De un lado y otro de Fuerte Independencia
Cuando Miguel Angel Lunghi asumió al frente de la administración comunal allá por el 2003, solía decirse en ámbitos políticos que en la vereda de enfrente tenía un Municipio Paralelo.
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Se vivían tiempos complicados por entonces. El país comenzaba a salir de la crisis del 2001, que casi lo hace estallar por el aire. En ese contexto de niveles de pobreza, indigencia y desocupación alarmantes, el rol de la Iglesia -desde la religión, sí, sobre todo como organización de ayuda comunitaria- adquirió una importancia especial. Más aún, porque al frente estaba el cura Raúl Troncoso, que desde lo personal, desde su experiencia social y también desde su fe, asumió un fuerte compromiso con ese mensaje de los Evangelios que habla de estar del lado de los desposeídos y marginados.
Y ciertamente, desde esa función y desde su prestigio, no eran pocos los dirigentes políticos que escuchaban sus reclamos y colaboraban con su obra. Desde su lugar fuera del púlpito -y quizás desde allí también-, el sacerdote hacía gestión.
Por su impronta personal, a Lunghi muy en gracia no le caía eso del Municipio Paralelo. Al hombre le gusta ejercer el poder en su totalidad. Y quizás haga bien.
Lo cierto es que la cosa no pasó a mayores. Troncoso continuó con su perfil bajo -jamás le gustó el protagonismo- y el Intendente habrá contado hasta diez en más de una ocasión.
La bonanza fue llegando al pueblo y si bien en este país -y en la ciudad- los menos privilegiados nunca estuvieron para tirar manteca al techo, aquellos índices desesperantes fueron cediendo. Cura y pediatra siguieron con sus cosas; algunas de ellas, en común.
La llegada del joven sacerdote Lede Mendoza fue un sacudón para una feligresía, por definición conservadora, en una ciudad mayoritaria conservadora, con una administración a la que no le gusta que le hagan olas.
Las homilías del curita traían consigo una fuerte dosis de ideología -no alejada de las ya citadas partes del Evangelio-, sin llegar a ser la revolución. Con todo y su pelo largo, pronto le cargaron el cartel de “K”. Y no sé si habrá hecho demasiados esfuerzos por sacárselo.
Y la cosa explotó cuando en misa, Lede Mendoza se despachó con aquello de las cocinas de paco en las periferias y la connivencia policial con sectores fuera de la ley.
Lunghi había soportado tener un Municipio Paralelo enfrente durante los primeros tiempos de su gestión. Pero ya consolidado y con un apoyo en las urnas refrendado una y otra vez, no se bancó tener enfrente lo que consideraba una unidad básica.
Como radical de fuste, encaró por el lado de las instituciones. Si el cura tenía una denuncia para hacer, que fuera a la justicia. Y lo acompañó hasta la fiscalía. Una reacción un tanto desproporcionada, habida cuenta de que la política -que se juega de un lado y de otro de la calle Fuerte Independencia-, contempla este tipo de cortocircuitos y sus canales para encausarlos, fuera de los estrados judiciales. Y de los altares, ciertamente.
Conclusión: el cura colgó los hábitos. Vaya a saberse si por este entuerto.
Ahora, pelo corto y perfil bajo, el que dijo lo suyo fue Marcos Picaroni. Si de algo no se lo puede “acusar” a este sacerdote es de militancia política partidaria ni de pretender consolidar Municipios Paralelos.
En una entrevista a un medio colega y antes de partir hacia Olavarría, su nuevo destino, consultado sobre la situación social, Picaroni aseveró que advertía un mayor pedido de alimentos, abrigo y que notaba un mayor desamparo de algunas personas que, por ejemplo, duermen en la Terminal.
No hay que haber pasado por ningún seminario católico ni haber asumido vocación sacerdotal alguna ni siquiera tener fe, para comprobar que sus dichos no están alejados de la realidad. Son la realidad. Hay que verla nomás.
No obstante eso, se encargó de aclarar en esa misma nota que gracias al trabajo de varias instituciones, “no hay chicos ni gente en situación de calle”.
Pero una vez más, desde la vereda de enfrente surgió el enojo como primera reacción. Desoyendo aquello de “calma radicales” y desoyendo, sobre todo, el manual básico del manejo político en tiempos de crisis, la responsable del área de Desarrollo Social lo mandó a confesarse por decir mentiras. Casi como una pirueta torpe y paradojal: el Municipio (ahora) convertido en Iglesia Paralela, advirtiéndole al prójimo sobre la observancia de los mandamientos.
Entiendo que una vez más, la administración local se privó de practicar el sano ejercicio del debate político. Un cura que dice que la gente está desamparada no desestabiliza a nadie. Y hasta donde uno sabe, tampoco miente.
No se trata de poner la otra mejilla. Sino simplemente de escuchar. De hablar. Y quizás de rever lo que se puede estar haciendo mal. O lo que a esta altura, ya no alcanza.
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