Música del alma
Hoy es el Día de la Música y más allá de las cuestiones vinculadas a las efemérides, la fecha es propicia para conocer cuál es el ritmo de la ciudad en este tema. Dos de las instituciones que trabajan desde hace años en la formación de músicos son el Conservatorio Provincial y la Escuela de Música Popular.
La Vidriera dialogó con sus directores Annele Moroder y Mario Alba. Cada uno con sus tonos y sus silencios brindaron algunas precisiones al respecto. Como quien dice, dieron la nota.
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A pesar de cargar con su nombre, el Conservatorio Provincial de Música, poco conserva de aquella institución cerrada, rígida y estricta que alguna vez supo ser. En sus salones, amplios, luminosos, abiertos, se respira ese aire inconfundible del arte. Tal vez sean, justamente, los sonidos que provienen desde todos los rincones lo que lo convierten en un sitio armónico, disfrutable.
Desde hace once años, Annele Moroder es su directora. Y mucho tiene que ver su impronta con esta característica de lugar amplio, en todos los sentidos del concepto.
Nacido en el siglo XIX, en sus orígenes nutrió de conocimientos a los músicos que pasarían a integrar la Banda Municipal. En 1981 abandonó su rango de comunal para pasar a la órbita de la Dirección de Artística, de la Dirección de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires. Durante muchos años funcionó en la antigua casona de Rodríguez al 300 y desde hace 15 tiene su sede en una casa también de corte antiguo de calle Alem casi Maipú.
Desde los 9 años, niños, jóvenes y adultos se forman en disciplinas como profesorados de artes en música, de instrumento, de canto o dirección coral. Se enseña piano, guitarra, violín, violoncelo, contrabajo, flauta traversa, flauta dulce para los más chiquitos, saxo, clarinete y canto.
Actualmente tiene una matrícula que ronda los 500 alumnos, número que se mantiene año a año. Salvo algunas excepciones, como en este 2009 y su epidemia de Gripe A que significó una sensible baja ?sobre todo en los alumnos de menor edad-, cuando retornaron las clases y con ellas, las exigencias de recuperar el tiempo y los exámenes perdidos.
Y es que al tratarse de una actividad extraescolar y por ende no obligatoria, suele ser el fusible que salta cuando las cosas no vienen bien en la escuela. Además, y a diferencia de hace algunas décadas, hoy debe competir con ofertas tales como computación, idiomas y deporte, que convocan a la mayoría de los chicos en edad escolar.
Annele Moroder, porta con orgullo un apellido que en Tandil es sinónimo de música. Y como si fuera poco, la ?herencia? fue debidamente apuntalada con años de estudios. Estudios que hoy continúan y todo hace suponer que continuarán. Porque así debe ser. Porque la música no se detiene.
El ciclo lectivo finalizó el viernes de la semana anterior, y durante estos últimos días, se realizaron las audiciones, en las que los alumnos expusieron lo que aprendieron a lo largo del año. Había, por decirlo de alguna manera, un clima festivo y musical.
En uno de los ambientes de la casa de Alem al 300 recibió a La Vidriera.
-¿Hoy los chicos vienen a estudiar al Conservatorio porque les gusta o continúa ese mandato casi obligatorio familiar?
-Vienen porque les gusta. Ha cambiado respecto a otras épocas. Ahora los chicos se acercan al Conservatorio porque quieren. También la formación es mucho más flexible que en esos momentos. Los chicos comienzan como con un juego, con el canto, con tocar un instrumento. A la larga aprenden a leer y escribir música que es lo que corresponde, la metodología. Esta semana, con las audiciones viene toda la familia a ver el trabajo del año. Y es una cosa muy linda, de mucha felicidad. Algunos tocan, otros cantan rock. Porque los más chicos acceden al instrumento así, desde lo que cantan en su casa. Comienzan tocando y cantando lo que les gusta y después van accediendo a cuestiones más complejas, como puede ser la música antigua, música de cámara. Aquí conviven todos los géneros, es muy amplio. Y eso me gusta. Nuestra gestión ha propiciado esa apertura, hacia afuera y hacia adentro mismo del Conservatorio. En ese marco de esta amplitud, luego cada uno elige la excelencia en algún género.
Música sin edad
-¿El músico nace o se hace?
-Ambas. Hay algunos que nacen y eso es indudable. Es muy claro cuando uno los ve, los escucha; nada les cuesta. Hay otros que se hacen, que vienen de hogares donde no han sido especialmente estimulados, que por escuchar a alguien se les despertó venir al Conservatorio y se han construido su oído musical perfectamente.
-¿Hay diferencias entre quienes provienen de un ambiente familiar más ?musical? y quienes no?
-Sí, mucha. Es una cuestión fundamental. Los chicos en cuyas casas hay música, cantan; no tienen que aprehender a afinar, simplemente cantan. No tienen que aprender a ser rítmicos, lo son. Después tienen que aprender el código, el lenguaje; tienen que aprender a leer y escribir la partitura, a manejar y conocer el instrumento que es una cuestión de motricidad, pero tienen el bagaje, saben cómo tienen que sonar. A los otros les cuesta más, es asomarse a un lenguaje que no conocen.
-También concurre gente grande.
-Sí. Hace algunos años había mucha más gente grande. Se anotaban personas con más de 60 ó 70 años. Es cierto que cuestiones como el frío atentan contra la asistencia y más allá de que cualquiera puede venir a tocar, el Conservatorio tiene una obligación escolar, un trayecto académico de asistencia, de rendir exámenes, etc. No es un taller, aunque se usa mucho la metodología de taller, pero hay que rendir cuentas. A algunos se les hace cuesta arriba porque no es eso lo que necesitan. Eso hizo bajar un poco la matrícula de gente mayor.
No obstante, vienen. Tenemos el caso de un director de una escuela primaria que se jubiló y toda la vida había querido hacer música y ahora está aprendiendo cuatro instrumentos. Tiene el tiempo y le gusta.
-¿Los niveles de deserción son altos?
-Son altos en los primeros niveles, en los que recién comienzan. Empezamos con grupos de 40 y terminan 20, durante el primer año de la formación básica. Porque muchos vienen con la idea de querer tocar; tienen su bandita de rock y quieren aprender ya. Está muy bien, pero hay que estudiar y a veces se les complica. O vienen y tal vez les va mal en la escuela y los padres lo sacan. Hay de todo. Algunas cosas que no podemos brindar, porque nos excede, como el caso de los chicos que quieren aprender guitarra eléctrica y aquí no se enseña. Entonces empiezan en la acústica, pero después se dan cuenta de lo que querían era lo otro.
Disfrutar, la clave
-¿El Conservatorio es muy estricto o eso es un mito?
-A ver… No somos rígidos. Es lo que hablábamos antes: el repertorio es amplio, tocamos todos los estilos. Pero en un punto hay que estudiar. Elijas lo que elijas hacer, en una clase u otra tenés que estudiar. Sobre todo instrumentos, porque si no, no avanzás. Puede darse el caso de que se aburran ellos mismos, porque no avanzan. El instrumento es algo muy arduo. Una cosa es el chinghi chingui, tres tonos en la guitarra y otra es salir de ahí y progresar. Eso es gimnasia, práctica. Es como querer correr una maratón: de la nada uno no sale maratonista. Tiene que prepararse.
-¿Los instrumentos más elegidos siguen siendo el piano y la guitarra?
-Son los preferidos, yo creo más que nada por desconocimiento. Son los más populares, los que todo el mundo ha escuchado y ha tenido contacto. Nosotros promovemos muchos las audiciones, que los profesores de otros instrumentos recorran las aulas, sobre todo durante los primeros años. Se los muestran a los chicos, se los hacen probar. Hay alumnos que ven instrumentos que ni siquiera saben que existen o lo que se puede hacer con ellos.
También promovemos mucho la formación de conjuntos. Por ejemplo, un ensamble de vientos que se están reuniendo, están todos los flautistas, clarinetistas, saxos, la mayoría son principiantes. Ni bien pueden tocar tres notas vienen.
Si el instrumento es melódico, o sea si no se puede tocar y cantar se torna muy arduo, tedioso. En cambio, juntándose con otros, se pueden armar obras. También se armó un ensamble de cuerdas entre los más grandes y los más chicos.
-¿Percibís que los chicos disfrutan en esas ocasiones?
-Totalmente. Ellos ven que estudian para algo no solo para la clase, sino que hacen música.
-¿Son caros los instrumentos? Se me ocurre que un violín, por ejemplo, no debe ser nada barato.
-Justamente, hay violines para estudio, medio berretones, que son baratos. Se pueden conseguir por 200 ó 300 pesos. Como una guitarra, que puede ser de cajón de manzana o de lujo. Los de viento son un poco más caros. Por ejemplo, la flauta traversa tiene que ser de metal; las hay más baratas y más caras. El contrabajo también es caro. Pero acá hay todos los instrumentos, así que los chicos pueden venir a practicar fuera de su horario de clase. Después de un par de años si ven que avanzan y los padres ven que a los chicos les gusta, hacen el esfuerzo.
Después de estudiar, ¿qué?
-Una vez recibidos ¿hay lugar, por ejemplo para un director de coro?
-La carrera de dirección coral, justamente es bastante nueva. Hay muy pocos egresados, pero todos los que están estudiando tienen su coro. Algunos ad honorem, algunos en una iglesia, algunos en un barrio, en una escuela. La actividad coral es fuertísima. Porque todo el mundo quiere cantar, ya que no se necesita estudiar para hacerlo. Los directores de coro son muy requeridos. En Tandil hay más de veinte coros. Algunos son de una escuela o de una iglesia que recién se están formando y no tienen tanta exposición hacia toda la comunidad. Pero son muchos.
En cuanto a la carrera de educación musical, todos los egresados están trabajando y aún está trabajando gente que no ha terminado. Por un lado está bárbaro, pero por otro los retrasa, porque una vez que empiezan a dar clases les cuesta más estudiar. Pero todo el mundo necesita trabajar. Y hay mucha demanda en las localidades vecinas. De Rauch llaman muy seguido, también de Balcarce, por ejemplo. Trabajo hay, aunque a veces hay que salir a buscarlo.
-¿En cuanto a los profesores de instrumentos también?
-El Centro Polivalente de Arte es un lugar donde trabajan nuestros egresados. No hay tantos egresados de instrumentos. Y además retroalimentan nuestro propio sistema. Lo bueno es que los chicos siguen estudiando, egresan con su título de grado de profesor y van a Mar del Plata o a otros lugares a seguir. Si no, corrés el riesgo de retroalimentarte siempre con tu propio producto y te achatás.
-El aprendizaje no se detiene.
-No, claro. Y además conocen otras cosas, vienen con ideas y siguen creciendo. Eso es fundamental.
-En Tandil, más allá de la salida laboral hacia la docencia, ¿hay lugar para los músicos: para las bandas?
-Hay lugares. Lo que pasa es que socialmente todavía a nadie se le ocurre contratar a un músico. Hay lugares para mostrarse, lo que no quiere decir que te vayan a pagar. O sos docente o sos técnico. Podés hacer la tecnicatura sin la orientación pedagógica, tenés un título de instrumentista. La misma formación musical pero sin lo pedagógico. Acá en Tandil mucho sentido no tiene porque no hay orquesta, pero en las orquestas vos no tenés que demostrar que sos profesor; tenés que demostrar que sabés tocar.
Los chicos tocan, hacen sus propios proyectos. Tienen sus bandas y van a tocar a los cafés, pero no es un trabajo formal. Pero eso tiene más que ver con la cuestión social hacia el trabajo del artista. No depende de nosotros.
-¿Qué consejo le darías a un padre que quiere que su hijo aprenda música. Por qué traerlo al Conservatorio y no a un profesor particular, por ejemplo?
-La ventaja que tiene estudiar en el Conservatorio, sobre todo para los más chiquitos, es que la socialización. Porque los chicos tienen su materia instrumental, en un grupo de cuatro. Y por otra parte tienen la parte colectiva, donde comparten. Y una cosa que vemos también y que la sociedad debería tener en cuenta es que cada vez socializan menos. Los chicos juegan con la computadora, están en el ciber, chatean con amigos, pero solos. Lo del potrero o de ir a andar en bici se está perdiendo, en algunos sectores más que en otros. Acá vienen, tienen 20 compañeros y a todos les gusta lo que están haciendo. No es la escuela, que es obligatoria; no hay problemas de disciplina. Tocan juntos, aprenden que cuando a uno le toca acompañar tiene que bajar el volumen y escuchar al otro, cuestiones que tienen que ver con la formación también de la persona, los valores de respeto por el otro, de compartir, de que el otro es diferente pero es un par, con otras capacidades diferentes a las mías. Y aprovechamos lo que cada uno puede, para construir. La clase de instrumento particular, tiene su hora de piano que por quizás es mejor porque es un alumno y el profesor, pero se pierde todo lo otro. Sobre todo en los chicos.
-¿Es una personalidad especial la del músico?
-Dicen que sí, yo no te lo puedo decir. Mis compañeras de Ciencias de la Educación que vienen a dar las carreras, dicen que los músicos o los artistas en general, trabajan distinto. Los chicos piensan de otra manera. Ni mejor ni peor. Distinto.
Familia musical
-Venís de una familia musical. Decidiste tu vocación por inquietud propia, por ambiente familiar o por imposición?
-Fue una decisión propia, totalmente. Cuando iba a segundo año de la escuela, tenía una profesora de geografía que era maravillosa. Entonces le dije a mamá, `voy a estudiar geografía`.
`Ni se te ocurra, qué pavada es esa…`, me dijo.
No. En realidad nunca tuvimos ninguna presión. Ni mi hermana (que es jefa de área en el Conservatorio) ni yo. Nacimos en un ambiente musical.
-Se dio naturalmente.
-Sí y lo elegimos. Tenemos la suerte de trabajar en lo que amamos. Nos pagan por hacer lo que haríamos de todas maneras.
-¿No tuviste tu momento de rebeldía adolescente de decir `esto no lo hago ni loca`?
-Sí. Terminé la primaria y después fui a Polivalente y estudiaba piano particular. Cuando iba a séptimo grado `colgué` todo. No quería saber más nada, no quería estudiar más. Y papá fue lo suficientemente inteligente como para entenderme. Yo le dije `este año no quiero, pero el año que viene voy a ir a Polivalente. Ahí voy a estudiar de vuelta`. Tuvimos esa especie de trato y no me presionaron para nada. Y al año siguiente ingresé a Polivalente.
Después me fui a la universidad a estudiar música, pero no sabía bien qué carrera. Me encantaba dirigir pero no sabía que había que estudiar para ser directora de coro. Ese es el problema de nacer en un ambiente como el mío: me parecía que todo era así, espontáneo. Mi carrera de base es educación musical; no tengo un título en dirección, sino en educación. Pero paralelamente estudié con maestros privados y sigo en eso.
-Me imagino una sobremesa familiar en tu casa…
-Monotemática. Empezamos con cualquier tema y siempre derivamos hacia la música. Y mi viejo es un apasionado; además tiene una cabeza y una formación alucinante. Se comparte todo. Y los que vienen de afuera se ríen.
Es natural, no es una cosa forzada. Nos llevamos muy bien como núcleo familiar, los cuatro y por suerte los maridos son hijos únicos, son chicos fantásticos los dos, que se acomodaron a la familia. No les quedó remedio.
-¿Algún gusto musical en especial o sos tan amplia como el Conservatorio?
-Soy amplia porque soy de mente amplia. Considero que hay gente talentosa en todos los géneros. Acá está Coie Granato, por ejemplo, de una formación extraordinaria. O Hernán Roveda, en folklore. Me encanta escucharlos y los admiro, pero también tengo mi corazoncito, en estos últimos años por la música antigua. Música coral básicamente de los siglos XV y XVI.
-¿Has ido variando en tus gustos?
-Imaginate: estoy en coros desde los 12 años. He cantado de todo, de todas las épocas de todos los géneros. Pero lo que yo escucho, cuando estoy sola es eso. Me encanta.
-¿Se evoluciona en los gustos musicales?
-Sí. Y también son épocas. A los 18 años, de esto sabía poco, lo que sabe todo el mundo, cantaba un poco. Y un día me puse estudiar y se me fue abriendo la cabeza.
-Conocer es comenzar a disfrutar.
-Tal cual. Comparar versiones. Por qué hace esto, si está escrito o no está escrito. Se me abrió un mundo y todavía estoy fascinada con eso. No es lo único, por supuesto.
-Hay mucho de investigación también
Muchísimo.
-¿Es de fácil acceso?
-Para escuchar tenés que comprar. Acá no hay mucho, tenés que ir a Buenos Aires. Y en youtube hay de todo, lo que pasa es que ahí si no sabés, te `comés` lo que hay. Pero si sabés lo que querés buscar, hay de todo. Y hay muchísimos papers de investigación.
Por ejemplo, yo estudio la obra y después escucho veinte versiones.
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Una escuela de música popular que ya es clásica
La Escuela Municipal de Música Popular está ubicada en avenida España al 800. Fue fundada en 1989, bajo la gestión de Cacho Testa al frente de Cultura municipal. Hoy nuclea a más de 200 alumnos que se inclinan hacia géneros populares como el folklore, el tango o el jazz.
Desde hace casi cinco años, el músico Mario Alba está al frente de la dirección. Con él dialogamos.
-¿Cuáles son los orígenes de la Escuela de Música Popular?
-Cuando se empezó a gestar este proyecto, yo estaba viviendo en Buenos Aires. Sucede que los de nuestra generación que estábamos interesados en estudiar más profundamente un instrumento, teníamos que viajar en Buenos Aires. El caso de Coie (Granato), Luis (Tangorra), mío y otra gente. Porque para encontrar músicos que colmaran nuestra expectativa debíamos ir a la Capital. Acá siempre existió el Conservatorio, que es una gran institución, pero el perfil que tiene es otro, más orientado a la docencia y a lo que entendemos por música clásica. Más en ese momento, porque ahora el Conservatorio tiene una apertura muy interesante, muy linda. A mí me gusta mucho. En ese momento era un poco más cerrado. Teníamos que viajar a Buenos Aires a tomar clases con músicos, pagándoles. Entonces se fue gestando la idea de armar una institución acá, con músicos con experiencia, con conocimiento, que colmaran las expectativas de la gente que necesitaba. Así fue surgiendo y se fue armando.
En un principio fue difícil porque no había antecedentes de escuelas de este tipo, excepto en Avellaneda, que para entrar se necesita un ciclo básico en un conservatorio. La idea nuestra era empezar de cero.
Se empezó con prueba y error y acá estamos.
-¿Cuál es la matrícula actual?
-En estos momentos más de 200 alumnos. Pero arrancamos con una matrícula limitada por cuestiones de espacios, instrumentos, equipos. Cada año se anotan más de 300 alumnos. Al principio estamos un poco amontonados.
Una carrera de siete años
-¿Cuál es la orientación y los títulos?
-Hay un ciclo básico de cuatro años para los que empiezan de cero y de tres para que el que tiene algún conocimiento de música. Ese ciclo básico te da el título de intérprete de música popular de determinado instrumento: guitarra, bajo, batería, canto. Y después existe un ciclo medio, que sería una suerte de especialización, en el que se trabaja sobre tres géneros básicamente: el tango, el folklore y el jazz. Obviamente, dentro de esos géneros hay cantidad de subgéneros, que obviamente no se pueden abarcar todos. A partir de terminar el ciclo básico de cuatro años, trabajás en el ciclo medio con algunos de esos géneros, otros tres años. Y ahí el título que se otorga es intérprete de música popular especializado en tal área. Por ejemplo saxo especializado en jazz.
-Estamos hablando de siete años, una formación importante.
-Sí. No tiene una carga horaria muy pesada. Pero insisto, la idea surge a partir de la necesidad de un músico popular. Cuando salís a tocar tenés que tener conocimientos de música y elementos estrictamente técnico, pero aparte necesitás conocimientos de la historia de los géneros, la sonoridad de los instrumentos y la práctica en grupos. Es un camino que nosotros lo hicimos sobre el escenario a los golpes y ahora los podés adquirir en una escuela. Vos le podés enseñar a un pibe cómo pararse en un escenario, cómo reaccionar ante mil personas en un auditórium o ante un público que te abuchea.
-Aprender de la experiencia ajena.
-Claro, esa es la esencia. Hay una cuestión de experiencias tanto en lo grupal como en lo individual. Cuando vos le enseñas a un alumno un instrumento, también le enseñás cómo te fue sobre un escenario, si te abuchearon o te vitorearon. Cosas que significan un cúmulo de experiencia, que como músico también las podés transmitir.
Perfiles
-¿Hay alguna edad para ingresar?
-El límite es para abajo, menos de 12 años no tomamos. Sí hacemos talleres infantiles, de iniciación musical que da una profesora que está preparada para eso. Nosotros no tomamos más chiquitos porque somos músicos, no tenemos una preparación pedagógica para darle a pibes tan chicos. Entonces nos dedicamos a los que son un poco más grandes que tienen más o menos claro que es lo que quieren.
-¿Cuál es el perfil medio de un alumno que ingresa. El chico que toca en una banda?
-Sí. Por ahí el perfil común es ese, pero hay de todo. Hay gente de 70 años que está viniendo a estudiar bandoneón o piano. Pero el perfil más común es el adolescente o universitario, pibes jóvenes.
-¿Qué instrumentos se enseñan?
-Guitarra eléctrica, criolla, bajo, batería, percusión, instrumentos andinos, saxo, canto, piano, bandoneón, trombón, trompeta. Una buena cantidad de instrumentos. Y en algunos casos, con instrumentos que nosotros no tenemos, solemos dar talleres. Esos son pagos, porque los profesores que dan esas clases cobran una cuota.
-¿Fluctúa el ingreso de gente de un año a otro?
-Hay una media de alumnos que siempre es más o menos la misma. Una cantidad de alumnos por instrumento que vos sabés que se van a anotar. A veces se dan casos especiales. Por ejemplo, cuando en televisión se hizo ese reality, Operación Triunfo, ese año los cantantes arrasaron, vinieron mil a anotarse. A veces pasa por una cuestión mediática. Obviamente, cuando ingresan y se dan cuenta de que tienen que dominar determinadas técnicas se va decantando. No es solamente lo que se ve en la televisión.
-¿Los instrumentos ?estrella? siguen siendo el piano y guitarra?
-En los que siempre se anota demasiada gente son canto, guitarra eléctrica, batería y piano. Llega un punto en que no podés anotar más gente, porque no da el lugar, los instrumentos ni las horas cátedras.
-Una vez que el alumno ingresa y empieza a familiarizarse con la música y otros instrumentos, ¿puede cambiar?
-Sí pasa. Prueban con un instrumento y no les convence o no les gusta y pasan a otro. Obviamente, tienen que empezar de cero otra vez.
Criarse en la música
-¿Hasta qué punto se nota que un chico se ha criado en un ambiente musical?
-Se nota. También depende de lo que hayan escuchado los padres. Pero vienen con un conocimiento de estilo, de grupos que han escuchado. Se nota. También vienen hijos de músicos, de amigos, de compañeros.
-¿Es un impedimento económico acceder a un instrumento?
-Y, llega un momento en que sí. Un saxo, por ejemplo, es caro. Una guitarra eléctrica o un bajo podés conseguirlos, aunque sea de calidad mala, pero son más accesibles. Si estamos hablando de 200, 300 o 500 pesos para un chico de 15 años no es fácil. De todas maneras acá en la escuela tenemos todos los instrumentos para que vengan a practicar. A la mañana está tranquilo, pero a la tarde no conseguís lugar. Entonces se complica.
-Obviamente, la práctica es fundamental.
-Y sí, es darle y darle, no hay otra manera. No existe la osmosis, como yo les digo a mis alumnos. Te tenés que sentar a practicar. Y ahí se hace la diferencia. Por eso hay tipos que salen tocando fenómeno y otros que no avanzan.
Antes ni se pensaba en la ayuda del Estado
-¿Cómo ves el panorama musical en Tandil respecto a tu generación, en calidad en cantidad?
-Hay un crecimiento, en calidad y en cantidad. He escuchado bandas que suenan realmente muy bien. Antes no sonábamos así, ni a palos. Ha habido un movimiento. A veces trato de asociar ambas épocas. Yo soy de la época del Tandil Pop. Era una movida de todo un fin de semana muy grande y de todo tipo de arte. Iba muchísima gente. Y ahora está todo más disgregado. Hay más cantidad, pero más dispersos. No hay un acontecimiento que los aglutine a todos.
-¿Eso se debe a falta de un acompañamiento oficial o es por propia características de los músicos?
-Yo creo que es una cuestión más de los músicos que son un tanto individualistas. Cuando se hacía el Tandil Pop no había ayuda oficial. Nunca nos dieron nada. Nosotros nos juntábamos y se hacía porque había ganas. Escucho a veces rezongar a algunos músicos porque no se hace un festival, atacando al Municipio. Y debería haber más, es cierto, pero en aquella época lo hacíamos nosotros.
Cuando empecé, que hacíamos recitales porque nos prestaban el Salón Blanco, hicimos un par de recitales con Gustavo Cortajerena, Coie, Luis y me acuerdo que en un momento se dio la posibilidad de traer a un músico de Buenos Aires que me enseñaba. Y en ese momento vino por la comida y el pasaje.
Pero ni siquiera se nos ocurría pensar que el Estado nos iba a dar una mano. En ese sentido, ha cambiado muchísimo. Entrar a la Dirección de Cultura en aquellos tiempos era entrar a una cosa sacra, casi.
Traíamos nuestros profesores, y lo costeábamos nosotros, hacíamos un programa y conseguíamos publicidad para pagarle el alojamiento. Todos esfuerzos particulares.
-Hoy ya no hay nada de eso.
-No. Además, los músicos ya no vienen por la comida. Ahora son tipos más consagrados. La otra vez me contacté con el profesor que me enseñaba a mí, una persona magnífica, macanuda, pero para venir me pidió una cantidad de plata que si bien no es excesiva no la consigo.
Tocar gratis, a una plaza
-¿Cómo ves esa movida de los circuitos en bares para los músicos?
-Creo que es un tema delicado. Si queremos hacer una ciudad turística, los boliches tendrían que tener una mentalidad de ofrecer un servicio al cliente. No es solamente ganancia, ganancia y ganancia. No podés llevar una banda el miércoles o el jueves, que sabés que la gente no va, a sí te traen algo de gente. Me parece que parte del servicio debería ser un sábado y domingo, si hay turistas, brindar un espectáculo. Y para eso tendría que haber un riesgo empresarial. Como pasaba antes, que te pagaban una suma fija. Entonces vos ibas y tocabas sabiendo lo que ibas a ganar. Eso no se está viendo. Acá vas a tocar a un boliche y tenés que cobrar entrada aparte o ir mesa por mesa. Inclusive en algún momento, algún boliche ha pedido que le dejes un porcentaje de esa parte. Siempre digo que para tocar gratis, lo hago en una plaza. Esto no es solamente en Tandil, en Buenos Aires pasa lo mismo.
Antes no era así. Te estoy hablando de principios de los 90.
-¿Músico se nace o se hace?
-Tener oído o facilidad para tocar un instrumento no significa que vayas a ser un buen músico. Para serlo tenés que tener condiciones. Y las condiciones incluyen la disciplina. Hay tipos que agarran una azucarera y te hacen música, pero si no tienen la disciplina de ponerse a estudiar y prepararse para eso, no van a llegar a ser el músico que podrían haber sido. Por otro lado, hay tipos que son absolutamente nulos, que no escuchan nada, pero si se empeñan pueden llegar a ser buenos músicos. Parte de la condición importante es la disciplina, sentarte a trabajar sobre un instrumento, desarrollarte en lo que estás haciendo. Palabra fea disciplina, pero es así.
Cuando tengo un tiempito acá, no dejo pasar la oportunidad de tocar. Tenés que buscar el hueco para hacerlo. Y eso es para siempre. A los alumnos les hago el parangón con el fútbol: si no entrenás, por más que seas Maradona, te pasan por arriba. Con la música pasa lo mismo, donde llegaste a determinado nivel y dejaste, no sólo te quedás sino que vas para atrás. Cuando querés volver no te sale ni la cuarta parte de lo que te salía. Es necesario tener esa disciplina de todos los días.
Entre el Conservatorio y la música popular
-¿Como llega un estudiante a un género como el jazz, que uno supone es más difícil de escuchar?
-El jazz tiene la cuestión de la improvisación que lo convierte en una música en la que necesitás más elementos para poder hacerla. Personalmente es una evolución que no es caprichosa. Por lo menos el caso mío. Fui avanzando por diferentes caminos y fui llegando al jazz y dentro del jazz pasando por diferentes ritmos. Hay tanto para escuchar y para ver que te va llevando de una cosa a la otra. Pero esa búsqueda está dentro de uno. Empezás a escuchar y tenés una inquietud que te hace pedir más y más. Lo primero que me voló la cabeza fueron Los Beatles, que tienen mucho de jazz tradicional, de blues. Después pasás a algo más fusionero, rock sinfónico, buscando hasta que llega a tus manos algo que te come la cabeza. Un Miles Davis y ya te fuiste. No hay retorno.
-¿Con el tango es distinto?
-Y, no sé. A mí me gusta mucho el tango. Mi viejo lo cantó toda su vida, en casa y lo hacía muy bien.
Tiene más que ver con las vivencias de uno. Y también es cierto que tiene una cuestión más porteña, un tanto lejana a nosotros.
-¿Qué le aconsejarías a un pibe que quiere empezar a estudiar música. Por qué venir acá y no a un particular o al Conservatorio?
-Personalmente le aconsejo que vaya a los dos lugares. Me parece que es un buen equilibrio; que estudien en el Conservatorio para tener una cuestión más formal de la formación musical y que estudien con un músico para tener más la cuestión práctica de la música, de los escenarios. Sobre todo en la música popular.
-No compiten.
-No para nada. Se complementan. Creo que no tenemos que competir ni con el Conservatorio ni con nadie. Son dos puntos de vista diferentes y los dos totalmente respetables. De hecho en Buenos Aires, la mayoría de los tipos que estudian van al Conservatorio y también al profesor, aún en la música clásica.
Acá, aquel que quiera tocar un instrumento popular, le diría que venga porque se va a encontrar con lo mejorcito de los músicos que hay en Tandil en determinados géneros. No me gusta decir los mejores o los peores. Prefiero hablar de tipos con mucha experiencia. Como Carlos Rubira, Carlos Rebello, Luis Tangorra, el Toco Saldívar… Son tipos con muchos años encima tocando instrumentos y está bueno que puedan volcar esos conocimientos
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