Otra víctima reconoció a Daniel ?Picu? López como su asaltante
Tal como había sido pautado por las partes, el juicio comenzó a desmenuzar caso por caso, delito tras delito desde su detención hacia las horas y días previos, cuando según el ministerio público “Picu” cometió los hechos que se le endilgan.
Consecuentemente, ayer era el turno de ventilar el atraco sufrido por un remisero, horas antes del asalto que ocurriera en la estación de servicios Don Rodolfo, de Perón y Monseñor de Andrea, caso este último que abrió el juicio la semana pasada.
Es que precisamente a partir del robo a la estación de servicios y su posterior detención en las adyacencias, hizo que López estuviera sometido a distintas diligencias procesales que permitieron a los investigadores vincularlo con otros sucesos que, a la luz de los acontecimientos destilados ayer en la audiencia, quedó elocuentemente probada su participación, al decir por la descripción y contundente reconocimiento que realizó el remisero víctima, incluso sin dejar manto de duda alguna sobre posible intervención y/o intromisión policial que haga trastabillar la causa.
Con lógica estrategia, la defensa del imputado buscó resquicios, grietas y hasta incorporó testimonios que pusieran en crisis la prueba contra su pupilo, empero la acusación salió airosa a partir de los dichos de los testigos que desfilaron frente al Tribunal integrado por los doctores Pablo Galli, Carlos Pocorena y Gustavo Agustín Echeverría.
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La solicitud fue rechazada, argumentándose, entre otros fundamentos, que la pena en expectativa de emitirse una condena superaría los tres años y que López hace un año y meses que se encuentra bajo arresto. Asimismo, los jueces se tomaron del concepto vertido por las autoridades del Servicio Penitenciario, que habla de una conducta mala del encausado y que registra un concepto calificado como malo dentro de la unidad carcelaria.
Frente a semejantes definiciones, más el peligro de fuga que reviste el caso, los magistrados desecharon la propuesta de la defensa.
El testimonio de la víctima
En efecto, Ernesto Pinat ingresó a la sala y se sentó frente a los jueces para recordar aquel 28 de abril del año pasado, cuando dos jóvenes subieron a su auto con destino a Las Tunitas, donde finalmente sería víctima de un violento suceso seguido de robo.
Pinat reseñó entonces a instancias del fiscal Damián Borean que aquella noche (más precisamente 1.30 de la madrugada) recibió el llamado de una agencia colega –remís Juncal- para realizar un viaje con dos sujetos. Una vez comenzado el recorrido con destino a Las Tunitas, a la altura de calle De los Granaderos pasando Estrada, uno de los jóvenes lo apuntó con un arma. Obligó a detener la marcha en plena arteria y a que bajara del vehículo. Una vez afuera del rodado, el joven que empuñaba el arma lo hizo arrodillar, mientras que su cómplice requisaba el habitáculo y se alzaba con el botín.
Cuando la sustracción se concretaba (unos 200 pesos en efectivo y un celular), quien lo intimaba con el arma gatilló en un par de oportunidades simulando un fusilamiento. “Al menos fue esa sensación (…) no vi cuando percutía porque me obligó a que mirara al suelo, pero sentí un ruido similar a eso”, confió la víctima.
En efecto, el remisero observó por la mirilla de la puerta de una de las dependencias policiales donde estaban parados a la par cuatro jóvenes. El más petiso, de tez morena, era quien Pinat reconocería como quien le apuntó con la pistola, Picu López, para más datos.
A mayor contundencia de la diligencia, la víctima también dijo reconocer al autor del robo por su voz, cuando a dar un paso adelante en la fila de reconocimiento dijo su nombre.
También a la hora del reconocimiento “de cosas” (elementos secuestrados) entre cinco pistolas reconocería una cromada, la que efectivamente se le había secuestrado al acusado cuando fue detenido. La imitación de una 9 milímetros que a la vez habría utilizado en el asalto a la estación de servicio.
“Me sentí muy mal por lo que pasé. Hoy sigo trabajando pero sigo mal por lo que padecí. Más cuando te apuntan con un arma”, confió el remisero a preguntas del fiscal sobre sus sensaciones por el atraco.
El fiscal Borean pedió también a la secretaría del Tribunal que hiciera constar en actas que el remisero descartó que la policía le direccionara a quién tenía que sindicar. Es más, dijo no conocer policía alguno.
En efecto, el hombre que recepcionó el pedido, recordó aquella noche la llegada al local de dos jóvenes pidiendo por un auto que, como los de su empresa estaban ocupados, ofreció llamar a otro colega, en esta caso terminó siendo Pinat.
A la hora de reconocer al par de sujetos, el testigo dijo no poder recordar sus fisonomías, empero entregó un dato significativo al menos para el fiscal, recordó parte de las prendas de vestir que tenía uno de ellos y habló de una campera con colores idénticos a los que le encontró a López cuando fue apresado.
El restante testigo resultó quien controlaba los viajes de la agencia en cuestión, quien fue citado por la defensa a la hora de poner en crisis la prueba contra su pupilo e intentando instalar la hipótesis que en las horas del robo “Picu” había solicitado un auto junto a un amigo desde la vivienda de calle Payró al 30, rumbo al cabaret Tropicana.
De hecho, una mujer que ejercía la prostitución en dicho lugar como el amigo dieron cuenta de esa estadía en el lugar, empero, según los registros de la agencia en ningún momento se realizó viaje alguno al local nocturno de Colectora Macaya.
Fue entonces cuando Castaño introdujo la duda si por “una picardía” algún remisero pudo haber tomado el llamado y obviado asentarlo en la agencia, actitud que el testigo no descartó. Empero sin pausa, allí reaccionaría el fiscal, quien manifestó que por los dichos del amigo del acusado, el llamado se había realizado directamente a la agencia.
Finalmente, sería llamada a atestiguar la asistente social Beatriz Martínez, con una extensa trayectoria en la justicia de minoridad, quien daría su mirada frente al “cuadro” que representó Daniel “Picu” López (ver aparte).
Sin más y ya pasado el mediodía, el Tribunal dispuso un nuevo cuarto intermedio hasta mañana, cuando desfilen testigos varios citados por la defensa. Entre ellos nada más y nada menos que el jefe comunal, Miguel Lunghi, y parte de sus colaboradores a cargo de la Secretaría de Desarrollo Social de la comuna. u
Con fuerte autocrítica y con un tinte emotivo frente a lo que vivió con el hoy “famoso” personaje sentado en el banquillo de los acusados, Beatriz Martínez -asistente social- relataría su mirada del caso, sin despojarse de su sentimiento de frustración por no haber podido hacer más y haber formado parte de un sistema que fracasó a todas luces.
Se trató -se trata- de una relación muy fluida entre ambos protagonistas, que llevó a la profesional a estar muchas veces cerca de López desde pequeño, con una historia cargada de dolor, abandono y desidia oficial. Otras tantas veces lejos, como cuando lo iba a buscar por los cerros cuando trataba de ubicárselo tras alguna fuga de determinado lugar de contención.
A tal punto llega la relación, que la testigo y el acusado terminaron en un abrazo en pleno juicio, dejando en evidencia una historia compartida que seguramente ninguno pensó transitar y mucho menos terminar de esta forma.
La asistente habló de los años cuando López era menor de edad, de los centros cerrados que fue derivado, a la casa de Contención, donde incluso más allá de varias huidas intentó suicidarse.
La compleja como dolorosa historia de vida, que habla de suicidios –de la madre- y abandono, también formarían parte de la descripción que la testigo echó a desandar y el abogado defensor parece querer encarrilar la audiencia, más allá de las pruebas incriminantes por los hechos puntuales que se le imputan a su pupilo.
Martínez describiría sobre las más de una docena de experiencias en hogares de convivencia que fracasaron y que, en definitiva desembocaron en esta realidad, con un joven que apenas superó el umbral de la mayoría de edad y quedó preso bajo una caterva de acusaciones delictivas, aunque su suerte podría haber sido mucho peor aún, que estuviese muerto.
Insistió en la falta de vínculos afectivos y la vulnerabilidad que transitaba el joven, sin dejar nunca de hacer hincapié en la orfandad de toda articulación estatal que permitiese una contención.
Habló de un cuadro psiquiátrico que nunca fue debidamente atendido, además de la escasa capacidad del propio López para tener voluntad a la hora de someterse a algún tratamiento.
Fue la cuota emotiva, que no deja de ser real como cruda frente a un joven cuya vida ya pasó a ser conocida por buena parte de la sociedad, quien le tuvo –tiene- miedo, porque nadie supo qué hacer con él, entonces parece que a Picu tampoco le interesaron los demás. Ahora está acusado de delitos varios y por los testimonios hasta aquí escuchados está muy comprometido penalmente. Ayer nomás estuvo al borde de matar o de morir. Ahora muy cerca de quedar por un buen tiempo encerrado.
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