Necrológicas
ANTONIO AMUCHATEGUI
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Antonio Amuchategui nació el 5 de mayo de 1926, en el pueblo de Ferrari, cercano a San Cayetano. Su padre Francisco y su madre Mercedes construyeron una numerosa familia, en la que él era el último de los 13 hermanos. Vivió en el campo y fue a la escuela hasta quinto grado. El sexto grado lo hizo libre porque tenía que trabajar con su familia en las tareas rurales.
Después de hacer el servicio militar, conoció a María Angélica Vásquez, que vivía en el mismo pueblo, y se casaron. Fue secretario del delegado del pueblo y por entonces, nació su primera hija, María Cristina, en 1955. Con la revolución, quedó sin trabajo y decidió mudarse a Tandil. Empezó a trabajar en el ferrocarril. Lo tomaron en las oficinas de vía y obra.
En 1958 nació su segundo hijo, Jorge Antonio (f) y en 1962, los mellizos Carlos Humberto y Néstor Rodolfo. En 1964, pudo entrar en un plan de autoconstrucción y cumplir el sueño de tener la casa propia para él y toda su familia.
Durante cuatro años, sin faltar un día, fuera del horario de trabajo, le dedicaba horas al sueño de tener su hogar, junto con 99 hombres más. Así, en 1968, poblaron la avenida Juan B. Justo y se afincaron al lado del barrio Obrero.
Ya crecidos sus cuatro hijos, se fueron casando y le dieron 13 nietos, que fueron la alegría para el abuelo Antonio. Siempre había pan con miel, jugo y alguna moneda o caramelo que tenía escondidos en su pieza.
Un hombre callado, íntegro, humilde, que sólo sabía de ir a trabajar y estar en su casa. Jamás una palabra de más. Muy instruido, a pesar de su poco estudio. Le gustaba leer sobre política y deportes. Tenía quinta, plantas frutales en su patio pequeño y disfrutaba mirar los partidos de Boca. Los nietos crecieron y le dieron 25 bisnietos.
“Lo que siempre voy a extrañar de vos, abuelito, son tus ricas comidas, el arroz con leche con canela que era único. Todas esas tardes de fútbol en la tele, se van a extrañar los partidos de Boca con vos y los mates. Nunca se perdía un partido de su Boca querido, y anotaba todos los resultados de los partidos. Te amamos por siempre”.
OLGA ESTER RODRÍGUEZ DE ACUÑA
Olga Ester Rodríguez de Acuña falleció el pasado 4 de diciembre de 2020, a los 65 años. Olga, como era llamada familiarmente, nació en María Ignacia (Vela), el 19 de marzo de 1955.
Su infancia transcurrió en estación Azucena, junto a sus padres José Manuel y Adelita, sus hermanos José, Juan y Marta. Cuando creció, se dedicó a ama de casa y a trabajar en una panadería en Azucena. Y así ocurrió su noviazgo.
La pareja se mudó a Tandil, donde pasó su vida de casada, y fruto del amor nacieron sus hijos María Luján y Pedro Alberto. Tiempo después, llegaron los hijos políticos Carolina y Matías, y sus nietos Karen Mailen, Adriano Valentino, Zoe Ailín y Delfina.
“Para todo hay un tiempo señalado. Tiempo de llorar y tiempo de reír. Hoy nos toca llorar tu pérdida, pero nos consuela mucho recordarte con alegría. Te extrañamos mucho, pero estás presente siempre en nuestros mejores recuerdos y por supuesto en nuestros corazones. Te amamos eternamente”.
ELENA ENTRENA VIUDA DE FRONTINI Y DE JAIME
Nació en Capital Federal, el 25 de julio de 1933. Fue maestra, profesora de Educación Física y empresaria de Mary Kay. Tuvo siete hijos: Laura, Norma (f), Marta, Alejandro, Carlos (f), Rocío y M. Patricia; 15 nietos y 6 bisnietos. Vivió en Córdoba, Junín, La Plata, Buenos Aires y Tandil.
Tuvo una hija desaparecida durante la dictadura militar, en el año 1976, y 25 años después, se encontraron sus restos en Fátima, cerca de Pilar.
En su primera etapa en Tandil, alrededor de 1980, colaboró -junto con su esposo Héctor Frontini- en Cáritas, en la Parroquia Santa Ana y especialmente ella, con las guías, de las que guardaba un hermoso recuerdo, además de muchísimas anécdotas de las experiencias vividas.
Fue una persona muy estudiosa y curiosa. Estudió apicultura, fue timonel, comenzó la carrera de arquitectura, hizo todos los cursos de perfeccionamiento que pudo, tanto en educación, como en fabricación de quesos, estuvo en la organización y fue secretaria del círculo de Orientación Terrestre Argentina, deporte de origen escandinavo que combina running con cartografía, brújula y tiempo.
Hablaba eusquera (vasco), alemán, francés e italiano, todos estudiados. Tocaba el piano, la guitarra y el chistu, los cuales siempre intentó enseñarles a sus nietos sin demasiado éxito.
Vivió como quiso, sin quejarse por nada y ayudando a su familia en todo lo que podía. A pesar de las adversidades, siempre miró el futuro con optimismo y alegría. Sin dudas, se podría decir que fue como “un canto a la vida”. Hasta en los últimos años, que estaba nuevamente en Tandil, transitó a su manera esta nueva etapa.
La pandemia la afectó muchísimo, la aisló de sus afectos, le impidió seguir con sus actividades, pero como siempre, se acomodó a la situación y disfrutó.
ANA LUISA PARDO
Ana Luisa Pardo nació el 19 de septiembre de 1947, en la localidad de María Ignacia (Vela), lugar donde cursó sus estudios primarios. En 1968, contrajo nupcias con Luis María Vialaret, a quien conoció desde la época escolar. Fue mamá de dos hijos: Gustavo y Cristian, y vivió siempre en María Ignacia. Tuvo cinco nietos: Carla, Anabella, Lautaro, Agostina y Augusto. Falleció el pasado 1 de diciembre de 2020, causando un profundo en todos tus familiares que la recuerdan con mucho amor.
GRACIELA LUJÁN STELLA
Graciela Luján Stella nació en Tandil el 28 de mayo de 1961. Era hija de Isabel Ramallo y de Antonio Stella, en una familia picapedrera que ubica su origen en la cantera “La Aurora” (actual Paseo de los Pioneros) y se radicó definitivamente en las escasas cuadras que rodeaban a La Movediza por esos años.
Allí conoció a su esposo, Pablo de La Fuente, de profesión militar aeronáutico, y juntos establecieron su hogar en los alrededores de la Terminal y tuvieron tres hijos: Verónica, Maximiliano y Romina.
Con el tiempo la familia fue creciendo y además de los hijos políticos llegaron las nietas: Emma, Eugenia y Delfina.
Graciela era una madre tan grande que además de criar a sus hijos, se convirtió en niñera de profesión y a lo largo de casi 15 años, se ganó el cariño de los hijos de las familias que tuvieron el placer de contar con sus cuidados.
Quien la conoció la describe como una mujer muy agradable, cálida y cordial. Su gran amiga Marisa, su ahijada del alma Claudia y sus sobrinos nunca olvidarán su incondicionalidad y constante apoyo.
Graciela dejó una importante lección de vida a quienes esperan su turno para reencontrarse con ella: las personas no se convierten en seres grandiosos por las ciudades que han visto, ni por las obras que han inaugurado, no son grandiosas por ganarse el reconocimiento público o el agrado general; son grandes por la calidad de recuerdos que dejan en sus seres queridos al momento de partir, por los lazos familiares que forjan con valores.
Junto a su esposo, han otorgado a sus descendientes la mayor de las enseñanzas: la familia es y será siempre lo primero. Graciela era eso, familia.
Partió a reunirse con el altísimo el pasado 6 de diciembre de 2020. La vida la abandonó sin dolor ni agonías. Murió en paz.
“Estas celebraciones de fin de año serán las primeras sin su presencia física. Sin embargo, su vida quedará latente, recordando hoy más que nunca que las personas mueren únicamente si son olvidadas. Vivirá por siempre mientras permanezca en la memoria de todos los que la aman. Y este es el compromiso de todos ellos con su legado”.