El arte de la ilusión
Ariel Domínguez o el Mago Ariel nos habla de magia y también de René Lavand a quien le está organizando una muestra en el Mumbat. Cuenta la emoción mayor que ha tenido en estos veinte años de vendedor de ilusiones y de su fascinación cuando descubrió en la tele Las manos mágicas.
“San Juan Bosco es el santo de los magos”, nos señala narrando algunos detalles de este religioso que fue un adelantado para su época y escribió libros de consulta que aquellos magos que querían hacer historia no dejaban de consultar. Y volviendo al Santo, se celebra todos los 31 de enero el Día Mundial del Mago, celebración a la que asiste, en Mar del Plata, hace veinte años.
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-¿Cómo es la relación entre colegas?
-Hay de todo como en cualquier oficio, tal vez acá un poco más de celos porque uno quiere exclusividad para lo que hace y trata de que el otro no se copie. Entonces va, muestra sus cosas pero no sus trucos. Aún así está bueno porque sur-gen ideas nuevas y le sirve a todo el mundo. Después nos juntamos en grupos según el estilo de magia de cada uno. Por ejemplo a mi me gustan mucho los naipes, a otros la magia con palomas y se muestra lo último que ha salido.
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-¿Son muchos los magos reconocidos en Argentina?
-Los que nos reunimos somos al-rededor de cuarenta del interior dela provincia; en el resto del país seguramente hay muchos otros encuentros ese día.
-¿Cómo era este mundo cuandoempezó?
-Soy de investigar cuando algo me interesa. Recuerdo estar en reuniones, mirar y decir “Me engañaste. ¿Cómo es eso?” Seguir mirando y comenzar a hacer un juego tras otro. En aquella época no había Internet todavía ni tanto ciber, de modo que no existía mucho material y en las librería casi ningún libro de magia. Ahora hay muchísimos y otro tanto de bibliografía.
-¿Quiénes escriben sobre magia?
-Grandes magos que aportaron más que nada a la teoría de la magia, a los métodos y conceptos. No tanto a los trucos como se les dice.
La reina de las artes
-¿Dentro de qué se inscribe la magia?
-Un arte como el teatro, la música… en un momento se hablaba que como las combina a todas era la reina de las artes. Es una frase enorme, pero como tenés todas las áreas,musical, argumental, teatral, hablada, chistosa, seria, clásica, con cartas, monedas, mentalismo… abarca todo y los autores trabajan mucho en la presentación, como fue el gran maestro René Lavand. El se basaba en la presentación y los juegos eran eso.
-¿Por qué cree que a René nunca le gustó que le dijeran mago?
-Hablaba mucho con él. En realidad del tema fue comercial.
-¿Eso qué quiere decir?
-Fue un genio en todo sentido. Y lo que vio, en la época de él, que los magos eran los brujos, hechiceros.Nosotros en realidad somos todos ilusionistas. Decimos mago porque es cortita y pega. Para el público un juego con naipes es igual amago y ya está.
-El término ilusionista tiene más glam que mago ¿Lo ve así?
-¡Claro! Cuando René tenía la carta de los artistas eran músico, ventrílocuo, cantante, mago… y él no quería ser uno más estar en las generales, quería destacarse y por eso decidió que era ilusionista. Yes verdad, todos lo somos. Porque no hacemos magia, vendemos ilusiones.
Las manos mágicas
-Vamos y venimos… hoy nos contaba cómo de joven se interesó en los trucos, pero ¿cómo comenzó todo?
-De chiquito. Tenía ocho años y miraba Las manos mágicas. Miraba y copiaba todo lo que hacían y se lo mostraba a mi familia. Después se terminó el programa, no había nada y a los 17 años empecé a juntarme en reuniones y ver este tipo de cosas, comencé a engancharme, conseguir elementos, asombrar, ver la expresión de la gente hasta que comenzaron a pagarme por lo que hacía. Que te pregunten ¿Cómo es eso? Y tener el secreto guardado es bueno. Y sigue estándolo.
-¿Esta vocación interfería con sus estudios?
-Hice la primaria, arranqué el secundario un par de veces y no había caso. Empecé a trabajar teniendo catorce años.
-Y se fue a Buenos Aires a buscar elementos mágicos…
-Me dieron una dirección, cuando llegué a Retiro me dijeron que ese lugar quedaba muy lejos, empecé a caminar y caminar y estando tan cansado llegué a una galería y me senté un rato y allí descubrí una delas pocas casas donde vendían elementos de magia. No fue una casualidad… se me tenía que dar.
La emoción y el maestro
-Háblenos de su relación con René Lavand.
-Yo lo conocía y admiraba desde hacía muchísimo tiempo, era el tiempo del apogeo de sus viajes, iba y venía todo el tiempo. Y yo me estaba formando y no entendía mucho a lo que él apuntaba con el ilusionismo. Era un gran profesional, lo conocía todo el mundo. El estaba muy allá y yo muy abajo. Pasó el tiempo y un día un amigo me pide que lo acompañe a la casa de René porque era su cumpleaños y quería saludarlo. Fuimos. Me dice “Ariel, venite, pasate, sé que andás por ahí dando vueltas, vamos a charlar”. Y comencé a ir después de la siesta, a las cinco de la tarde, a su casa. Día por medio, veníamos a tomar un café al centro, volvíamos, charlábamos de la vida, del arte…
-¿Era su discípulo?
-No sé si lo era… hablábamos mu-cho de qué se hacía bien o mal. Incluso él me comentaba: “Mirá yo hago esto ¿Qué se puede cambiar? ¿Y si ponemos, sacamos… hacemos así?
-¿Le pedía consejos a usted?-Nos aconsejábamos. Yo hacía lo mío y él me indicaba por qué no debía hacerlo de tal manera. Y lo fundamentaba. En el último Tecnópolis no pude ir, hizo lo que habíamos hablado. Me tomaba en cuenta y para mí era un honor.
-René quería o no quería. Y no se molestaba en disimularlo. A usted le tenía mucho afecto.
-En la cena del Día del Mago hablamos del vínculo que teníamos con René. Un hombre de un carácter muy especial… tal como lo dice usted y me apreciaba mucho, sí. Lo que pasaba es que en el afán –hablo por quienes lo querían consultar permanentemente- querían mostrarle cosas y lo atosigaban… pero no había que mostrarle a René sino al público que es en definitiva quien va a dar el veredicto. A René lo llamaban, mandaban cartas, le tocaban timbre, por eso es entendible que muchas veces se molestara. A mí me pasó cuando era chico. Me decían que fuera a verlo y no lo quería molestar, aunque a veces le he ido a tocar el timbre… pero pasaron diez años hasta el día en que fui a saludarlo para el cumpleaños y nos conocimos personalmente, aunque yo lo veía en todos los shows que daba.
-¿Qué sintió al ver en aquella oportunidad que había aceptado su sugerencia?
-Fue un honor para mí. Sentí mucha emoción.
Pasión por lo simple
El vinculo crecía entre René y Ariel hasta que el maestro llegó a contarle que quería hacer un libro técnico, para magos, para entendidos, pero que también tenía en contra la edad, el hecho de que debía escribirlo. El joven mago no dudó en responderle: “Deme la oportunidad y lo hacemos”. Lo filmó, le grabó las rutinas, le escribía al mismo tiempo que Nora (la esposa de Lavand) corregía. “Y así salió Vistazos, un libro para eruditos. Le encantó y yo me sentí más que feliz. Gracias a los avances tecnológicos y el trabajo en equipo salió muy bien. Y el libro se sigue vendiendo”.
“René amaba la simpleza y siempre trabajaba en eso, estando con él me surgían ideas y me alentaba en buscar los detalles simples”, cuenta Ariel.
Pánico escénico
-¿Es narrador?
-Soy más bien humorista. Me volqué al humor, en cambio René contaba una historia y te atrapaba. Yo no tengo esa capacidad ni la siento. Mezclo la magia con el humor y a mí me funciona más que si contara una historia,pero uno nunca sabe qué pasará el día de mañana.
-¿Han descubierto el truco en alguna oportunidad?(Risas)
-Soy de improvisar mucho.
-¿Se improvisa en este oficio?
-Sí, porque me ha pasado de entrar con un público difícil, no aplaude, está serio, ¿qué se hace? ¿Tiro un chiste? Entonces en vez de comen-zar con lo que debía lo hago por el medio y voy innovando tanteando el ambiente. Me gusta trabajar para que el público se divierta desde que empieza hasta que termina el show. Porque si no me pongo nervioso
-¿Alguna vez tuvo pánico escénico?(Risas)
-Cuando comencé sentía que engañaba a la gente y encima habían pagado la entrada, por ejemplo. Tenía miedo de salir, pero con el tiempo pasó. Ahora si subo a un escenario y tengo una baraja me siento seguro, me la sacan y me dicen que haga un sorteo y anime la fiesta, ¿qué hago, dónde queda la salida? (Risas)
Naipes virtuales
-Está la gente que sufre por temor a que se equivoque, los que lo desean y quienes quieren descubrir el truco. Obviamente también están los que disfrutan del show sin hacerse tantos rollos…
-A mí me gusta trabajar sobre eso. El público sufre cuando el artista está nervioso y cuando se es principiante se nota porque se mueve para un lado, para el otro, se le traban las cartas. Trabajo de una manera relajada y logro que el público se relaje, porque uno transmite sensaciones y las contagia. Entonces si comenzás relajado, el público sabe que las cosas las estás haciendo bien, que no estás improvisando, pero además parece que hacés algo en lo que te va mal y la gente se lamenta: “Pobre tipo”. Y de pronto salís con otra cosa y la gente te aplaude porque no lo puede creer. Y yo feliz.
-Debe tener cientos de anécdotas…
-En una oportunidad abro el maletín para empezar el juego y me faltaban los naipes
.-¡Un mago no puede olvidarse los naipes!
-¡Somos humanos! (risas). Bueno ¿Qué hago? Tengo que improvisar: “Vamos a jugar con una baraja imaginaria y le digo al espectador que nombre una carta cual-quiera… y el juego hay que terminarlo, hay que resolverlo y después del estrés que sufro porque me digo“¡Qué va a pensar esta gente”!, concluyo el juego y aplaude y fue una improvisación que finalmente la terminamos usando como un juego.
-Hay que ser muy creativo en su profesión.
-Y sí, pasa por la creatividad.
-¿Qué publico prefiere chicos o grandes?
-El infantil es sincero. No le gustaste se levanta y se va. El que se aburre se va a jugar al pelotero. Los chicos no tienen filtro. El adulto disimula: “Pobre tipo, se termina pronto, lo aplaudimos y se va contento”. Por eso me gusta trabajar con chicos, cuando en los peloteros veo que uno se levanta y se va lo llamo y cambio la rutina al toque,se sienta y se entusiasma y los treinta no se levantan hasta que termino.
-Es un aprendizaje constante el suyo.
-Por eso me gusta improvisar, con una rutina armada es más difícil. René pensaba que trabajar con chicos era imposible porque seguía un hilo de texto, estaba especializado en trabajar para adultos, en un teatro de mil butacas. Otra historia. Una vez me llama y me cuenta que para una casa de contención lo habían pedido que fuera. Y fuimos. Me dijo que empezara y lo hice bajo la atenta mirada de René y después siguió él. Y a los chicos su presencia les impactó. Se quedaron todos, lo miraban con tanta atención. Por eso era René.
-Único.
-Seguro
Mucha magia
-¿Hay diferentes tipos de magia? ¿Hay ilusiones-reales?
-Cuando uno hace este arte tiene que tener muchos detalles en cuenta. Hay algo que se llama la mucha magia.
-¿Y cómo es eso?
-Que una carta firmada aparezca en la billetera del pantalón de un espectador. Es impactante para el solo porque todos los demás pueden llegar a pensar “es amigo”. Y ya está. Se perdió el misterio. Ahora si en ese mismo juego saco una billetera y la dejo arriba de la mesa –como hacía René-, uno puede pensar que tiene habilidad de mano, pero le agrega el detalle y le dice a un espectador, “rompé el sobre y sacá el contenido”. Allí se produce la magia. Hay cosas que son increíble, pero al haber mucha magia, porque está lo real y lo irreal y es imposible que un auto pueda volar porque nacimos con que la grave-dad pega las cosas a la tierra. Pero lo que hace el ilusionista es lograr eso. Copperfield volaba delante de todos y vos estabas ahí y toda esa mucha magia te hace decir “es un genio”. El tipo vuela. Te hacen ver que son gente normal pero que puede ser cierto.
-¿Habrá otro René Lavand?
-Va a pasar mucho tiempo, desde la época de Houdini a la actualidad nadie logró lo que él y ahora van a pasar cien años para que aparezca alguien como Lavand.
-¿Por qué no tuvo una escuela y discípulos?
-Cuando ibas y le decías ‘quiero aprender a hacer este arte’ te respondía ‘te puedo mostrar pero no enseñar’. Hay cosas que las tenés que tener vos. Es como el refrán,por más que la mona se vista de seda, mona se queda. “Te puedo dar las herramientas y mostrar como lo hago yo. Ahora andá y trabajá sobre lo que querés mostrarle al público”. El juego de Cumanense, la historia del fullero es genial. Y los que la escuchaban creían que era verdadera.
“El mejor día de mi vida”
-¿Hablaba alguna vez de su accidente de la infancia en que perdió una mano?
-No. Sé que cuando se enteraba de que a alguien le pasaba algo así, se ofrecía, iba con muchísimo gusto. Explicaba lo que pasaría en el futuro. Nada fácil. Pero tenía esa fuerza de convicción que hacía que lo imposible no lo fuera.
Era un virtuoso, se hacía el moño, se ataba los cordones con una sola mano y también prendía el cigarrillo, era un problema que tenía también.
-¿Por qué?
-En este arte no hay que demostrar que uno tiene destreza, porque lo primero que van a pensar es: “Con la habilidad que tiene hace cual-quier cosa”. Entonces ¿qué hace René?: la lentedigitación. Y esa frase célebre: No se puede hacer más lento. Y ya está.
“Trato de apostarle a esto, de crear cosas que lleguen y golpear fuer-te”.
-¿Hay que actualizarse todo el tiempo?
-Mejorar en lo que hacés, seguro. René Lavand tenía tres shows: No se puede hacer más lento, Historia de Jugadores y otro más y lo presentaba en todo el mundo porque como dice Mirtha Legrand es más fácil cambiar el público que cambiar la rutina.
-Una historia le cambió lo marcó a fuego ¿Es así?
-En una oportunidad trabajando en una parroquia de las afueras de la ciudad ante un grupo de chiquitos. Luego de la función la docente les pidió que escribieran acerca de la experiencia. Y un día la maestra me llevó una de las narraciones: chiquito expresaba entre otras cosas que el día que había estado el mago había sido el mejor de su vida. Esto no tiene precio para mí. Y sí, me marcó.
La muestra homenaje a Lavand
El próximo miércoles 7 se cumplirán tres años del fallecimiento del gran ilusionista realizándose en el Mumbat una muestra especial. La idea surgió de Ariel: “Pasaba por el Museo con la idea de hacer un pequeño show recordando a Lavand y contar mi historia con él. Le encantó la idea a Indiana Gnocchini. La llamé a Nora que se prendió enseguida, me dio su visto bueno”.
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