El mismo amor, la misma lluvia

-¿Te puedo llamar?
Mensaje de mi amigo El Gordo. En otro contexto, lo hubiera tomado como un acto de muy buena educación de su parte y no hubiera dudado de mi respuesta: “Pero claro, amigo. No importa que sea tan temprano. Vos llamame”.
Pero es lunes a la mañana. 7:23 para ser más exacto. Un lunes posteleccionario. Y como si eso fuera poco, luego de una elección en la que perdió el peronismo.
Mi respuesta no puede ser otra:
-No.
Estuve bien. O no tanto. Porque a la negativa le tendría que haber seguido poner en silencio el aparato, bloquear a El Gordo, apagar el celular, sacarle la batería. No lo hice.
-Hola, Gordo. Veo que me llamaste igual. Te dije que no te podía atender. Tengo una mañana bastante complicada y no sé si hablar con vos es la mejor manera de empezar un día. Nobleza obliga: lamento mucho lo de ayer.
-Decime, ¿cuando vos estabas en pareja eras de dar las cosas por sobreentendidas?
-Son las siete de la mañana, Gordo. Si querés nos juntamos a la tarde y me contás de tu nuevo desencanto amoroso. Ya va a pasar, ¿sí?
-¿Me podés responder a la pregunta?
-No. No sé. Tendría que pensarlo. No tengo ganas de pensar en eso. ¿Tomaste anoche?
-No hay que dar las cosas por sobreentendidas. Creo que es uno de los principales flagelos en las relaciones sentimentales.
-Gracias. Lo voy a tener en cuenta. Ahora, si no te parece mal, te voy a cortar y voy a vivir.
-Lástima que yo me di cuenta de muy grande de este secreto. De haberlo sabido de joven, quizás hoy estaría feliz con una compañera a mi lado. Pero la experiencia es un peine que te regalan cuando ya te quedaste pelado. ¿Quién dijo eso?
-Ringo Bonavena. Insisto, son las siete. ¿No querés hablar de política mejor?
-Pero no me arrepiento. ¿Sabés por qué? Porque uno no nace sabiendo esas cosas. Uno no nace sabiendo cómo ser y hacer en el amor. Lo va aprendiendo sobre la marcha. Prueba y error. Y así te vas poniendo un poco mejor en ese aspecto, con cada tropezón, con cada caída. Sabiendo más. No obstante, llegás al fin de tus días sin saberlo todo. Si me dijeras hoy, te diría que una de las cosas que sé es que no hay que dar nada por sobreentendido. Nada de “ella debería saber que a mí me gusta que en las tardes de lluvia me invite a caminar por el centro, guarecernos debajo de los toldos, entrar empapados a un bar y pedir un café con cognac”. ¿Cómo habría de saberlo? Capaz que lo aprende a lo largo de los años, de muchas lluvias, de muchas caminatas y de muchas indirectas de mi parte. Para ese entonces, es altamente probable que no estemos juntos. Y me habré perdido de esos momentos preciosos. Y quizás ella también.
-Recién te pregunté si anoche habías tomado. No me respondiste. Reformulo la pregunta: ¿tomaste hoy?
-Algunos dirán que esa es la maravilla del amor: sus misterios. ¡Están locos! Si a mí me gusta ir a caminar bajo la lluvia con mi novia, lo que tengo que hacer cuando llueve es decirle a mi novia ¿qué te parece si vamos a caminar y de paso tomamos algo? Y me ahorro mil días de quedarme con las ganas y le ahorro a ella tener que andar desentrañando por qué tengo esa cara de ternero degollado los días de lluvia. ¿Está claro? Dejemos de lado los sobreentendidos. ¿Tenés ganas de algo, necesitás algo, te gustaría hacer algo? Lo pedís y la cortás con el misterio bobo de esperar que el otro te complazca con algo que no tiene ni la menor idea. ¿Me entendés?
-Clarito. Te voy a hacer caso. Es más, te lo pido: ¿querés que esta conversación termine ya? Yo sí.
-A lo que voy a es que la política no es el amor. La política es un laburo para el cual debés estar preparado. Para eso estudiaste y/o militaste y /o estás en contacto con la gente, mirás, interpretás, entendés, planificás…
-Creo que soy yo el que no te está interpretando.
-Que estoy podrido que después de cada elección, el que pierde diga “vamos a interpretar el mensaje de las urnas”. ¡¿Y hasta ahora qué estuviste haciendo?! ¡Ya lo tendrías que saber! Y si no, darlo por sobreentendido, que es una de las virtudes que tiene que tener un político: saber cuál es el humor, el clamor y/o la expectativa de la gente. No es tan difícil. No tenés que semblantear una por una a las 45 millones de personas para adivinar si quiere ir a caminar bajo la lluvia o quedarse calentito en casa mirando tele. No al menos con el sector al que decís representar. Porque por eso las representás. Harto de esa frase hecha, que no sé si es un cliché o, peor aún, que es cierta. Porque si ahora que te lo tengo que pedir de una manera tan drástica (a los gritos) me vas a entender, quiere decir que sos zonzo o te hiciste el zonzo hasta ahora. Y ninguna de las dos opciones me gusta.
-Veo que estás haciendo una crítica al gobierno. Es decir, una autocrítica.
-No. Para este análisis me despojé de toda emoción partidaria. Es en general. Sepan gobernar, sepan legislar, sepan representar a sus representados, sepan dirigir desde el lugar que les toque ocupar. Porque que tengan que pasar dos años para darse por enterados de determinadas cosas puede ser demasiado tiempo. No estoy hablando de lluvias ni cafecitos ni cognac. Ni de amor. Estoy hablando de vivir.
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