Necrológicas
Participaciones por los recientes fallecimientos en la ciudad.
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ALBERTO OSCAR CORTESE
El pasado lunes 1 del corriente se produjo el fallecimiento de Alberto Oscar Cortese, un querido y respetado hombre que contaba con 66 años de edad.
“Palmito” Cortese nació en esta ciudad el 1 de julio de 1948 y desde muy joven dedicó su actividad laboral como chapista, hasta alcanzar su merecida jubilación.
Su hobby era volar, así es que contaba con su título de piloto civil, actividad que realizaba asiduamente desde el Aero Club local.
Su partida de este mundo es lamentada por su esposa Lidia Noemí Bruno, su hijo Daniel Alberto, su hermano Jorge Clemente, su hija política Mónica Bouscayrol, su hermana política Inés Luján Armendaris y sus sobrinos Martín Alberto y Milagros, quienes elevan una plegaria por el eterno descanso de su alma.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el Cementerio Municipal.
MARIA FERNANDA CAYUELA de DIAZ
Cuando contaba con 55 años de edad, el pasado jueves 4 del corriente se apagó la vida de María Fernanda Cayuela de Díaz. Sus seres queridos escribieron en su memoria:
“Fernanda: hija, hermana, amiga, tía, sobrina, muy querida y respetada, pero por sobre todo madre y padre a la vez. Ejemplo de persona.
Fuente viva e invalorable de valores, el regalo y legado más hermoso y valioso que un ser puede dejar en su paso por este mundo.
Vivirás en nuestros recuerdos y en lo más profundo de nuestros corazones por siempre.
No extrañarte es imposible, pero elegimos tus sonrisas, besos y abrazos para tenerte presente entre nosotros. Te quiero viejita y gracias por hacer de mí, lo que hoy soy.
Te deseamos buen viaje tus papás, tus hermanos, tu esposo, tus sobrinos, amigos, amigas, tu familia política y yo”.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el cementerio parque Pradera de Paz.
FAUSTINO JOSE RUIZ
El pasado miércoles 3 del corriente falleció Faustino José Ruiz, una querida persona que contaba con 78 años de edad.
Faustino nació en esta ciudad el 11 de agosto de 1936; era hijo de Casilda Pérez y Faustino Ruiz; hermano de Yayi, Guega y Jorge (f); cuñado de Adolfo, Rodolfo, Juanita (f), Mari, José, Marcelo, Mónica, Laura, y futuro abuelo de Felipe o Renata.
Padre de cuatro hijos: Gustavo, Agustín, Nicolás y Soledad, Marcelo y Carolina y Luz. Su barrio La Florida y ex Tandilfer; dedicado a la industria rural y a la metalúrgica con su fábrica “Manantial” (torniquetas, frenos para caballos, llaves, cuchillos, etcétera).
Conocedor de las relaciones humanas haciendo muchas y muy buenas amistades en todos los círculos donde perteneció. Muy solidario con vecinos, clientes y trabajadores.
Hombre honesto donde su palabra fue su sello imborrable. Gran jugador de truco y mus con sus amigos. Humilde, educado, muy protector de su familia y gran defensor de sus derechos.
Incansable trabajador, ingenioso, inteligente y bondadoso. Su herencia mayor: amor al trabajo, a la educación y sus enseñanzas.
“Pepe: te quisimos, te queremos y te querremos por siempre. Esperamos que en el lugar donde estés sigas siendo ese espíritu libre lleno de luz para iluminar día a día nuestro camino.
¡Gracias por querernos tanto y darnos tanto! Con mucho amor, tu esposa e hijos. Hasta siempre”.
RAUL OSCAR FISCINA
“Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer…
Era una delicia el ver
como pasaba sus días.
Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón le prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.
Y verlos al cair la noche
en la cocina riunidos,
con el juego bien prendido
y mil cosas que contar,
platicar muy divertidos
hasta después de cenar.
Y con el buche bien lleno
era cosa superior
irse en brazos del amor
a dormir como la gente,
pa empezar al día siguiente
las fainas del día anterior”.
(Fragmentos de “El gaucho Martín Fierro” de José Hernández).
El Martín Fierro, libro ancestral, era el favorito del “Vasco Fiscina”, Don Raúl, o como yo le decía: El Abuelo… (mi abuelo).
Se me ha pedido que vuelque en palabras alguna reseña, alguna reflexión sobre lo que fueron sus días en vida; y es que yo lo he escuchado tantísimas veces contar historias y anécdotas sobre sus trabajos forzados a edades tempranas, sobre los maltratos que recibió de niño, sobre cómo escapó de sus hostigadores a los doce años, quedando su suerte en manos de una jueza, que iluminada con gracia lo derivó a una estancia, donde transformándose en peón, aprendió las bases necesarias que más tarde le sirvieron para ser un gaucho trabajador. Un gaucho que con el paso del tiempo se volvió esposo, padre y abuelo.
Pero elijo no hablar de sus tiempos de marido y padre, pues en ese tiempo yo no he vivido y no es mi tarea inventar.
Más bien, elijo, orgullosa, contar que como abuelo no ha dejado nada que reprochar. Siempre atento, cariñoso, chistoso y protector… mi abuelo junto a su “Vieja Chiquita”, como llamaba a su compañera, nos enseñaba a cada paso a disfrutar el trabajo de vivir una vida sencilla y rústica, valorando las pequeñas cosas, los pequeños detalles que a uno le agrandan el corazón…
El levantarse temprano y respirar el aire de la primera helada; el tomarse unos mates con limón al lado de la estufa a leña… calentar, más tarde, el agua en la pava para que “La Doña” prepare el café con leche o el mate cocido y luego con tostadas recién hechas desayunar juntos… el darle de comer a las gallinas, al perro, salir a cortar el pasto, podar las plantas, plantar una flor… comer frutas, hachar leña, escuchar vocerío de su vieja radio de bolsillo, preparar junto a su mujer el almuerzo, silbar mientras caminaba, charlar con el perro…
Esas eran algunas de las tareas de don Raúl, que con sus manos grandes y ásperas como todo buen trabajador, moldeaba, a mis ojos, una vida perfecta… una vida sin horarios tajantes, almuerzos rápidos camino al trabajo, bochinche de tráfico en las calles, trámites… si bien tenía obligaciones, se organizaba para hacerlas a tiempo debido y siempre cumplir.
Y qué delicia era que llegue el fin de semana, donde cada domingo el abuelo nos esperaba con un asado… era todo un ritual llegar a aquellos pagos. Uno entraba y se liberaba mentalmente… el cantar de los pájaros, el pasto recién cortado, el humo de la parrilla a lo lejos y el abuelo con su bastón y su boina, sentado debajo de aquel árbol…
Todavía sigue presente, vivo en los recuerdos, en la memoria de nuestra familia que elije recordarlo en sus mejores tiempos… hasta que algún día, nos volvamos a encontrar”.
- Florencia Venancio.
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