Sucesos notables en la historia de Tandil
1883: año clave en el progreso de Tandil
Recibí las noticias en tu email
Por Juan Roque Castelnuovo
Tandil se esforzaba, dos décadas antes de terminar el último siglo, en sacudir un letargo de años, que le permitiera emerger del corazón mismo de la serranía pampeana, como una de las poblaciones más ricas y más laboriosas del país.
Pero estaba lejos todavía, allá por 1883, de constituirse en la gran ciudad que sería después.
En algo iba evolucionando el pueblo, si se tiene en cuenta que era una época en que se procuraba rehabilitar el mercado de abasto, se estaba construyendo un puente sobre el arroyo La Merced, camino a Benito Juárez, y se trataba de conservar el reciente terraplenado de las calles céntricas, prohibiendo atar más de cuatro caballos a los carros que entraban cargados a la aldea. O si se considera que en materia de servicios públicos, se había dotado a la plaza principal de un depósito de agua y bomba, se habían habilitado dos nuevos carros para la recolección de residuos y se sumaban más carruajes al transporte urbano de pasajeros, ampliando el servicio que hasta entonces sólo prestaba el vecino Pedro Anchen con su volanta.
Significaba un adelanto, también, la construcción de un edificio para destinarlo a comisaría de policía, oficina de evaluación, correo y escribanía, donde ahora está el Teatro Estrada.
Precisamente al lado de casona de Santamarina, donde funcionaba una biblioteca popular. También era un avance la instalación del primer reloj público que tuvo Tandil, en una de las torres de la Iglesia. Y la fundición, aquí mismo, de la campana principal.
La designación de un “jury de patentes”, a cargo del vecino Santiago de Giovanni, de un comisario de impuestos” -cargo con el cual fue nominado Lisandro de la Cuesta- tanto como la fijación de un gravamen por la tenencia de perros y la prohibición de arrojar huevos en carnaval… eran otras medidas que, a la sazón y en beneficio de la población, daba a conocer entonces la Corporación Municipal. (La última Corporación Municipal, previa a la primera Intendencia comunal).
A las que se sumaban el levantamiento de la prohibición que regía entonces de entrar de noche a caballo al pueblo… Aunque quedaba firme el impedimento de galopar en las calles a cualquier hora.
Por aquel entonces, también, se había inaugurado la pirámide primitiva -de dimensiones más reducidas que la de nuestros días- en el centro de la Plaza Independencia. Estaba rodeada de verjas de hierro y tenía umbrales de mármol, extraído este de la sierra de La Tinta.
Era evidente, sin embargo, que mucho faltaba todavía para proyectar a Tandil hacia un sitial de mayor preponderancia. Y esto radicaba, fundamentalmente, en la imposibilidad de transportar la enorme riqueza de nuestras canteras.
Hasta que llegó el ferrocarril -al amparo de una disposición de Dardo Rocha- con servicio de carga y pasajeros.
El arribo de la primera locomotora, dibujando su penacho blanco en la serranía, la mañana de un domingo de fiesta para Tandil, no solo dio lugar al asado con cuero con que Tristán Gómez -jefe comunal- agasajó a los ingenieros y obreros, sino que determinó también el arreglo de la calle que va a la estación -hoy Colón- en la que se instalaron 28 faroles de seis frentes cada uno, construidos por Samuel Peyrel, padre de quien luego fuera Sebastián Heder Peyrel, aviador tandilense que construyó aquí su propio aparato, con el que halló la muerte a fines de la década de los años diez.
Esa noche hubo baile en el club Social, para celebrar el acontecimiento de la llegada del ferrocarril. Y al día siguiente, nomás, comenzó la venta de tierras en torno a las vías, con el propósito de recaudar fondos para la construcción de un hospital.
Poco tiempo después, Tandil recibía 41 trenes semanales y despachaba otros tantos.
NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 20 años por El Eco de Tandil.
Este contenido no está abierto a comentarios