-Te pido un favor, porque no encuentro lugar para estacionar. Mientras yo doy una vuelta manzana, ¿no entrarías a esa mercería a comprarme un hilo negro y una aguja?

-Sí.

Así deben ser las cosas. Uno pide un favor, el otro acepta. O no. Pero sin preguntas, cuestionamientos, explicaciones.

En este caso, mi amiga La Rubia y yo estuvimos en la misma sintonía. Algo así como 30 segundos. Porque unos metros más adelante, llegó el primer interrogante.

-¿Te vas a dedicar a la costura?

-Sí. Bueno, no. En realidad se me descosieron unas zapatillas. O mejor dicho, una zapatilla.

-Ah. ¿Y la pensás coser con hilo?... Mirá, ahí justo se desocupó un lugar. Podés estacionar.

-Ah, buenísimo. Bajo yo entonces. Te agradezco de todos modos.

-No me respondiste.

-Sí, te dije que te agradecía.

-Si pensás coser unas zapatillas con hilo.

-Es una sola zapatilla. Y sí: con soga o con alambre me quedaría un poco tosca.

-Se me ocurre que un zapatero debe saber de esas cosas. Es más, se la tendrías que llevar a un zapatero. Si es que tanto las querés.

-¿A quién?

-A las zapatillas.

-Veo que no me estás entendiendo: es una. Una sola. La otra está fenómena. Pero se nota que tengo el pie derecho más gordo que el izquierdo y la reventé.

-Tirala. Tiralas.

-Te volviste loca. Son Adidas.

-¿Cuántos años tienen?

-Eso no importa.

-Por lo que te conozco, ya deben haber cumplido su ciclo. Si una zapatilla explota es porque ya cumplió su ciclo.

-No explotó: la reventé. Además, insisto: la otra está casi flamante.

-Llevala a un zapatero.

-Creo que a esta altura te tengo que decir algo: no me conocés. Nunca vas a entender a personas como yo.

-¿Cómo son las personas como vos?

-Jamás van a acudir a un service, un zapatero, un mecánico, un carpintero, plomero, etc., sin antes intentar arreglar el artefacto u objeto roto. En caso de no poder, entonces sí: darse por vencido. Y por supuesto, nunca, pero nunca en la vida de dios, tirar algo sin antes haber pasado por sus manos, la de un profesional (y en caso de que este diga que no tiene arreglo), nuevamente por sus manos.

-No es tan difícil de entender: sos un croto.

-Es una discusión conceptual. En todo caso también podría definirme como un ecologista, un amante de la moda circular. Un tipo que cuida el planeta. ¿Sabés cuánta tarde en degradarse una zapatilla?

-No lo sé. Vos tampoco. Y sí, sos un croto. Porque tranquilamente te podés comprar un par de zapatillas en cuotas.

-Te dije que son Adidas. Deben salir un millón de pesos. Además, no es una cuestión de plata.

-¿Entonces?

-Es una postura frente a la vida. Si algo me gusta de los norteamericanos es eso que dicen los que vivieron allá que cuando se compran un televisor tiran el que estaban usando.

-No te entiendo. Querés hacer durar unas zapatillas reventadas y te gustaría tirar un televisor que funciona porque te compraste uno nuevo.

-No. Mi fantasía es vivir allá para ir caminando por la calle y de repente encontrarte un televisor dentro de un contenedor o en el tacho de la basura. Tiran muebles, electrodomésticos, aparatos de gimnasia… todo. Me imagino volviendo todos los días a mi casa cargado de cosas encontradas en la calle.

-Un croto.

-Llamame así, pero la gente como vos y los norteamericanos jamás van a sentir la satisfacción de ponerse una zapatilla recién cosida y decir ´mirá qué buenas me quedaron. Y salir a pasear por el centro, como si fueran nuevas…´. O sentarte al sol en una reposera que encontraste en la calle. O hacer silencio y comprobar que la descarga del baño no pierde más. Y todo lo hiciste vos mismo, con tus manos, con tu voluntad, con la experiencia de vida que has sabido capitalizar y dejarás como herencia a tus hijos y nietos.

-Un croto con tradición familiar. ¿Pero sabés qué? Tenés razón: andá a la mercería. Eso sí, pedile que te venda un hilo de nylon, porque el de algodón no te va a durar nada.

-Gracias. Veo que me entendiste.

-Te entendí, sí. De nada.

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