A César Falistocco (y a su hijo Antonio)
En su edición del sábado 21 de enero El Eco de Tandil señalaba “La ciudad se conmovió anoche con la confirmación de la muerte del piloto César Emilio Falistocco, quien sufrió una tragedia aérea ayer, por la tarde, cerca de la localidad chilena de Villarrica. La noticia impactó aún más al recordar que pasaron solo ocho meses del fallecimiento de su hijo Antonio, en otro accidente aéreo ocurrido en Córdoba. César Falistocco había viajado para el XI Festival Aéreo de Villarrica, donde se iba a presentar la Escuadrilla Argentina de Acrobacia Aérea…”
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Por Ana Pérez Porcio
Hace unos años entrevistamos al avezado piloto para este suplemento. Había dejado la Fuerza Aérea tiempo atrás para dedicarse a sus actividades privadas, entre ellas una escuela de aviación, sus clases de matemáticas, su actividad como piloto de pruebas y los tradicionales shows de acrobacia aérea. También recordaba entonces el accidente del que se salvó… de milagro. Pero el milagro no volvió a repetirse en esta oportunidad cuando viajaba hacia un festival aéreo en Chile. Está quienes dicen que murió en su ley; en tantos otros opinan que fue a encontrarse con su hijo Antonio y ahora, ambos, continúan volando haciendo un looping tras otro a ras del cielo. Esta es parte de la nota a César Falistocco, un homenaje a él y también a su amado hijo Antonio, ambos fallecidos en accidentes aéreos.
-César ¿nos presenta a su familia?
-Mi esposa se llama Rosana. Antonio, mi hijo, estudia Ingeniería Aeronáutica en la Universidad de La Plata. Mi hija María Emilia está terminando el secundario y tiene ganas de hacer algo de Comercio Exterior.
-¿Cómo llegó a Tandil?
-Hace más de 20 años que estoy en la ciudad, vine con la Fuerza Aérea a volar los Dagger como muchos otros pilotos, fui capitán y jefe del Aeropuerto Tandil y una vez que estábamos viviendo acá me gustó, tuve algunos negocios particulares y cuando me tocaba ir a vivir a Buenos Aires –porque la Fuerza Aérea rota su personal para hacer las escuelas de guerra- decidí quedarme. Ya era instructor del Aero Club, había puesto mi propia escuela de vuelo, el negocio andaba bien, los chicos nacieron acá, me daba mucha angustia, tristeza mover la familia y pedí el retiro.
-¿Qué nos dice de su infancia? ¿Fue un chico feliz?
-¡Sin duda! Papá era empleado de comercio y de un banco local y su hobby, su actividad de fin de semana era volar en el Aero club de Río IV, que es una entidad muy importante dentro de la ciudad, nuestro club de toda la vida, de fin de semana. De chico jugué mucho entre los aviones, en espacios verdes grandes, en la pileta, hasta que cerca de los quince comencé a hacer el curso de piloto de planeador y también el de piloto antes de ingresar a la Fuerza Aérea.
-Empezó a volar de chiquito
-Sí y mis recuerdos más bonitos son de un biplano antiguo (Stirman) que era en el que mi papá remolcaba los planeadores del club y me llevaba en ese avión. Son los recuerdos de chiquito más agradables, más lindos porque tenía la cabina abierta yo lo veía “gigante” y como era una actividad que me gustaba –al contrario de mi hermano que no le gustaba volar- estaba todo el tiempo viendo que alguna persona o conocido saliera para pescarme. En general nunca vi accidentes y puedo decir que mi infancia fue muy feliz, los fines de semana toda la familia estaba en el club, papá volando, mamá jugando al tenis, nosotros en la pileta.
-¿Y a qué edad pudo pilotear finalmente un planeador?
-A los 16 años, junto con un cinco de amigos de la infancia, compañeros del primario que nos mantuvimos volando como un deporte más. Y después comencé a hacer el curso de piloto que ya se había vuelto muy costoso, entonces cuando me toca decidir la carrera –quería ser ingeniero electrónico- me ataca la gran duda entre seguir ese camino o ir a la Fuerza Aérea a volar profesionalmente, era una muy buena oportunidad. Finalmente hago el ingreso a la Universidad y a la Escuela de Aviación, no me podía decidir… el tema era que si no hacía los cuatro años en la Escuela y si dejaba antes de terminar eran años perdidos.
-¿Cómo se decidió?
-Las ganas de volar y los consejos recibidos de la familia ayudaron a decidirme por la Escuela de Cadetes, donde me fue muy bien.
La guerra inútil
-¿Le tocó participar en Malvinas?
-No, en el 82 no había comenzado a volar. Creo que todas las Fuerzas Armadas asumieron que la guerra no iba a ser tan corta. Si bien era de la clase 62 y los soldados incorporados fueron, quienes estábamos por volar nos dejaron para ir completando el ciclo –a mi modo de ver una gran estupidez- porque había mucho menos aviones que pilotos, entonces de seguir la guerra se hubieran acabado antes los aviones que los pilotos que se estaban formando. Tuve la suerte a mi criterio de verla un poquito desde adentro y después convivir y tener de instructores todos los pilotos héroes que estuvieron en la guerra. En el 83 fui a Mendoza a la unidad donde forman los pilotos de combate y ahí estaban también los instructores que habían estado en Malvinas.
-¿Hubiera querido participar de la guerra?
-Sí. En esa época creo que todos peleamos mucho para ir y nos sentimos muy desafortunados de que no nos hubiese tocado. Esa era la sensación de ese momento. Hoy a la distancia, no solo evaluando la guerra sino la proyección del país me doy cuenta que la guerra fue totalmente inútil, porque para mí es válida cuando el país mantiene -aunque haya perdido- los objetivos que se impuso. Fueron muertes inútiles, una pelea callejera pero con gran poderío. Nada más.
-¿Qué decía su familia sobre sus deseos de volar en Malvinas?
-Estaba la novia, los padres… creo que en general incluso en los soldados que fueron había un sentimiento encontrado que es este deber ser que todos queríamos –no lo digo por mí sino porque cualquier persona que hubiera estado en condiciones hubiera ido, como el que pudo colaboró con plata, con lo que fuera- y por otro lado el sentimiento de los familiares directos, de las madres por el miedo de perder su ser querido. Entiendo que esa es una problemática de la vida en general. Toda mamá quiere que su hijo sea el mejor profesional en la carrera pero muy en el fondo no quiere que se vaya de la casa.
A algunos les sirvió…
-Hay versiones acerca de que en algún momento podría volver a imponerse el Servicio Militar Obligatorio. Se dice que habría menos delincuencia, menos droga, que los jóvenes que no estudian ni trabajan tendrían un lugar de contención. Otras voces se levantan en contra. ¿Cómo lo ve?
-No se puede generalizar. A muchos soldados el servicio militar le hizo maravillosamente bien, hubo un montón de chicos que no sabían ni leer ni escribir que venían de lugares increíbles y el servicio militar les dio un oficio, una relación social, una buena oportunidad a su vida. Y hubo otros chicos que habían adelantado años y estaban haciendo una carrera brillante en la Universidad y el servicio militar les terminaba retrasando un año. Pero, en algunos casos, a esos jóvenes les mostró una realidad que no iban a volver a ver, de un montón de otros compañeros, con deficiencias, pobrezas, falencias y una relación social puesta en un nivel de crisis.
-Parece que estuviera hablando de “Gran Hermano”
-Se lo iba a comparar justamente, el programa donde lo que está haciendo el televidente es tratar de ver qué ocurre con la gente encerrada con reglas impuestas. No diferencia en los aprendizajes que se hacen ahí con los de un grupo de 100 muchachos que entran a formar parte de un gran equipo y a convivir con lo que hablé al principio, los juegos de justicia e injusticia, las luchas de poder y las relaciones sociales. Considero que a muchos les enseñaba y les daba muchísimo y a algunos otros tantos por igual, les terminaba haciendo daño. Al servicio militar hoy lo pienso de la siguiente manera ¿Por qué razón voy a formar un soldado o tratar de tener un soldado entrenado para una guerra que nunca va a existir?
-¿Esto es tan así?
-Sí y es además lo que viví cuando el poder político -que es quien debe regir los destinos de la patria- cambia su manera de pensar y decide que la Argentina no tiene más hipótesis de conflicto con nadie. Deja de existir la razón de tener Fuerzas Armadas, si no se redefinen los objetivos de las mismas y lo único que se está haciendo es negocio o gastar plata. Es decir si no tengo idea de pelearme con mi vecino de la casa de al lado, estoy convencido que nadie va a robarme nada ¿para qué voy a poner alarma y comprar una escopeta?, son gastos inútiles.
En el fondo lo que viví en la última parte de mi carrera en la Fuerza Aérea y de las Fuerzas Armadas en general fue que durante la presidencia de (Raúl) Alfonsín y (Carlos Saúl) Menem se hizo exactamente eso, se quitaron las hipótesis de conflictos probables y entonces estábamos teniendo un gran aeroclub, formando pilotos que volaban muy bien en Mirage pero que no iban a ir a tirar a ningún lado.
La Guerra de Malvinas fue un poquito la muestra de eso, la hipótesis de conflicto hasta el momento nunca fue una contienda naval entonces nunca se entrenó contra fragatas en el agua y en el sur. La hipótesis de conflicto, recordarán todos fue Chile, así que el entrenamiento de todos los pilotos era otro, hoy en día ni siquiera hay ningún acto de eso, entonces gastar plata en entrenar pilotos o hacerles correr el riesgo que corren o comprar aviones que nunca van a tirar, quizás sea una manera de generar negocios paralelos, plata para compras y ventas, tener gente ocupada haciendo algo… Cumplir el servicio militar sin un fin, sin un objetivo determinado no va a ser un sacrificio con cierta recompensa; por otro lado se puede caer en la otra posibilidad: “aquellos chicos deben hacerlos porque creo que van a ser marginales y estos no porque son mis hijos…”, la droga no respeta estratos sociales.
Alas de libertad
-¿En qué momento decidió que quería dedicarse de lleno a la acrobacia?
-Cuando tuve la oportunidad de comprar el avión, junto con dos socios más, empiezo paralelamente mis actividades con los shows de acrobacia y a tratar de generar ese otro negocio que no es un gran invento –en los demás países funciona muy bien el sponsoreo de las actividades aéreas-, de modo que quería conseguir lo mismo acá. Mientras tanto, me puse a estudiar y me recibí de profesor de matemáticas y tengo todas mis horas concentradas en la Escuela de De la Canal, es sumamente agradable. Al mismo tiempo en Buenos Aires como estaba dando aerodinámica aplicada comencé a hacer los ensayos de los vuelos de prueba de los aviones que se fabrican acá. Y sigo y mantengo la actividad de la acrobacia aérea con los shows y de formar gente en esa especialidad.
-¿Es difícil?
-No, de todos los patrones de vuelo es uno de los más fáciles, es el más vistoso para la gente. Bastante más complicado es volar en malas condiciones por instrumentos, con lluvias o tormentas o este otro tipo de desarrollo de vuelo sobre aviones no convencionales o la responsabilidad de línea (traslado de pasajeros) porque tiene un juego de toma de decisiones más complicado.
-¿Entonces?
-La acrobacia tiene en este país una parte dificultosa: el dinero, entonces el misterio de hacer acrobacia o no, no depende tanto de la condición del piloto sino de la capacidad que tenga de acceder a un avión específico para hacer acrobacia. Por supuesto hablo de aviones pensados para la especialidad, por eso insisto en que no es difícil ya que actualmente el desarrollo de aviones de acrobacia es muy avanzado, pero lo crítico es lo económico.
De destinos y milagros
-¿Cómo fue su accidente, recuerda lo que pasó en los últimos segundos antes de tocar tierra? (N.R.: En 2006 el piloto salvó su vida de milagro –señalaba un medio cordobés- cuando el avión que tripulaba cayó a tierra. Fue durante una exhibición. En plena caída libre, la aeronave que piloteaba se precipitó a tierra. Falistocco abandonó los restos de la máquina caminando, saludó al público y fue atendido inmediatamente. Después confirmó que estaba en buen estado de salud).
-Dentro de los shows incorporé un segundo avión y formé un segundo piloto para que parte del espectáculo fuese en escuadrilla. Ese es un gran logro porque somos la segunda escuadrilla en Sudamérica, hay una en Brasil y otra en Argentina. Estábamos volando en Córdoba habíamos terminado el show y me estaba volviendo para juntarme con el segundo avión. Cuando se vuela así lo crítico es perderse de vista porque puede chocar uno con otro y en este caso por una comunicación con la torre de vuelo el segundo avión cambia el rumbo que llevaba, entonces no lo encuentro, me distraigo, descontrolo el avión buscándolo por el miedo del que le estoy hablando.
-¿Qué lo salvó?
-Entender que había cometido un error y no tratar de ocultarlo, lo que hice fue -ya que el avión se caía- tirarlo directamente al suelo de manera que pegara sin que me hiciera daño, traté de que no juntara energía suficiente para volar. Si volaba no se notaba el error que había cometido, si no volaba, me mataba. Quizás el accidente de mi buen amigo Julio (Benvenuto, murió haciendo acrobacia en un festival aéreo) se debió a que trató de que el error no se notara y siguió hasta el suelo. La realidad con la que uno se maneja dentro del avión es muy distinta a la que se ve de afuera, porque hay adrenalina, pensamientos sobre lo que podrá ocurrir, lo que se puede hacer y se mezcla con la percepción que uno va teniendo de cómo el avión va dando vueltas y su posición con respecto al suelo. No podría criticar el accidente de Julio tan livianamente sabiendo que es lo que ocurre allí adentro. Me parece que siguió peleando por mantener la rutina que estaba haciendo hasta el suelo y pegó muy fuerte y no tuvo posibilidad de sobrevivir al golpe. En mi accidente cuando la rutina se descontroló no peleé, mostré el error.
-¿Se golpeó mucho?
-En absoluto, pero se prendió fuego y eso dio espectacularidad al accidente. El tiempo que transcurrió entre que ocurrió el error y el avión pegó en el suelo fueron dos o tres segundos más o menos. Cuando se incendia tenía plena conciencia que debía salir rápidamente y me tiré de cabeza afuera. Así y todo me quemé, tengo algunas marcas en los brazos y en la cara pero pude salir antes de que el fuego me tomara.
-¿En qué pensaba?
-En la solución más rápida. Las soluciones que uno tiene en la cabeza ordenada por prioridades. Siempre enseño que nunca se debe respirar el fuego, de modo que cuando sentí el fogonazo y la llama dejé de respirar y eso me salvó, no me quemé las vías respiratorias que eso sí hubiera sido grave.
-¿Cree que uno tiene el destino marcado?
-Pienso que el camino para uno está más o menos pensado. Mire, estas cosas suceden cuando uno se siente un poco Dios… si uno no se “creyera” tan omnipotente no le daría al destino esos segundos de estupidez que pueden ser fatales.
-¿Fue un milagro? Porque más allá de las cuestiones técnicas que usted conoce sobradamente, también sabe que cuando un avión cae es poco probable que alguien se salve.
-El milagro lo puedo ver así: como que alguien me fue dando las herramientas para que pudiera solucionar el problema. No me quedé de brazos cruzados. No sobreviví sin saber porqué.
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