“El Cara”

Venía para casa ayer a la tardecita, disfrutando por adelantado que me iba a encerrar y no salir hasta el otro día, pensando en los mates por tomar, en alguna película para ver después de cenar. En fin, venía en ese estado de gracia que no necesita pensamientos profundos. Es más, si se viene de repente algún pensamiento profundo, arruina el momento. Por eso, a esos estados hay que cuidarlos y vivirlos sin saber que están pasando. En síntesis, pisteando como un campeón.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailMe pareció que por la vereda, y en sentido contrario al mío, venía caminando un viejo compañero de colegio. Un par de segundos más tarde lo comprobé: era. Por un instante me dieron ganas de bajar la ventanilla, asomar la cabeza y saludarlo. De puro contento que estaba nomás. Pero afortunadamente algo me hizo desistir: lo iba a llamar por su apodo. Y estaba seguro –todavía lo estoy, toda la vida lo he estado- de que en lugar de devolverme el saludo me hubiera insultado. Con un insulto madurado, añejo, crónico. Con un insulto legítimo.
No sé quién le puso ese apodo –que no lo voy a mencionar, porque tal vez mi viejo compañero esté leyendo esta columna y en lugar de insultarme en vivo y en directo me mande un mail o me espere a la salida del trabajo-, pero era horroroso. Es decir, detrás de la inocencia del animal –porque su apodo era el de un animal- se dejaba ver una gran dosis de burla, de gracia que pasó los límites. En definitiva, un apodo agresivo aunque sonara superficialmente ingenuo. Era el peor apodo que se le podía decir a ese chico, porque lo describía cabalmente. Uno lo veía y lo primero que se le venía a la mente era la figura de ese animalito. Nunca, en mi vida, volví a encontrarme a una persona tan parecida.