PRIMERA NACIONAL
“Billy” Erviti, único titular indiscutido en Santamarina
Desde su tarea de utilero, respalda a jugadores y cuerpo técnico. Una historia de vida en relación con el fútbol y el aurinegro.
Cuando se ponga en marcha la nueva temporada de Primera Nacional, Santamarina buscará respaldarse en la seguridad defensiva de Osvaldo Barsottini, el manejo de Mariano González y los goles de Martín Michel. Un nutrido grupo de jugadores buscará ganarse un lugar entre los iniciales. Sin embargo, aunque no decida resultados ni aparezca en la tapa del diario, hay uno que no puede faltar: Julio Erviti.
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En “Billy” descansa gran parte del andamiaje organizativo del aurinegro. Desde su función de utilero, es el primero en llegar y el último en irse de cada entrenamiento. Las necesidades de jugadores y cuerpo técnico están cubiertas gracias a su capacidad de trabajo.
La charla con Erviti sirve para conocer un poco más de su vida, vinculada en gran parte con Santamarina, y de la tarea silenciosa que lleva adelante día a día, como tantos otros trabajadores del fútbol que no siempre tienen el reconocimiento que merecen.
-¿Cómo se dio tu primera vinculación con el fútbol?
-Con mi hermano “Tati”, empezamos en el baby de La Colmena de los Rolando. Ellos eran todos parientes que formaban el equipo. Nosotros íbamos a la escuela con el hijo de Ricardo Rolando, que muchos lo recuerdan por su parecido con Rattin. Cuando armaron el baby, empezaron en la Capilla Santa Ana y sumaron chicos que no eran familiares. De ahí lo ficharon a mi hermano en Santamarina y yo andaba siempre con él, porque era dos años menor y lo seguía a todos lados. Él tenía 11 y yo 9.
Vivíamos en Alsina, entre 25 de Mayo y Maipú, así que la cancha nos quedaba cerca. Pasábamos mucho tiempo ahí, en Belgrano y Roca. Y yo, siendo chico, trataba de ayudarlo a Julio Cela, que era el utilero. En Primera había jugadores como Hugo Russiani, Allende y Roberto Lezcano. De afuera, venían Del Bueno, Mendoza y Omar Paladino, entre otros.
-¿Tenías alma de utilero ya de chico?
-Ya me gustaba. Pasa que nosotros estábamos todo el tiempo con la pelota, en el barrio y en el club. Era el famoso monte de Las Romerías. Si veíamos prendidas las luces de Santamarina, íbamos a jugar.
-¿Ya eras “Billy”?
-Desde que era bebé, aunque me llamo Julio Manuel. Había un famoso cantante, “Billy” Cafaro. Mi tío lo vio en la calle, estuvieron charlando y él me alzó. Mi tío le dijo que iba a llamarme así, en honor suyo, y quedó el apodo.
-¿En qué año llegaste a Primera?
-El debut oficial fue en 1977, con Arturo Petrillo. En realidad, cuando Santamarina perdió la clasificación al Nacional con Cipolletti, siendo Aníbal Tarabini el técnico, quedó pendiente un partido amistoso con la selección de Rauch. Quedó de interino Guillermo Argüeso, que había tenido una grave lesión, y el plantel se desarmó. Ahí me convocaron para ese partido en Rauch, con 16 años.
-¿Qué recordás del debut oficial?
-Que jugamos contra Gimnasia, en cancha de Santamarina, y ellos necesitaban ganar para entrar al torneo Mayor. Lo pisé a Daniel Romeo y me levantó por el aire. Ellos tenían a Malbernat y Pachamé, que te hablaban todo el tiempo y te insultaban. Les ganamos y los dejamos afuera. El martes siguiente me lo crucé a Petrillo y me dijo “muy bien, pero no se la crea porque va a tener que seguir esperando”. Estuvo sincero.
-¿Siempre de “3”?
-Siempre, esa fue mi posición. A pesar de ser derecho, me acostumbré a jugar por izquierda.
-Era una época en que los equipos jugaban con tres delanteros. ¿Qué puntero derecho te resultó más difícil?
-Claro, se jugaba “mano a mano”, como dicen ahora. Si nos tocaba Ferro, sabía que por mi lado iba a venir Néstor Díaz. Después fue Roberto Aristain. Otro destacado era Altamirano, uno muy rápido de Loma Negra. Lorea y Jorge Villar también eran muy difíciles de marcar. Nunca me olvido un partido con Ferro, que por mi lado se tiraron el “Turco” Oudoukian y Marcelo Carrillo. Me pegaron un baile bárbaro.
-¿Estuviste varios años en Santamarina?
-Sí, hasta que nos dieron a préstamo a Gimnasia. Fuimos con Mario Rizzi, Hugo Bosotto y Hugo Verón. Había una cláusula de que no podíamos jugar contra Santamarina. Cuando nos tocó enfrentarnos, tuvimos que ir con Bosotto a hablar con el presidente “Memo” Depietri y el técnico Daniel Romeo, porque no teníamos jugadores en nuestros puestos. Nos permitieron jugar. Perdimos, pero cumplimos el objetivo de no descender. Después volví a Santamarina y estuve en el plantel del Nacional, pero ahí ya estaba más lejos de la posibilidad de jugar.
-¿Buscabas otros clubes para consolidarte?
-Claro. “Bicho” López vino a Santamarina y nosotros fuimos a préstamo a Excursionistas, junto con “Chuleta” Durruty. Fui a firmar a la Liga y el presidente del club me dio un cheque con el pago de todo el año. Siempre me acuerdo, porque yo me casé y con eso pagamos la luna de miel en Córdoba y algunos muebles que nos faltaban. Teníamos buenos jugadores, pero era todo muy desorganizado y terminamos descendiendo. Volví a Santamarina, con Abel Alonso, y de ahí a Defensa.
-¿Fueron los últimos tiempos de Defensa con fútbol?
-Así es. Recién había ascendido, con el “Negro” Conti de técnico. Nos salvamos del descenso y bajó Grupo. Después vino el presidente José Solanilla y me aclaró: “acá no le podemos dar nada. Si quiere jugar, juega. Y si no, quedamos amigos”. Estuvo bien, esa era la situación del club. Al año siguiente, dejaron de participar.
-¿En qué otros clubes jugaste?
-En San José, en el ’93; y en Excursionistas cuando estaba en la B. Lo de San José fue curioso. Ese año tenía todo listo para ir a Gimnasia, donde dirigían Rubén Pose y “Chuleta” Durruty. No pude por tema de horarios. Me perdí de estar en el primer campeonato ganado por el “Lobo”.
-¿Qué trabajo particular tenías?
-Trabajaba en Ronicevi, de 7 a 15. Para ir a entrenar, tenía que hacer de 5 a 13. Salía y me iba a la práctica. Eso lo hice durante un tiempo, pero llegó un momento en que ya no podía.
-¿Te alejaste del fútbol?
-Nunca. Cuando dejé de jugar, mi hermano dirigía De la Canal. Como yo no tenía dirección de campo, no podía entrar al Agrario. Al tiempo, estaba en un torneo nocturno de la UOM y me ofrecieron ir a Iraola. Supuestamente no podía, pero me explicaron que el club se estaba rearmando y le permitían incorporar jugadores para Veteranos. Fue una experiencia hermosa. Por dar un ejemplo, lo tuve de compañero a Norberto Quinteros, que había sido técnico mío en Santamarina. Estaban también Hugo Russiani, Alberto Zalacain, el “Gringo” Cisilino y Juan Camoranesi, el papá de Mauro. Íbamos todos los domingos, se sumaron mis hijos, era todo familiar. Ahí ya jugaba de volante por derecha, porque era más joven y podía correr más. Después me sumé al Senior de Santamarina, donde ganamos varios campeonatos.
Vida de utilero
-¿De qué manera volviste a Santamarina?
-En su momento, se fueron los técnicos de las menores y había que armar la Décima, que era la clase ’86. Quinteros me pidió que lo ayudara para esa categoría. Mi hijo más grande estaba en Capilla de los Dolores y es ’86, así que lo llevé junto con otros chicos compañeros suyos. Con los más grandes, estaban Ruffa y “Beto” Sequeira. Juntamos varios chicos, y justo antes de empezar el torneo el club presentó la quiebra.
Mi hijo se fue a Gimnasia, pero al año siguiente me comentó que quería volver a Santamarina, que había empezado a entrenarse con Rubén Arbeo. Era en Villa Gaucho, nos quedaba cerca de casa, así que fue. Arbeo me propuso que le diera una mano y volví. Ahí me fui quedando.
-¿Cómo se dio hacerte cargo de la utilería?
-Cuando asumió Pablo Bossio, me propuso trabajar de utilero. Justo se dio el cierre de la fábrica. Yo había dado una mano con Darío Forestello y quedé fijo cuando el técnico era “Tito” Rebottaro.
-¿Cómo es un día normal tuyo?
-Antes de la pandemia, se había implementado el desayuno en el club. Los jugadores estaban citados para las 8.30 y yo tenía que estar antes de las 7, para preparar el desayuno. Teníamos a Fernando Telechea, que venía de Balcarce y a veces llegaba a las 7.
Actualmente tengo que llegar una hora antes del comienzo de la práctica, para que esté todo listo para los “profes”. En un carrito, armo todos los elementos para el entrenamiento.
-¿Y después de la práctica cuánto tiempo más estás?
-Generalmente, tres horas más. Hay que lavar elementos y pelotas. Con la pandemia, los jugadores se llevan la ropa, salvo algunos chicos de afuera que no tienen esa posibilidad. A ellos, se la lavamos con mi señora. También antes llevábamos algunas cosas a un lavadero, eso era una ayuda.
Cada jugador tiene su casillero, con el canasto donde deja todas sus cosas.
-¿Qué pasa un día en que no seca la ropa?
-Nos ha tocado hacerlo al lado de un calefactor. Me compré un ventilador grande, con una soga y la estufa prendida ayuda para secar.
-¿Cuántos pares de botines tiene cada jugador?
-Es necesario que tengan tres, como mínimo. Es su herramienta de trabajo. Una vez fuimos de visitantes, se le rompió un botín a un jugador y no tenía otro par. Me miraron mal a mí, creyendo que yo me los había olvidado, pero la realidad era que tenía ese par solamente.
-¿Alguno te sorprendió por la cantidad de botines?
-Telechea llegó a tener once pares. Algunos nuevos, sin uso. Otro caso que recuerdo es el de “Nacho” Celaya. Se ponía un par para empezar la entrada en calor. Los cambiaba para seguir calentando. En el entretiempo se los volvía a cambiar.
-¿Cuál es la mayor virtud que tiene que tener un utilero y cómo es la relación con los jugadores?
-La organización es lo más importante, eso no puede faltar. Y la relación con el jugador hay que manejarla, prenderse en las bromas cuando corresponde. Siempre el utilero y el canchero son los renegados del fútbol, es algo habitual.
-¿Tenés contacto con utileros de otros clubes de la categoría?
-Tenemos un grupo de WhatsApp, estamos en contacto, además de vernos en cada partido.
-¿Eso te permite conocer otras realidades?
-Sí, por ejemplo debo ser el único utilero de la categoría que de visitante va a la cancha con los jugadores. Por una cuestión de economía, no tenemos la posibilidad de que vaya antes.
Cosas de fútbol y los choques con Boca
-¿Con qué jugadores hiciste amistad o son tus preferidos?
-Martín Michel, un chico con un carácter fuerte, pero con quien tengo un gran vínculo. Lo mismo Mariano González, por su simpleza y por entender el lugar en que está. Con Mariano tengo una anécdota de su primer día en Santamarina. Había medias de todo tipo y le di un par nuevo. Me dijo “¿por qué me das las nuevas? Si vos sabés que yo salí del barrio”. Es totalmente humilde.
-¿Hay un trato preferencial con el jugador de mayor trayectoria?
-Puede pasar. Eso me lo enseñó Rebottaro. Me dijo “tenelo bien al jugador grande. Al pibe, adecualo a tus formas. Si no, te van a volver loco”. Algo de razón tiene.
-¿Los futbolistas ayudan al utilero?
-Hay una cultura en ese sentido, ya es un hábito en Santamarina. Les enseñamos que no sacudan los botines en el vestuario, sobre todo a los chiquitos del club. En el predio, implementaron que cada día se queden dos jugadores a limpiar el vestuario. Agustín Politano se ponía a lavar las tazas del desayuno, lo mismo que Lucas Sánchez. Iván Pérez era otro ejemplo en ese sentido.
-¿Cómo es tu trabajo durante un partido? El entretiempo es fundamental.
-Sí, durante el primer tiempo tengo que preparar todo. Café y té si hace frío, hidratación y toallas de mano para cada uno. Hay que tenerles listo barras de cereales, caramelos, frutas, turrones.
-¿Te pasó tener que cambiar un juego de camisetas en algún partido?
-Con Boca, en Formosa. Esa vez no llevamos la alternativa, porque la organización nos había dicho que jugábamos con la titular. Al árbitro se le ocurrió que la teníamos que cambiar, con los jugadores ya listos para salir a la cancha. Hubo que llamar a alguien de la Copa Argentina para que nos permitiera jugar con la aurinegra.
-¿Estuviste en el anterior partido con Boca, en Salta?
-Sí, en 2012. Íbamos ganando. Pasó por al lado un hombre de la organización y nos dijo “mirá el quilombo que nos están haciendo”. Después nos empataron y perdimos por penales.
-¿Lo que más disfrutaste fue el ascenso de 2014 en Gualeguaychú?
-Sí, porque habíamos pasado muchas cosas. Nosotros dejamos de entrenar en Hípico y pasamos a Banco Provincia, porque la cancha era mucho mejor. Los pibes se cambiaban debajo de las plantas y yo tenía que volver con el canasto en una combi. Eran doce o trece horas de trabajo por día. Se coronó con el ascenso.