Fue un gran espectáculo el del sábado a la noche en el Teatro del Fuerte. “Más noches que la luna”, un encuentro de milonga, candombe y murga. O si se quiere, un paréntesis de uruguayismo entre tanta intensidad que nos toca padecer desde este lado del pequeño charco.

La milonga, a cargo de Leo Silva y tres guitarristas con talento y oficio, para recrear al gran Alfredo Zitarrosa. La murga con Taba Re Cargosa, con zombies y críticas a la realidad, como debe ser. Y el candombe y la canción uruguaya, con La Sepa Bo´, grupo que se supera en cada presentación.

Hasta aquí, la “minicrónica” de espectáculos. Pero a lo que voy es a otra cosa.

Mariano Miguens es una de las voces principales de La Sepa Bo´ y el encargado de las presentaciones y la charla con el público. Ni bien comenzó el show dijo algo así como que estaba bien sacar fotos y filmar, pero pidió que esos asuntos no nos distrajeran de uno mucho mayor: escribir una historia. O de tomar nota de todo lo que estaba ocurriendo esa noche, para luego poder contarlo o escribirlo, que a veces es casi lo mismo.

Es algo en lo que vengo pensando a menudo desde hace mucho tiempo. Por estas cuestiones de los tiempos siempre vertiginosos, las obligaciones, las responsabilidades, la crisis y como si fuera poco la enajenación de las redes sociales, a la que nos sometemos voluntariamente, estamos dejando pasar la hermosa chance de detectar historias para escribirlas y eventuarmente contarlas.

Por una cuestión de gustos personales, no me gustan que me pasen el video de un encuentro o de una fiesta: me gusta que me lo cuenten. Que me lo cuente bien. Un relato elaborado de palabras y silencios, de puntos seguidos y puertas que se entornan para dejar ver lo que se dilucidará más tarde o tal vez nunca. Me gustan que me dediquen ese tiempo; como contrapartida y agradecimiento, no puedo hacer otra cosa que ofrecer el mío como moneda de cambio. Mi silencio atento y expectante.

Cada vez escucho menos historias en la cotidianidad y me temo que es porque la mayoría de las personas ya no las detecta y si tiene la buena predisposición para hacerlo, se limita a tomar una foto o un video, para luego subirlo a sus redes con dos o tres frases de rigor.

Entiendo que muchas de los avances en las costumbres que asumimos con una superación no son más que retornos con variaciones semánticas. Mi abuela rara vez sacaba los restos de comida para que se las lleve el recolector: las tiraba en el fondo del patio de tierra. Sabía que la naturaleza –la tierra, las gallinas, los pájaros, las lauchas o las lombrices- iba a hacer lo suyo con esos restos. Ahora se llama hacer compost.

Así las cosas, me gustaría que nuestra próxima superación sea volver al celular con el cual solamente se hablaba y se mandaban mensajes. Para lo otro, para tomar registro de la vida, se podría andar con un anotador y un lápiz o una birome, como hacían los viejos periodistas para sus crónicas. Tomar nota de los datos importantes, las primeras impresiones, alguna declaración acertada. Pero sobre todo, estar ahí para vivirlo; que la historia se haga piel, para luego llegar a ese lugar o a ese espacio donde el alma recrea lo vivido. Y ahí sí, escribir la historia. Que pueden ser una o más al día o dos o tres en la vida. Y volver, de tanto en tanto a leer –a revivir- lo vivido. Y en todo caso, contárselo o dárselo a leer a quien lo merezca.

Habrá entonces quien vayan juntando anotadores de adocenas y quienes apenas completen uno o dos al cabo de la vida.

Porque como en tantos otros aspectos, lo importante no es cuánto, sino todo lo demás.

Como decía el gran Pablo, confesar por escrito lo vivido.

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