Ensayo sobre la presbicia

En un momento la chica me pregunta.
-¿Cuántos años tiene?
No es una pregunta fácil (de asumir), pero tampoco es el teorema del coseno.
Sin embargo, me quedo como tildado, el cursor me da vueltas y vueltas, pierdo conexión.
Pero volvamos atrás en el relato. La chica es oftalmóloga y me está atendiendo. Raro, porque en realidad yo voy a un oftalmólogo. Pero ya es la segunda vez que me pasa que primero me atiende otro profesional. En este caso, la chica. Luego, él.
Puede ser que mi oftalmólogo sea una especie de eminencia que está para grandes cosas y esto de andar probándoles lentes a sus pacientes lo deja para alguien que se está iniciando en la profesión.
Es decir, la chica me está probando cristales. Y a mí no hay cosa que me torne más inseguro que este tipo de pruebas. Me agrava esa condición, bah. Debe ser porque lo que ahí voy a decidir es lo que va a forjar mi vida durante los próximos tres o cuatro años (hasta que vuelva a ir a la eminencia de mi oftalmólogo) a cambiarme los lentes. Es decir, lo que yo diga ahora si veo mejor, peor, más nítido, menos nítido, más borroso, menos borroso, más despejado o menos despejado, si me siento bien o me mareo, va determinar la manera de ver la vida de ahora en más. Literal.
-¿Puede leer las letras?
-¿Qué letras?
-Allá. Las que están allá.
-Ah. Sí.
-Dígame qué ve.
-A, E, esteeeeeeeem, ¿F?
-Bien.
Ese “bien” es toda una ambigüedad. Porque me queda la duda de si era o no era una F. Pero desaparecieron las letras.
-¿Era una F?
-No. Vamos a probar con este. ¿Así ve mejor?
-Sí, sí.
-¿Seguro?
-No. ¿Me podrías poner el vidriecito que tenía antes?
-Sí. Veamos con este y… ahora… con este otro. ¿Con cuál se siente más cómodo?
-Con el otro, me parece.
-¿Y si lo giro un poquito… así?
-Mejor. Podría decirse.
-Perfecto. Quedamos así.
Y es entonces cuando viene la pregunta fácil, en un contexto difícil. Porque yo todavía estoy pensando si la F no era F qué letra era y luego de eso, también estoy pensando si era con el primer vidriecito o con el segundo y en caso de ser el primero, si estaba bien así o un poquito torcido. No es una decisión para tomar en momentos como estos, pienso mientras ella me mira.
-La edad, ¿cuántos años tiene?
-Sí. Bien… Debo andar por los 60-, le tiro un estimativo como para que se oriente. Entonces recuerdo que soy clase 62, porque es la que fue a Malvinas.
-¿En qué año estamos, doctora?
-2021.
-Ah. Entonces tengo 59.
-Bueno, bueno. Enseguidita lo va a atender su doctor.
Al cabo de unos minutos, entra mi oftalmólogo eminente. Me pone delante de unos aparatos en los que me hace mirar una casita que hay al fondo, mientras una luz me encandila hasta la mismísima ceguera.
-Bueno, mi amigo, todo bien. Por lo que me dijo mi colega, los lentes que está usando actualmente son los correctos. No necesita ninguna corrección. Usted tiene astigmatismo, hipermetropía y presbicia.
Sonrío, mientras todavía sigo viendo todo blanco.
-No sé si es para ponerse contento, pero…
-No, no. Lo que pasa es que pensé que me iban a dar más aumento.
-No, por ahora así estamos bien. Lo iremos viendo en los próximos controles. ¿Cuántos años tiene?
-59, doctor. Para 60.