Bertrand, la promesa que se apagó demasiado pronto
Apenas dieciséis años tenía Omar Bertrand, en 1980, cuando fue figura y goleador de aquel San José campeón de Primera B.
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Cuarenta años después, los recuerdos afloran en la memoria de quien guiara al “Católico” a la categoría superior: “Yo era chico y al comienzo del año me pusieron de titular. Me dieron esa confianza y ahí quedé. Me acuerdo que a San José iban a probarse pibes de todos lados. Pero a mí me dieron esa oportunidad y la aproveché. Tenía esa habilidad para hacer goles”.
Para él, son inolvidables los trayectos a la quinta San Gabriel, para entrenarse en la semana: “Lo teníamos a José Solimanto de preparador físico. En la quinta hicimos de locales todo el año, aunque las finales fueron en el estadio. A mí me pasaba a buscar para las prácticas el ‘Flaco’ Lanestosa, que hacía el reparto de los vinos Fraifer. Otras veces íbamos en bicicleta y cruzábamos directamente desde el Dique, no teníamos que dar toda la vuelta porque no había construcciones, era todo campo. Ahí se formó ese grupo de amigos que fue fundamental para ganar el campeonato”.
Bertrand guarda un recuerdo nítido de las finales con Excursionistas: “Ellos tenían un gran equipo, con un arquerazo como Ruffa y un ‘9’ espectacular como era el ‘Negro’ Puggioni. En uno de los partidos contra ellos, movimos del medio, quedé de frente a mi arco y me dieron con todo desde atrás. Me desperté en el vestuario, con mi viejo preguntándome cómo estaba. Me sacaron del partido. Para la final ya estaba más prevenido, me cuidé más. Hice tres goles y ascendimos”.
De Bochini a Campo de Mayo
Bertrand era un prometedor delantero, con condiciones como para trascender en otros niveles. Quedó en el camino por diversas razones, que explica en detalle:
“Me fui a probar a Independiente de Avellaneda, club del que soy hincha. Fuimos con David Gómez, que jugaba en La Movediza. Éramos como cincuenta pibes y quedamos nosotros dos. Jugamos tres años ahí hasta que el ‘Zurdo’ López me llamó para entrenar con la Primera. Era la época de Bochini, Burruchaga, Marangoni, Olguín, unos fenómenos”.
Sin embargo, el contexto y la criminal dictadura militar le jugaron en contra: “Yo tenía un permiso para no hacer el servicio militar y poder entrenar con Independiente, que lo había gestionado el club. Pasaba todas las mañanas por Campo de Mayo, firmaba y me iba a la práctica. Un día fui a firmar y no me dejaron irme. Yo no tenía ni idea de lo que pasaba, se venía la Guerra de Malvinas. Me tuvieron dieciocho meses adentro, mis viejos se volvieron locos buscándome. En esa época no te daban ninguna explicación. Y en una prueba, nos teníamos que largar desde un helicóptero a pocos metros del piso, caí mal y me quebré. Me enyesaron mal, hicieron un desastre, ni internado estuve. Terminé siendo chofer de Luciano Benjamín Menéndez”.
Las consecuencias fueron nefastas: “Estuve dieciocho meses hasta que me dieron la baja. Al yeso me lo terminé sacando con un cuchillo, porque no lo aguantaba más. Al terminar la ‘colimba’ arreglé con Los Andes, pero me terminé rompiendo otra vez”.
Bertrand deja en claro que “el fútbol ya no fue lo mismo para mí. Volví a Tandil, casado, con 23 años. Me dediqué a la panadería, el trabajo de mi abuelo y mi viejo. Me vino a buscar Abel Alonso para jugar en Santamarina. Fui tres días, hasta que me di cuenta de que se había terminado. Desde entonces, solamente jugué con amigos”.