Especies

Adhiero totalmente a lo expresado por la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidades, Elizabeth Gómez Alcorta, en torno a la violación que sufrió una chica en el barrio de Palermo por parte de seis hombres.
“No es una bestia, no es un animal. No es una manada ni sus instintos son irrefrenables”, sostuvo la funcionaria nacional sobre los autores de la violación.
Efectivamente, ponerlos en esa condición -de bestias, animales- es sacarlos de su verdadera condición: son hombres. Ni caballos ni lobos ni perros. Por ende, juntos tampoco son tropilla, manada o jauría. Son un grupo de tipos. Una banda de violadores.
Calificarlos de “locos” o “enfermos” poco y nada ayuda tan siquiera a dimensionar la problemática. Porque los convierte en una excepción. Ambos calificativos –animal o enfermo- les otorga cierta inimputabilidad desde lo semántico. “Son bestias (o enfermos): no pueden hacerse cargo de sus actos…”.
De allí que no coincido con las críticas –con pedido de renuncia incluido- de la presidenta del Pro, Patricia Bullrich, hacia Gómez Alcorta. Quizás no entendió la idea. O quizás sí y arremetió igual. En definitiva, una prueba más de que en materia de crítica política a veces predominan los apresuramientos y desmesuras.
De cualquier forma, no es ese el punto al que quisiera referirme. Más bien –y tal vez por una cuestión de oficio- me gustaría poner el acento en el lenguaje. Que es una de las maneras –tal vez la más elaborada y perfeccionada a lo largo de siglos- en que hombres y mujeres podemos comunicarnos en lo inmediato, lo mediato y lo mediático. Esto es, cuando hablamos con alguien, cuando nos expresamos a través de un medio o cuando pretendemos dejar testimonio a las nuevas generaciones de lo que ocurre ahora.
Lenguaje, sociedad e ideología están intrínsecamente ligados. La manera de hablar(nos), de definir(nos), de calificar(nos) y descalificar(nos) deja ver claramente cómo pensamos y cómo nos relacionamos. Cómo convivimos (si tal cosa es cierta o lo seguirá siendo en un futuro).
“El lenguaje configura el mundo y después nuestras acciones lo consolidan. Somos acción y el lenguaje también lo es porque forma concepciones e ideas. Y nunca vamos a poder accionar incluyendo si no empezamos por el lenguaje”, dice Daniela Aza, una licenciada en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires que vive con artrogriposis múltiple congénita, una condición que genera contracturas en las articulaciones. Sabe de lo que habla. Y de lo que le han hablado.
Nuestro lenguaje está impregnado de connotaciones sexistas, homófobas, racistas y discriminativas. Y también especistas. Quizás a muchos les resulte rara la palabra, pero un simple ejemplo los va a orientar: “Esa mujer es una perra…”. Y según la región de Hispoamérica en la que estemos, esa mujer será muy mala o tendrá la vida sexual que le plazca.
Es decir, se utiliza a un animal para la descalificación. Lo cual no deja de ser una doble discriminación: hacia el aludido y hacia nuestros compañeros de otras especies del reino animal.
Por cierto y vale como aclaración casi marginal, es probada la capacidad empática, de compañerismo, cariño, solidaridad y no agresividad que ostenta la gran mayoría de las especies animales no humanas.
Como sea, hagámonos cargo de lo que somos. Y si un tipo hace un enchastre cuando come no es un chancho sino un sucio.
Y si uno o más tipos violan a alguien, no son ni una bestia ni una manada. Son varones. Machos de nuestra especie. Son violadores.
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