Pasa por el divan Gastón Leandro
-Lo hemos traído al diván porque desde hace tiempo sus shows han trascendido los límites de la noche y los boliches. Ahora anda por todos lados y a toda hora.
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–Sí, Tandil me trató muy bien. Y la cosa arrancó así: un día vine a tocar al Libertador a una fiesta y justo un amigo mío había abierto Antares, así que le dije “cuando termino toco un rato ahí”. Toqué y mi amigo se entusiasmó y dijo de hacer algo más serio. Entonces le pedí que me diera el día más difícil de la semana. Y empezamos los lunes.
-Le gustó el desafío.
-Sí. Tandil pasó a ser una meta. La primera vez, me acuerdo bien, fueron 17 personas. Al otro lunes, 35, el tercero 100 y a partir de ahí creo que tuvimos cuatro años con cola, los lunes… Ahora llevo varios años con Sandra (Maqueira), en Ego. No hay secretos: me gusta lo que hago. Y cuando me preguntan quién soy digo músico de profesión y “remador”. En realidad soy músico de calle, autodidacta.
-Ya no es tan músico de calle. Ha tocado frente a multitudes muchas veces.
-Sí. Sin ir más lejos hace poco tocamos en el Festival Aéreo por el Bicentenario, en Morón, y a lo largo de dos días cantamos ante un millón de personas. Pero, ¿sabe qué? para mí el show difícil es el que tiene menos gente. Subir al escenario y encontrarte con un montón de gente agitada ahí abajo es muy fácil. Difícil es arrancar en un bar.
-¿Y cómo se hace para que un público apático como el tandilense termine bailando arriba de las mesas?
-Mi clave es pararme y escucharme a mí mismo. Después llevo el show hacia el lugar que quiero y ahí yo ya soy bastante caprichoso. ¿Sabe de dónde saqué ese gustito por el desafío de que haya poco público? Justamente de un tandilense, Facundo Cabral. Cabral se iba a presentar en Mar del Plata en la época en que estaba prohibido por la dictadura y se encontró con que había una sola persona. Y cantó igual. Incluso él llegó a admirarlo al otro y a considerarlo su amigo, que se la jugó al ir.
-A esta altura ¿le avergüenza ser un hombre de la noche?
-No: yo soy un hombre de la noche, ahora sano, pero de la noche al fin.
-¿Cómo es eso de “ahora sano”?
-Siete años atrás atravesé una crisis de salud, un preinfarto. Pesaba 130 kilos, vivía de noche, de joda, mucha caravana. Entonces empecé a hacer ciclismo y sucedió como con el público en Antares: el primer día hice 15 km, luego 30 y así para arriba; a la vez pasé de 130 kilos a 100. Ahora hace dos años que no fumo ni tomo alcohol y me dedico solamente a los deportes. ¿Quiere que le diga quién soy?
-A ver.
-Un tipo que aprendió con el tiempo, la experiencia, que hay cosas que tienen precio y cosas que tienen valor.
– Expliquemos la diferencia.
-Un show contratado tiene un precio. Pero el otro día por ejemplo fui a tocar a General Pico -La Pampa- y se cortó la luz en todo el pueblo y agarré la guitarra, me puse al lado del fogón y canté a capella durante 40 minutos. Ese show no tuvo un precio, tuvo un valor. Esa es la diferencia.
-Hablando de precio: si alguien se tomara el trabajo de calcular todos los shows que usted hizo en tantos años diría que Gastón Leandro es millonario.
-Sí. En realidad perdí mucha plata, pero bueno, el 31 de diciembre cumplí 40 años y a mí manera tengo mi barco y tengo mi avión: hago surf o sea, tengo mi lancha, mi barco, porque navego de esa forma. Y con mi parapente tengo mi avión; entonces, a mi modo, en cierta forma, logré lo que quería.
-¿No nos va a decir cómo hace para llevar bien alto un show que nace muerto?
-Desviando la atención. Cuando arranco a tocar veo que la gente está mirando el teléfono, las redes sociales o que charlan entre ellos. Ahí tengo que hacer algo para que se fijen en otra cosa. Y que a su vez todo confluya en mí. Ahí está el secreto. No es necesario ponerse un sombrero. La gente está atenta a otras cosas y la música para ellos está funcional, bueno, entonces corto: hago un comentario que los deja atentos al show. De ahí en más todo va para delante. Le digo más: yo sé que no tengo una gran voz, ni soy un gran guitarrista.
-No se haga el humilde. O por lo menos juntas, ambas cosas salen muy bien.
-El conjunto sale bien. Un día estábamos con Pappo –que no tocaba la guitarra acústica- y se puso a afinar mi guitarra, de oído, y yo le dije “¡Qué grande, vos estás tocando mi viola!” y me dice “Gordo “vos no te das cuenta lo que sos, porque cuando estás tocando parece que hay una banda”. Ahí me cayó la ficha. Que un tipo como Pappo me diga eso, él que no se animaba a tocar solo con la guitarra, que necesitaba de un bajista y de un batero, y que cuando me escuchó le pareció que sonaba una banda, es fuerte. Y hace dos años me cayó otra ficha.
-¿Cuál?
-Mi carrera arrancó de nuevo hace dos años. Antes, en un momento llegué a sacar un seguro de vida, por mis hijos, sabiendo que tenía un tiempo de vida útil, que no iba a muy lejos. Ahora en cambio puedo pensarme tocando a los sesenta. Eso ya no es un sueño, es una realidad. Ahora soy un sobreviviente que cree que lo mejor está por venir.
Fuera de sesión
Cantando bajo la luna, como la cigarra
Lanzado a una nueva etapa, ahora con canciones propias junto a su socio inseparable, Juan Stagno, Gastón Leandro quiere consolidar el punto de partida que significó el disco “Leandro Stagno y la ciencia” lanzado hace un año y medio con temas de su autoría.
Son otros tiempos los que corren, aunque el pasado incluye escenarios junto a Pappo o Charly García, otro prócer del rock con quien tuvo el placer de tocar, varias veces. Más atrás aún, en los tiempos de cantor callejero en la calle Florida, allá por 1983, el entonces “Gordo” que ahora luce un estado impecable había encontrado un método infalible para poder parar la olla: la canción “El Pianista”, de Billy Joel: “después de cantarla, pasaba la gorra y me garantizaba que comía. Le debo mucho a esa canción, le debo la vida”.
Mientras tanto hoy lo identifican otras composiciones. Así se reflejó en una reciente presentación. Minutos antes de subirse al escenario su médico apareció con los análisis y le dijo que estaba curado de la diabetes, nada menos. “Me emocioné tanto que se lo conté a la gente durante el recital. Y ahí canté “La Cigarra”. Y lloré”.
Marplatense por adopción (nació en Necochea) Leandro es también piloto de avión y donde le toca actuar insistirá en que el rol del músico tiene que apuntar, siempre, a ser como la brasa del asado. “Cuando uno prende el fuego para el asado es una brasa la primera que se prende y es esa la que convida al resto y todo se transforma en un fuego. Eso es lo que hay que hacer desde el escenario. Un tipo que convide el fuego, la música, a todos”.
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