El final de las bravuconadas
TAMBIÉN, EL ACUSADO DE HOMICIDIO QUE ZAFÓ DE LA CÁRCEL CUANDO LOGRÓ CONVENCER AL JUEZ DE QUE LAS MANCHAS DE SANGRE QUE TENIA EN SU ROPA NO ERAN DEL HOMBRE MUERTO SINO DE UN CHANCHO QUE HABIA FAENADO.

Hombre camorrero y de malas entrañas, fanfarrón además, según la policía, Cirilo Heriberto Loperena no perdía la oportunidad de exteriorizar su carácter belicoso y bravucón. Una vez le había metido tres plomos al pintor Ramón Barragán en Sarmiento y Alsina, por el solo hecho de haberle lanzado un piropo inofensivo a Sofía, la muchacha pizpireta y esquiva que ambos pretendían, oportunidad en la cual debió haber batido algún record de velocidad al escapar de la víctima que - enardecida, no obstante tener un brazo, un pie y un pulmón perforados-, al grito de: “¡No dispares cobarde!.. defendete si sos guapo”, lo había perseguido efectuándole varios disparos en la Plaza de las Carretas.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEl espanto de las balas silbándole la cabeza, aquella tarde de noviembre de 1931, no había servido para atenuar su carácter irascible y provocador, de manera que debieron transcurrir cinco años casi –matizados con diversos hechos que sirvieron para exteriorizar su vehemencia y belicosidad- para que el valentón encontrara por fin la horma adecuada para su zapato.
La casa de Juan Ciro –calle Montiel cerca de las vías del ferrocarril- desbordaba de euforia y alegría un atardecer, allá por marzo de 1936. Se concretaba un casorio y el motivo era más que suficiente para el festejo. Mientras se iban dorando los asados, habían empezado a correr, abundantes, los bebestibles, con el propósito de entonar los ánimos de los que iban llegando.