JUEGOS OLIMPICOS DE LA JUVENTUD
Sólo habrá éxito en esa vía poderosa de inclusión social
Por Eduardo Aldasoro
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Que el fervor popular y la cosecha de medallas no oculten un contexto que se presume difícil para invertir en el fomento del alto rendimiento. Aunque el fuego del pebetero se apagó y la aureola de Buenos Aires desaparezca para siempre, quedará el recuerdo de que alguna vez, durante trece días, el espíritu olímpico ardió en la capital argentina hasta impregnar el aire y dejar ese vacío que dejan los hechos que se añoran.
Si bien los sucesos o los sentimientos no tienen por qué servir para algo, sino más bien merecen ser vividos con intensidad y como aprendizaje, la pregunta de para qué sirvieron estos Juegos de la Juventud flota en el ambiente. Tanto en quienes no saben un pomo del mundo de los cinco anillos como en los que siempre rogaron por esta chance de ser partícipes. Quienes miden la vida en números están de parabienes, valorarán a Buenos Aires 2018 como los Juegos de la Juventud con mayor cantidad de espectadores.
Tienen la estadística de su lado 974.413 mortales, incluidos 200.000 alumnos invitados, concurrieron a las sedes, con picos de 33.000 en el Parque Olímpico, 16.000 en el verde, 6.500 para ver Argentina-Brasil en futsal y 4.500 en CASI para el oro de Los Pumitas. Si se suman los 200.000 que presenciaron la impactante ceremonia inaugural y todavía siguen con la mandíbula en el piso tras ver bajar a un acróbata portando la bandera argentina desde la punta del Obelisco hasta el suelo, con la piel erizada por las estrofas y los acordes del Himno, el total destrozó la cifra de los 610.000 que vieron Nanjing 2014.
Pero bastó caminar los Parques, hablar con amigos que se bancaron horas de cola, disfrutar como un espectador más junto a la familia o un grupo de alumnos a cargo, y meterse un ratito para no morir en redes sociales para advertir que Buenos Aires 2018 no fue números. La gente quiso ver deportes -los tradicionales y los novedosos- en vivo y por la televisión.
Hubo espectadores que terminaron prendiéndose con la idea de ver atletas, ciclistas, remeros, garrochistas; y otros terminaron alentando a las Kamikazes de handball o Las Leoncitas de hockey, o llorando con Delfina Pignatiello, que se tiró a la pileta a ganar la plata en 800 metros libres, después de la muerte de su abuela.
Sin fútbol local y con la selección en recambio y mirada con desinterés, niños, adolescentes, padres, abuelos y familias enteras descubrieron que existen otros deportes. De repente, se encontraron festejando un 10 de Agustina Giannasio en tiro con arco, se sorprendieron con las piruetas de Iñaki Mazza Iriartes y Agustina Roth en el BMX, y ya están buscando algún muro de escalada para animarse con el arnés. Y en estos Juegos se vieron ejemplos de alegría y desazones, que pegaron fuerte porque son pibes de 15 a 18 años los que pusieron el cuerpo. Por eso, se ovacionó a todos y se les pidieron fotos.
Los resultados llegaron como corolario de un proceso histórico de detección de talentos jóvenes que se desarrolló con filtros durante tres años. Así se trabaja en las grandes potencias. Así no se suele trabajar habitualmente en Argentina. ¿Así se seguirá trabajando? Pavada de gran interrogante. Tandil tuvo en Brisa Bruggesser una brillante representante con un futuro a mayores cosas.