierno constitucional, marchaba de Ayacucho a Tandil, al frente de efectivos regulares del Ejército nacional.
Apenas llegó; cruzando el pueblo, ocupó la Municipalidad y la comisaría, rodeando los cantones y toda la zona adyacente.
Los defensores, no ignoraban la derrota de "La Verde": sin embargo, se mantenían firmes en sus posiciones. Intimados poco después, sin embargo, aceptaron la rendición, con la condición de que se respetaran sus vidas, comprometiéndose, bajo palabra de honor, a hacer entrega de las armas.
Tras el acuerdo según el cual las fuerzas oficiales quedaban dueñas absolutas de la plaza, Pennachi y Miguens firmaron un acta. Después, estrecharon sus manos.
Era la tarde del 1 de noviembre, poco más de ciento veinte años atrás.
NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 30 años por El Eco de Tandil.
