Entre contradicciones y miradas desconfiadas, nuevos testimonios aportaron en el armado del rompecabezas de una historia escrita con sangre
En una extensa jornada que terminó casi a la medianoche, el Tribunal dio por cerrada la tercera audiencia de un juicio que busca esclarecer la responsabilidad penal de los dos acusados del homicidio
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Tercer capítulo de una crónica policial plagada de personajes singulares, de los cuales en su gran mayoría transitaron la delgada línea que separa la credibilidad a lo inverosímil, amagando con pasarla y cometer delito por falso testimonio frente a la inconsistencia a la hora de argumentar porqué dijo lo que dijo y, porqué dijo lo que dijo antes y ahora se desdice frente al Tribunal.
De todas formas, varios de los declarantes, varios pasajes de sus respectivos dichos, sirvieron para llevar harina para su costal, a propósito de la estrategia acusatoria como defensista que, a estas alturas, han pagado con creces sus haberes frente a la complejidad del debate encarado y encaminado, en pos de arribar a lo más cercano a lo ocurrido aquella madrugada de principios de marzo, lo más próximo a la verdad.
Con sus precariedades culturales a cuestas, con una alta dosis de temores e intereses por lo que depare el futuro procesal de los hasta aquí arribados como imputados, hubo testimonios que volvieron a complicar y mucho a los acusados, ubicándolos en medio de aquella reyerta multitudinaria frente a las narices de policías pasivos que iban a intervenir una vez consumado el peor de los finales, la muerte de Marito Maciel.
También hubo de los otros testigos. Aquellos que dejaron flotando en la sala de audiencias un tufillo a duda, muchas dudas sobre su credibilidad y posible “contaminación”. Ese aroma que acompañó a protagonistas varios hizo a la ardua con una alta dosis de paciencia tarea de fiscal, defensores y los propios jueces, que siguieron con lupa los dichos y contradicciones de quienes desfilaron por la sala.
Palabra de experto
Despojado de las contrariedades discursivas y dificultades comunicacionales que acompañarían a lo largo de la extensa jornada, el juicio se retomaría con el comparendo del perito de la Policía Científica de Azul Oscar Salas, quien intervino en el caso a partir del peritaje químico, realizando el estudio toxicológico en el cuerpo de Maciel (alcohol en sangre y orina como también estupefacientes), los cuales arrojó resultados positivos.
A saber, el experto reseñó que de lo analizado se halló un consumo de alcohol considerado normal que, al combinarlo con los rastros de cocaína detectados alcanzó para responder que podía considerarse que Marito podía haber estado esa noche en estado de exaltación.
El aporte científico servía a los intereses de Carlos Kolbl, defensor de Matías Concha, que insiste en la hipótesis de una legítima defensa de su pupilo frente a los embates, puñal en mano, de Maciel para con su humanidad.
También el perito refirió a los rastros de sangre detectados en las zapatillas secuestradas en la causa (propiedad de Molina) como de los cuchillos. En este caso se aclaró luego que si bien los rastros eran de sangre a la postre no sirvieron para realizar un cotejo de ADN.
Otra vez el cuñado
Ya transitando la media mañana, sería el turno de volver a escuchar al difuso, ambiguo y temeroso comparendo de López, cuñado de Marito , esposo de Marcela Aranda, quien a pesar del tiempo transcurrido para que revea su postura repetiría la tesitura que pusiera atónitos primero, descolocados después, a propios y extraños.
Comenzada su alocución pareció más sereno y seguro a la hora de tener que rememorar aquella madrugada violenta que lo tuvo como protagonista de la pelea. Empero, con el paso de los minutos y las preguntas, volvería a aquella indescifrable postura que motivó, incluso, pensar en un falso testimonio.
Lo más relevante de su nueva declaración versó cuando ahora sí aseveró frente al Tribunal que había visto a Jesús Molina esa noche. Más precisamente después de la pelea, detrás de un auto estacionado en Del Valle, con un cuchillo en la mano.
En medio de su zigzagueante declaración, dijo que lo que la acusación quería escuchar a partir de lo que había expresado en el propio expediente a horas del incidente, siendo que él fue el primero en decirle a los policías en el Hospital que había sido Molina el que había acuchillado a Marito.
La defensa no se hizo esperar a la hora de ponerlo sobre las cuerdas al testigo. Sería Diego Araujo primero, Carlos Kolbl después, quienes se encargarían de achacarle lo que había dicho en la instrucción y lo que ahora exponía. Especialmente dejando de manifiesto que mentía aquella vez o ahora. Una vez más, López dejaría aquella primera locuacidad para transformarse en un ser casi mudo, impreciso, balbuceante, sin poder explicar porqué había dicho algo que ahora desmentía. Por caso, la historia que relató sobre un asunto de polleras que había sido el causal del inicio de la pelea entre Marito y Molina.
“No…no sé…no sé qué me pasó (silencio eterno)…”, respondía ante los embates de los defensores que arremetían: -¿Pero usted estuvo declarando por más de una hora ante los policías sobre una historia que inventó?”.
“Sí…(más silencios…) no sé…”, respondía el contrariado López mientras sus piernas zarandeaban como gelatina contra el piso y se rascaba la cabeza con las manos temblorosas buscando algún pensamiento y alguna reacción que lo sacara de semejante atolladero.
La paciencia de los abogados como los jueces se fue agotando hasta llegar al hartazgo ante semejante tesitura de un hombre que volvió a tropezarse con sus temores, dudas y contradicciones, en ese peligroso equilibrio de tener que quedar bien con su cuñado muerto y su mujer que lo escuchaba atenta desde el público, y la mirada gélida de los dos imputados a centímetros de su cada vez más encorvada humanidad, como si la silla se lo fuera tragando y empequeñeciéndolo al paso de sus dichos y las horas.
El policía
Cerrando la mañana pasaría al centro de la escena del debate el policía Mauricio Genco, quien por esos días ocupaba el rol de jefe de calle, precisamente quien estaba a cargo del operativo de prevención donde no se pudo prevenir la furia humana de piñas, patadas y facazos.
Si bien el uniformado recibiría alguna estocada cual crítica de parte del representante del particular damnificado Claudio Castaño sobre el accionar policial ante lo ocurrido, lo que interesaba al fiscal como defensores versaba sobre los dichos que había escuchado del cuñado López aquella madrugada en el Hospital y la declaración que luego hiciera en la comisaría Segunda, que motivó a que la pesquisa se volcara a dar con el paradero de Molina como principal sospechoso del crimen.
Genco, entonces, recordaría aquella entrevista informal en las puertas de la guardia hospitalaria con el cuñado y el papá de Marito, quienes le refirieron sobre la pelea que habían mantenido con Jesús Molina y sus hermanos, como así también sobre aquella historia que luego –ahora- desmentiría acerca de un encono entre Molina y Maciel por disputarse el amor de una mujer.
Pasado el mediodía el Tribunal dispuso un cuarto intermedio hasta las 17, tiempo en que se escucharían resonantes testimonios que provocarían extensos interrogatorios de las partes, cerrando así una nueva maratónica jornada que a una hora de la medianoche buscaba darse por culminada.
No sin esfuerzo, fiscal, defensores y jueces, siguieron –y seguirán- buscando armar el rompecabezas de una historia plagada de idas y vueltas, confusiones, complicidades y miedos, a partir de personajes que formaron parte de una noche furiosa, en que la violencia, los excesos y otros condimentos llevaron a que Marito Maciel muriera de siete puñaladas.
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