Haití vivió una de las jornadas más emocionantes de toda su historia futbolística. Con humildad, trabajo y un esfuerzo que se sostuvo durante décadas, la selección haitiana logró el golpe en Concacaf: venció a Nicaragua, festejó el empate entre Costa Rica y Honduras —los otros dos equipos que peleaban por el pasaje mundialista— y obtuvo el boleto más deseado de todos. Una clasificación que el país aguardaba hace más de medio siglo.

Desde el minuto uno, el equipo salió decidido a “matar o morir”, consciente de lo que estaba en juego. Impulsados por su gente y por la ilusión de lograr una hazaña, los Granaderos golpearon rápido: Louicius Deedson, delantero del FC Dallas, se lució con un golazo “a lo Messi”, abriendo el marcador y despertando la esperanza en todo el estadio.

Mientras tanto, en simultáneo, Costa Rica y Honduras no lograban romper el cero en su duelo, lo que mantenía viva la ilusión haitiana. El 1-0 dio tranquilidad y permitió que el equipo manejara el partido con mayor soltura pese a que no dependían exclusivamente de sí mismos: Honduras llegaba igualado en puntos, pero con un gol más de diferencia.

Antes del descanso llegó un desahogo aún mayor. Providence marcó el segundo tanto y selló la superioridad haitiana. Desde ese momento, la emoción empezó a sentirse en el aire: jugadores y fanáticos sabían que habían cumplido con su parte.

Al finalizar su partido, los futbolistas haitianos se reunieron alrededor de una pantalla para ver los últimos minutos del encuentro entre Costa Rica y Honduras, conscientes de que un solo gol hondureño podía enviarlos al repechaje y dejarlos sin clasificación directa. Ese gol nunca llegó. Honduras terminó yendo al repechaje y, cuando el árbitro pitó el final, se desató la locura total.

Aficionados invadieron la cancha, muchos lloraron de emoción y otros corrieron sin saber cómo expresar semejante alegría. Era la celebración de un país entero: 52 años después de Alemania 1974, Haití vuelve a una Copa del Mundo. Una verdadera hazaña.

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