La doble experiencia olímpica de Leandro Maly
Participó en Atlanta 1996 y Sídney 2000, en una de las épocas más brillantes de la historia del vóleibol argentino. Las victorias sobre Brasil, un grupo inquebrantable y el aura de Muhammad Ali; recuerdos de tiempos imborrables.
Deportistas de todo el mundo y de diversas épocas coinciden en que la participación en Juegos Olímpicos es lo más relevante que les ha sucedido en sus trayectorias.
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Puede dar fe de ello Leandro Maly, nacido en Tres Arroyos y formado en Tandil, quien integró los equipos de vóleibol en Atlanta 1996 y Sídney 2000.
El “Gato” tenía 20 años cuando Daniel Castellani lo llevó a la cita máxima del deporte en Estados Unidos; y 24 cuando Carlos Getzelevich lo convocó para la competencia en Australia. Con destacados resultados para el seleccionado argentino, que terminó en octavo y cuarto puesto respectivamente, con sendas y recordadas victorias frente a Brasil.
Además de ambas competencias, el atacante Maly formó parte de otras varias de carácter internacional con la camiseta albiceleste. Recorrió el mundo pasando la pelota al otro lado de la red, al ser incorporado por clubes de Italia, Francia, Turquía, Ucrania, Japón e Irán.
A dos décadas de aquella última participación olímpica, “Leo” repasó con este Diario esos tiempos en la cima del deporte mundial.
-¿En qué lugar ponés a los Juegos Olímpicos dentro de tu trayectoria?
-Están arriba de todo. Un Juego Olímpico es la máxima expresión del deporte a nivel mundial. Es un ambiente muy particular, algo inexplicable.
-Y el primero de ellos te llegó muy joven, con veinte años.
-Claro, yo había participado en la preselección mayor para los Panamericanos del ’95, que se hicieron en Mar del Plata. Me llamó el entrenador, Daniel Castellani, para decirme que no iba a jugar ese torneo, pero que iba a quedar convocado luego. Hice toda la pretemporada y después fui a la Copa Japón, en noviembre del ‘95, que fue mi debut en la selección mayor. Al año siguiente, también me convocó para el Preolímpico.
-¿Ese Preolímpico fue el escalón hacia Atlanta?
-Sí, ganamos la clasificación sin mayores problemas, porque Brasil no estaba en ese torneo. Fuimos a Venezuela y superamos al local, a Colombia y Perú.
-¿Qué tipo de equipo era ese seleccionado argentino?
-Era un equipo joven, en formación, con proyección para varios años. Fue un proceso intenso, donde se buscaba la excelencia.
-¿Qué es lo primero que recordás de Atlanta ’96, más allá de lo deportivo?
-Hasta entrar a la Villa Olímpica, era un torneo como cualquier otro. Una vez que quedé acreditado, empecé a vivir todo ese ambiente, a cruzarme con gente de todo el mundo. Es totalmente motivante formar parte de algo así. Ahí no hay rivalidad de ningún tipo, es otro mundo.
-¿Te ocurrió cruzarte con alguna gran figura?
-En la ceremonia inaugural, con los jugadores de la NBA que después arrasaron y se llevaron el oro en básquet. Y te dabas cuenta de que hasta ese tipo de estrellas se conmovía con un momento así. Otra cosa muy fuerte fue verlo a Muhammad Ali, que encendió el pebetero y vino un par de veces a la Villa Olímpica. Nosotros recién terminábamos de entrenar y estábamos en el comedor, entró y nos quedamos todos con la boca abierta. Tengo ese recuerdo de un tipo que estaba deteriorado físicamente, pero con una entereza admirable. Transmitía paz y tranquilidad.
-En Atlanta se dio la primera victoria frente a Brasil, en la fase de grupos. ¿Qué recordás de ese partido?
-Nosotros veníamos muy entusiasmados, y dentro del juego nos dimos cuenta de que podíamos ganar. En un momento, Castellani nos dijo “muchachos, no festejen mucho los puntos, que si estos se despiertan podemos perder”. Les terminamos ganando 3 a 1, un partidazo.
-¿Brasil estaba un escalón por encima?
-Sin dudas. Brasil siempre va a estar un escalón por encima, cuenta con un caudal muy grande y mucha pasión por el voley. Ellos tienen 500.000 jugadores federados y nosotros 3.000. Pero también saben que Argentina es un rival incómodo, nos tratan con mucho respeto, al igual que nosotros a ellos.
-Pasaron la zona y les tocó Italia en cuartos de final. ¿Ese sí era imposible?
-Una terrible potencia, pero ahí poco importaba quien nos tocara. El mensaje del entrenador era que disfrutáramos del momento. Le sacamos un set, perdimos 3 a 1. En ese momento, nos costaba mantener la cabeza dura durante tres horas. No teníamos ese roce, que fuimos adquiriendo con el tiempo.
-¿Por ese motivo perdieron los partidos posteriores, en la ronda del quinto al octavo puesto?
-Nuestra realidad es que sentíamos el desgaste. No estábamos acostumbrados a esa exigencia física, de varios días en el más alto nivel. Por más que quisiéramos, al final ya no saltábamos los 90 centímetros de los primeros partidos. Perdimos con Brasil 3 a 1, y con Bulgaria 3 a 2.
-Muchos marcan a esa Italia como el mejor equipo de la historia, aunque haya perdido la final con Holanda.
-Claro, la Italia de Julio Velasco. Fue impresionante jugar contra Cantagalli, Gardini, Bernardi, Tofoli; tipos que ganaron mundiales y cantidad de títulos en la década del ’90. Por momentos les jugamos de igual a igual, de caraduras que éramos. Se les escapó el oro en esa final con los holandeses.
-¿De tus compañeros, a quien veías con esa admiración de haberlos disfrutado en el seleccionado como espectador?
-En ese momento, en el armado estaba Javier Weber y ya asomaba a nivel mundial Marcos Milinkovic. Hugo Conte, que era el otro histórico, volvió después y jugó en Sídney.
-¿Después de Atlanta seguiste siendo incluido en las convocatorias?
-Sí, salvo un período en el ’98 en que estuve lesionado. Después participé en el resto de los torneos, como los Panamericanos de Winnipeg, y varias giras por el exterior.
-¿En ese momento se dio el cambio de entrenador?
-Eso fue a fines del ’98. Hubo diferencias entre la Federación y Castellani; y empezó el proceso de Carlos Getzelevich.
-¿Ya a esa altura jugabas en Europa?
-Sí, yo estaba en Azul Voley cuando fuimos a Atlanta. Y en medio de los Juegos Olímpicos, Javier Weber me dijo que me estaba buscando un equipo de Italia. Así, pude cumplir mi sueño de jugar en Europa.
-¿Te sumaste de inmediato?
-Estando en Atlanta, le avisé a mi vieja que me preparara una valija y ella no entendía nada. Llegué a Argentina, estuve dos días en Tandil y me fui a Italia. No existían las comunicaciones de ahora, tardé como una semana en poder avisarle a mi familia que ya estaba instalado allá.
Vuelo a Sídney
-¿Qué cambió para Sídney 2000, en tu juego y en el equipo?
-La base era la misma, con algunos jugadores que repetimos. Pero teníamos más experiencia y el objetivo era más elevado, nos sentíamos capacitados para formar parte de la élite.
-¿Se repitió aquella vivencia de algo especial por el clima olímpico?
-Fue volver a vivir un ambiente increíble. Tengo una anécdota de aquella vez. Estábamos con dieta estricta, nos controlaban comida y bebida, todo el día. Después de la cena, le avisábamos al cuerpo técnico y médico que íbamos a caminar un poco por la Villa Olímpica, supuestamente para hacer la digestión. Volvíamos al comedor, una especie de galpón gigante, y nos íbamos al McDonald’s, que estaba abierto las veinticuatro horas y era totalmente gratis. Comíamos hamburguesas, no estaba bien lo que hacíamos pero era una tentación irresistible.
-¿Ganaron los partidos clave en la fase de grupos?
-Sí, le ganamos bien a Estados Unidos y a Corea del Sur, que eran rivales fundamentales para pasar la zona. Otra vez en cuartos de final, con un equipo que se sentía fuerte, nos dimos cuenta que podíamos dar ese salto y meternos entre los cuatro mejores.
-Y nuevamente apareció Brasil en el camino.
-Otra vez Brasil, cuatro años después. Aclaremos que del ’96 al 2000, en cada torneo que nos cruzamos con ellos, nos ganaron siempre. Pero estaba esa coincidencia de volver a encontrarnos en Juegos Olímpicos y creíamos que se podía repetir.
-¿Cómo fue la previa?
-En la práctica del día anterior fuimos un desastre. Getzelevich estaba recaliente, cortó el entrenamiento. Pero la realidad es que nosotros estábamos con la cabeza en el partido. A esa altura Weber era uno de los mejores armadores del mundo, lo mismo Milinkovic en la función de opuesto, además de que había vuelto Conte. Teníamos armas para pelear, siempre y cuando cada uno alcanzara su mejor nivel.
-¿Se dio de esa manera?
-Tuvimos ese plus que nos permitió mantenernos siempre en partido, más allá de haber perdido el primer set. Todo lo que habíamos estudiado y hablado de Brasil era lo que sucedía en la cancha, y lo estábamos contrarrestando bien. Entendimos cada momento del juego, con un cuerpo técnico que todo el tiempo nos entregaba información precisa. Lo levantamos y ganamos 3 a 1, con el último set 27-25.
-¿Fue el partido más importante y el triunfo más disfrutado de tu carrera?
-Sin dudas, un momento único. Era pasar a luchar por una medalla y dejar afuera a nuestro clásico rival de toda la historia. Contra todo pronóstico, porque ellos eran claros favoritos.
-¿Después estuvieron lejos de obtener medalla?
-En el pase a la final, contra Rusia, no estuvimos lejos. Perdimos 3 a 1, jugando muy bien. El jugador más bajo de ellos medía 2,05. El más alto nuestro, el “Caño” Spajic, medía 2,06. Pero logramos jugarle a la par, por picardía. Les apuntábamos a los codos, para que un rebote la hiciera irrecuperable. Por momentos lo logramos y en otros nos dominaron. En el partido por el bronce, sí, Italia nos superó con claridad.
-En ambos casos usaste el número 4. ¿Fue el que te identificó en toda tu carrera?
-Sí, aunque empecé usando el 2. Hasta que un gran amigo, como es Luisito Fuentes, dejó de jugar en Unión para dedicarse a estudiar. Le pedí permiso para quedarme con su número y lo mantuve.
El orgullo de ser parte
-¿Qué te dejaron aquellos tiempos de selección?
-El orgullo de formar parte de una etapa importante. Fue el segundo ciclo más destacado de la historia del seleccionado argentino, después de la década del ’80 en que se lograron terceros puestos en el Mundial del ’82 y en los Juegos Olímpicos del ’88.
-¿En medio de ambos Juegos Olímpicos se dieron cambios reglamentarios importantes? ¿Cómo impactó eso para el seleccionado argentino?
-Tal cual, se implementó el líbero y el punto directo, por lo cual se anuló el cambio de saque. A nosotros nos vino bárbaro, porque éramos un equipo aguerrido, pero se nos complicaba si un rival sacaba como una bestia. Nos caía mejor el punto largo y que los partidos fueran más técnicos. No nos podíamos basar en la fuerza. Y con el líbero, al tener a Pablo Meana, nos facilitaba todo el trabajo.
-En todo ese período, ¿quién fue tu socio, dentro o fuera de la cancha?
-Nosotros fuimos un bloquecito de siete-ocho. Esas mismas personas nos seguimos juntando, somos amigos para toda la vida. Una base que quedó inalterada en el tiempo y trascendió lo deportivo. Nos juntamos cada vez que podemos.
-¿En qué momento se cerró tu ciclo en la selección?
-Yo no pude jugar el Mundial 2002, que se hizo en Argentina, por una lesión. La realidad es que no estaba para aportar algo al equipo. Al entrenador se le caían las lágrimas cuando me anunció que quedaba afuera. No porque yo fuera un jugador tan destacado, sino por la simbiosis que se había creado en el grupo. Después volví al seleccionado, pero aparecieron problemas dirigenciales que no nos gustaron y se terminó el ciclo.
-¿En qué se reflejaban esos problemas?
-Los calendarios eran cada vez más cargados. Estabas nueve meses en un club y se notaba el cansancio al volver al país. Terminábamos jugando la mitad de los torneos, por las lesiones.
-¿Qué evaluación hacés del seleccionado actual?
-Hay un gran nivel. Pero, desde el lugar del mayor respeto, debo decir que en los clubes se gana un dinero muy superior al de nuestra época. Y eso transformó al vóley en un deporte bastante egoísta. El juego es vistoso, pero creo que falta la pasión de otros tiempos.
-¿Hay algún jugador parecido a Maly en la actualidad?
-Voy a nombrar a dos, cada uno con sus particularidades. Uno es Cristian Poglajen, que cuida mucho la pelota y entiende los momentos del juego. Otro que me gusta es un pibe que juega en Bolívar, Brian Melgarejo. También es de esos que saben usar la mano. Igual, puede haber muchos como Maly. Lo que por ahí falta es un Milinkovic, no solamente en lo deportivo sino en lo que representa.
Los planteles
El seleccionado argentino de vóleibol terminó en octavo puesto en los Juegos Olímpicos Atlanta 1996. La plantilla estuvo integrada por Fernando Borrero, Jorge Elgueta, Sebastián Firpo, Sebastián Jabif, Leandro Maly, Guillermo Martínez, Marcos Milinkovic, Pablo Pereira, Guillermo Quaini, Eduardo Rodríguez, Alejandro Romano y Javier Weber.
En Sídney 2000, la albiceleste se ubicó el cuarto lugar. Sus integrantes fueron Jerónimo Bidegain, Hugo Conte, Sebastián Firpo, Christian Lares, Leandro Maly, Pablo Meana, Marcos Milinkovic, Leonardo Patti, Pablo Pereira, Juan Pablo Porello, Alejandro Spajic y Javier Weber.
El vóleibol argentino participó en siete ediciones de Juegos Olímpicos y su mejor labor fue en Seúl 1988, cuando finalizó en tercera posición.