Con la polarización, por la continuidad o la alternancia
Un escenario atípico surcó la campaña y se percibe que se replicará hoy en cada mesa donde se realizará el recuento de votos de los tandilenses que resolverán quién conducirá los destinos de la ciudad los próximos cuatro años.
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La atipicidad responde a una polarización que no conoce mayores precedentes desde que el lunghismo asumió el poder. Tras aquella épica victoria por un puñado de votos en el 2003, cuando Miguel Lunghi le arrebató el triunfo al justicialista Mario Bracciale, los escenarios electorales que le sucedieron fueron replicándose entre la competencia de los dos principales partidos (radicalismo y justicialismo) con sus distintas etiquetas y/o frentes, y una tercera opción que pugnó, a veces con suerte otras no tanto, por ser la alternativa y cosechar los votos suficientes para tener representatividad en el poder legislativo.
En esta oportunidad, dicha “tercera vía” estoicamente encarnó la dirigente empresaria Andrea Almenta bajo el paraguas de la candidatura presidencial de Roberto Lavagna. El en el país, como ella en la ciudad, parecen haber quedado eclipsados por las luces de la citada polarización, no dejando mayor expectativa sobre la suerte electoral.
Para ello mucho tuvo que ver la fortaleza de la gestión lunghista como la alquimista campaña que llevó adelante la candidatura de Rogelio Iparraguirre, quien primero logró lo imposible: que todo el amplio como nada fácil abanico justicialista se encolumnara detrás de su postulación que, a esta altura e independientemente del resultado, pasó a ser un liderazgo que por décadas el peronismo careció.
Una vez lograda la unidad y con la militancia disciplinada, salió a la vecindad con una plataforma sólida y un discurso aceitado, apelando a su sentido de pertenencia partidaria pero poniendo el acento en aquello que se bautizó como la tandilidad, un sentir que bien su competidor, Miguel Lunghi, supo explotar al máximo por casi dos décadas.
Precisamente el concejal con aspiraciones de intendente se enfrenta a una maquinaria electoral aceitada que más allá de los esfuerzos de los asesores por mostrarse creativos, le alcanza –y hasta aquí le sobró- con recostarse en un liderazgo paternalista inalterable y seductor para una buena parte del electorado serrano, a pesar de los años transcurridos y el desgaste natural de una gestión enquistada por 16 años sin mayores renovaciones de sus cuadros políticos.
Un triunfo de Iparraguirre resultaría igual de épico que aquella victoria del pediatra en el 2003, con una salvedad. Hace 16 años Lunghi no contó con un la fortaleza de candidatos nacionales y provinciales con amplias chances de ganar. Más bien casi siempre resultaron un ancla los referentes que acompañaron la lista que siempre tiró hacia abajo por la contundencia del pediatra.
Por eso el elegido perfil vecinalista que no tuvo empacho en ostentar desde aquel 2003, cuando disimulaba su pertenencia al partido del cual se siente de cuna y de tumba. Con los años, y el poder consolidado, retornaría al Comité de calle Mitre sin culpa y hasta levantarían las banderas alfonsinistas como las boinas blancas que alguna vez supieron guardar.
Fue el pediatra y ese grupo de por aquellos años entusiastas radicales, sumado a las “traiciones” padecidas por Bracciale, lo que lograrían lo que parecía una quimera en el 2003.
En el caso del kirchnerista que nunca sacó los pies del plato aunque sí imaginó una candidatura que saltara un espacio político que parecía condenado al ostracismo a fuerza de causas judiciales y acecho mediático, ahora tiene el desafío de retener todo ese vendaval que se pronostica como respuesta a la cruenta economía padecida.
La alternancia
Las candidaturas de Lunghi e Iparraguirre se debatieron por una palabra que caló hondo en los días proselitistas y que no precisamente ellos la promovieron. Fue el competidor interno radical en tiempos de las PASO, Marcos Nicolini, el que lo puso sobre la mesa, y ahora Iparraguirre pretende recoger esos presuntos adherentes con esa idea o convicción.
Vale aclarar que la espina interna que representó Nicolini para el lunghismo rápidamente fue extirpada, por obra y gracia de una delicada acción quirúrgica del propio Lunghi y un prolijo Nicolini que, como buen correligionario, se mostró políticamente correcto, acatando la voluntad popular y mostrándose como buen perdedor al lado del triunfador.
No sin picardía, el lunghismo respondió sobre la mentada alternancia que en el gabinete hubo y habrá renovación. Y llevando la discusión al terreno de la edad y el desgaste de Lunghi, cuando sobre eso no fue lo que se debatía.
La clave electoral, entonces, será conocer cuánto será sopesado en las urnas esa presunta necesidad de alternancia. Si los votos que Nicolini supo concebir con dicho mensaje podrían trasladarse a la figura de Iparraguirre y así lograr la postergada victoria justicialista en Tandil.
Si bien resulta difícil de medir, a priori el pronóstico podría anticipar que buena parte de aquellos que apostaron a la figura de Nicolini como alternancia difícilmente apoyen a un candidato justicialista, ya que precisamente su ADN es antiperonista y resulta un voto fiel a Macri y Vidal.
En esa discusión, entonces, se focalizará la atención en las próximas horas en la ciudad, cuyos vecinos decidirán por la continuidad del Miguel Lunghi para que siga trabajando de intendente otros cuatro años más (los últimos) o apuestan a la alternativa encarnada por Rogelio Iparraguirre, en lo que representaría patear el tablero apostando a una renovación. La historia electoral serrana hasta aquí no se mostró muy entusiasta de las apuestas. Hoy se develará la incógnita.