Confusiones
Es una sensación muy fea darse cuenta de que uno ha cometido un error. Nada grave, ciertamente. Algo insignificante. No vamos a decir un error que pudo traer aparejado una desgracia, un dolor o la pérdida de un trabajo. Esos errores cotidianos que dan para reírse cuando uno los comete. O mejor dicho: cuando el otro los comete.
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailPor ejemplo, equivocarse con el nombre de alguien. Pasarse toda una reunión de conocidos, una cena podría ser, diciendo Silvia de acá, Silvia de allá, y vos Silvia qué opinás… Hasta que Silvia opina y dice: no me llamo Silvia. Soy Silvina… Y automáticamente vienen las carcajadas de los presentes. Es un momento feo sentirse protagonista de un yerro de ese tipo. No llega al papelón, pero sí da para ponerse un poco colorado. No obstante, al cabo de unos minutos, uno mismo acaba por reírse. Y haciendo chistes con lo de Silvia.
Lo peor, es cuando el resto sabe que uno se está equivocando, pero por algún tipo de prurito no solo no lo corrige sino que tampoco se ríe. Esa es una señal inequívoca de que uno se está poniendo mayor y olvida las cosas. Pero también es una clara señal de que los otros han asumido nuestra condición. No se ríen porque es una falta de respeto reírse de nuestros mayores.