Dos mujeres relataron cómo fueron sometidas por policías que protagonizaron una noche de lujuria y sexo a cambio de una presunta protección
Ayer comenzó en la Sala de Acuerdos del Tribunal Criminal 1 el debate en torno a un delicado, escabroso suceso silenciado por fuentes oficiales por años. Se está ventilando cual radiografía un Tandil oculto, clandestino, donde la prostitución, droga y las fuerzas policiales se bifurcan hasta el espanto, el escándalo, el delito.
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Tres policías (oportunamente exonerados de la fuerza) en un rol inverso al que se presupone. Sentados en el banquillo de los acusados, sindicados como los responsables de vejaciones, abusos y otras yerbas contra dos mujeres que ejercían la prostitución en un privado.
Lo debatido ayer pretende acercarse lo más próximo a la verdad, en medio de silencios cómplices por un lado, miedosos por el otro, y códigos complejos de desentrañar ante una trama tan turbia como indescifrable a la hora de imaginar la cadena de complicidades y responsabilidades. Por lo pronto en el aquí y el ahora, tres policías (una mujer y dos hombres) fueron los que quedaron sometidos al proceso y ahora afrontan el juicio por lo ocurrido hace casi seis años.
Una causa derivada
Jamás el trío de expolicías ni el resto de los protagonistas de esta historia (incluyendo a las denunciantes víctimas) se imaginaron que aquella larga noche y madrugada de excesos, lujuria y abuso, quedaría expuesta y volcada en un expediente que ahora queda al desnudo. Es que suponían, con la impunidad que los ampara el uniforme y la marginalidad de las que fueron víctimas, que aquello transcurrido en la casa donde funcionaba el privado quedaría guardado en aquella clandestinidad y complicidad de quienes formaron parte.
Es que todo comenzó por otra causa (y en esto se fundaría el pedido de nulidades conjuntas de los defensores –ver aparte-), cuando K y N (se reserva sus identidades porque oportunamente merecieron protección y custodia tras la denuncia) despertaron tras largas horas de sueño obligado a fuerza de clonazepam tras haber sido presas del consumo de cocaína, alcohol y el desahogo sexual de los uniformados durante toda la noche del 31 de octubre y extensa madrugada del 1 de noviembre.
Una vez semidespiertas de aquella locura, K reaccionó contra N porque ambas habían sido sometidas al arbitrio de la inescrupulosa autoridad policial que suponía había ido a la casa a cuidarlas de quien las regenteaba, señalado como el novio de N por aquellos días.
Ambas se trenzaron en una fuerte discusión que terminó con ambas agrediéndose en plena calle, con N totalmente desnuda, lo que motivó el llamado vecinal para que se interviniera. Allí ambas fueron trasladadas a la Comisaría de la Mujer y más allá de referirse a sus presuntas diferencias con el presunto regente, terminaron detallando lo que habían padecido de manos de los policías.
Desde allí la causa cobró un cariz sumamente delicado, escabroso, en la que las mujeres fueron sometidas a peritajes y exámenes médicos (para corroborar que habían mantenido sexo tal cual lo habían señalado en la exposición) y consecuentemente allanamiento en la propiedad donde ocurrieron los escandalosos sucesos. Allí se secuestraría una cantidad importante de profilácticos usados, restos de cocaína y demás material probatorio. Hasta se halló un tonfa (machete policial), en una prueba inequívoca del desprejuicio de los que presumían impunidad.
En lo que resultó la primera audiencia de al menos tres que se pautaron, se escuchó el testimonio de las dos mujeres con posturas sensiblemente opuestas a la hora de exponer lo vivido. Una de ellas deponiendo de instar la acción judicial para que se investigue si había sido víctima de abuso y la otra sí dejando muy comprometidos a los policías (ver aparte). También pasaría por el recinto un perito y el joven que había quedado expuesto en esta controvertida historia policial.
La acusación
A la hora de trazar los lineamientos, el fiscal Marcos Eguzquiza sostuvo lo que oportunamente elevó a juicio en materia de acusación. Detalló que entre las últimas horas del 31 de octubre de 2011 y horas de la mañana del 1 de noviembre, al menos Mauro Roberto Rimoldi, Néstor Jorge Moller y María Julia Nazer en su carácter de policías de la provincia de Buenos Aires y cumpliendo actos de servicios propios de la función, se constituyeron en el domicilio de calle Lobería al 1600, a raíz de ser convocados por un llamado recibido al 101 Emergencias Policiales efectuado por una vecina del lugar, en virtud de que un hombre se encontraba efectuando disturbios en el vecindario. Luego de llegar al lugar los tres funcionarios públicos en móvil identificable y vestidos con sus respectivos uniformes, ingresaron al domicilio y luego de mantener entrevista con las que resultarían posteriormente víctimas, aprovechándose de que el hombre –el regente-) que generaba disturbios se había retirado, y excusándose en proteger a las mismas por si éste regresaba, se quedaron en el interior del domicilio a cambio de que las denunciantes le facilitaran drogas de las cuales habían advertido a los funcionarios sobre su existencia.
No obstante todo ello –siguió el fiscal- los imputados solicitaron que otros funcionarios policiales se hagan presentes encargándoles que trajeran bebidas alcohólicas, cigarrillos y chocolates.
Mientras consumían e ingerían las bebidas y drogas en el lugar, los funcionarios policiales comenzaron a efectuar vejaciones sobre las moradoras de la vivienda, al exigirles que debían tener sexo con los mismos a cambio de no tener problemas legales por la tenencia de drogas, además de ofrecerles a cambio conseguir más estupefacientes para su consumo. Que dado todo ello, las víctimas, quienes se hallaban con su voluntad evidentemente viciada a raíz al menos de la ingesta de drogas, no tuvieron otra opción que acceder al pedido de los efectivos policiales, por lo que posteriormente a ello comenzaron a ser abusadas sexualmente entre otros por Rimoldi y Moller, quienes la accedieron carnalmente, mientras que Nazer, luego de desnudarse, mantuvo relaciones con las víctimas, y con otros efectivos policiales presentes en el lugar, en circunstancias que las víctimas se hallaban sumamente afectadas en su voluntad y carentes de libre consentimiento debido a las drogas consumidas, situación de indefensión que fue aprovechada por los imputados para cometer los ataques sexuales que a su vez resultaron sumamente humillantes para las damnificadas.
Habiendo transcurrido varias horas y luego de desahogar su sexualidad, los imputados se retiraron del lugar para retomar sus funciones, no habiendo ejecutado debidamente su deber de funcionario público policial cuyo cumplimiento le impone la ley en razón de que fueron convocados para impedir y/o tomar intervención en un conflicto vecinal mencionado anteriormente.
Los reparos de la defensas
Al inicio del debate, los defensores Rodrigo López Santoro (patrocina a la mujer policía) Juan Pablo Bertucci y Eduardo Carbonetti (por Moller) más Diego Araujo (por Rimoldi) coincidieron en plantear nulidades al proceso, considerando a grandes rasgos que la causa estaba viciada puesto que nació por otro hecho al que luego transitaría la instrucción.
Independientemente del incidente planteado que el Tribunal adelantó que se expedirá una vez conformado el veredicto y tras escuchar a los testigos, los letrados adelantaron que nada de lo postulado por el ministerio público iba a estar probado, específicamente en el delito más grave que se les endilgaba a sus pupilos: el abuso sexual. Que en todo caso fueron relaciones consentidas con las que ahora se presentaban como víctimas, por lo que debían ser juzgados por los otros delitos que hacen al incumplimiento de los deberes de funcionarios públicos, por lo cual ya merecieron oportunamente la sanción administrativa.
El ultraje, según las mujeres
La agudeza del interrogatorio defensista no logró torcer la consistencia del relato de K a la hora de reseñar frente a los jueces a pedido del fiscal lo que había ocurrido aquella noche. Con las omisiones y relativas contradicciones producto de su admitido estado de semiinconciencia producto de la ingesta de alcohol y drogas que ese día había concretado más el tiempo transcurrido a la fecha, la mujer de nacionalidad brasileña que por casi dos décadas reside en el país y del 2004 aproximadamente en Tandil, contó parte de su complejo periplo ejerciendo la prostitución tanto en el privado citado (donde también vivía) como en el cabaret que el mismo regente contaba en el barrio La Movediza, para luego detallar sobre lo ocurrido con los policías.
Tras relatar los motivos por los cuales arribó la policía al lugar, describiría luego cuando una vez dentro de la casa vio a su compañera N manteniendo relaciones sexuales con la mujer policía en la cama de una de las habitaciones, policía que también la invitaría a ella a formar parte del acto sexual a lo que ella respondió negativamente al convite. Sí más luego y a “sugerencia” de otro de los policías se vio obligada a tener sexo con este, ya que como también su compañera N le había señalado, era lo mejor para no tener consecuencias penales, dado que habían sido sorprendidas con estupefacientes y otros elementos que corroboraban la práctica de la prostitución (libreta con anotaciones de los pases y los valores, entre otros elementos corroborativos).
Al decir del relato de K, ella de lo que recuerda solo mantuvo relaciones sexuales con aquel policía citado (lo reconoció en la propia sala), pero vio como con N desfilaron no solo los policías que ahora estaban en el banquillo de los acusados, sino que fue abusada por un número no precisado de uniformados que entraban y salían de la habitación, lo que según su precepción N estaba en un estado calamitoso no solo por el consumo de droga sino también por el sometimiento sexual al que había sido sometida toda la noche y madrugada con distintos policías.
A preguntas del fiscal (frente a la embestida defensista que ella no había sido obligada a mantener sexo) K fue contundente al recordar que le dijeron que “nos venían a cuidar, había que hacer lo que ellos pedían si no tendríamos problemas”.
“Yo no me sentí violada”
Tras la larga exposición de K, devino el comparendo de N, quien visiblemente consternada y reticente al tener que recordar aquella noche y ante la insistencia de las partes por tener que aclarar si quería instar la investigación penal por el presunto abuso sufrido, contestó lacónicamente “yo no me sentí violada”.
La sorpresiva respuesta, tras haber transitado tantos años de instrucción en la que ella había aceptado someterse a peritajes y revisaciones médicas frente al eventual delito, mereció un cuarto intermedio para que repensara su postura. Pero N se mantuvo en su tesitura. Dijo que prefería no instar la acción penal (un derecho que le asiste frente a un delito de instancia privada), que para ella aquel horror lo había enterrado, que le hacía muy mal recordarlo (se desgarró en llanto en medio de su exposición), y que prefería olvidar.
Igualmente la mujer debió responder sobre lo ocurrido en la casa, a lo que N alegó no recordar nada por su estado de inconciencia ya que por esos días, años, estaba presa de la adicción y de la enfermiza relación con aquel que por entonces era su pareja.
Sí acepto responder detalles que no hicieron más que ratificar lo que K había declarado, acerca de que habían accedido a tener sexo para zafar de eventuales consecuencias por la tenencia de droga. “Si no accedíamos nos iban a meter presas”, las amenazaron.
Preguntada porqué desistía de la denuncia por abusos, respondió que formaba parte de su intimidad como mujer el no querer profundizar sobre un drama que ella no quería recordar. “Cuando me recuerdan aquello pareciera que estoy hablando de otra persona. Esa no era yo”, señaló.
Finalmente declaró Bohn, quien se mostró distante del rol que las denunciantes le habían impuesto. Reconoció tener una relación sentimental con N y que desde su noviazgo jamás ella había ejercido la prostitución. Sobre K la calificó como una examiga que conoció por N y no mucho más. Sí admitiendo que en aquellos tiempos también estaba preso de los excesos y que ya se había recuperado, como así también que jamás volvió a ver a sendas mujeres.
Los delitos endilgados
Con relación a los imputados Rimoldi y Moller el fiscal arribó al juicio con la calificación de los hechos como “Vejaciones en acto de servicio, violación de los deberes de funcionario público y Abuso sexual con acceso carnal agravado por ser cometido por más de dos personas y pertenecer a la fuerza policial en ocasión de sus funciones, todos en concurso real entre sí”.
Respecto a la imputada Nazer, los calificó como “Vejaciones en acto de servicio, violación de los deberes de funcionario público y Abuso sexual agravado por ser cometido por más de dos personas y pertenecer a la fuerza policial en ocasión de sus funciones, todos en concurso real entre sí”.
Cabe consignar que frente al cambio de postura de una de las denunciantes, las calificaciones podrían variar sensiblemente a la hora de una eventual sentencia.
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