Esta vida que llevo –aunque en realidad debería decir, esta mucha vida que ya llevo- no me ofrece muchas posibilidades de compartir un momento con personas más grandes que yo. Por lo general soy el mayor en todos los lugares que frecuento.

Creo que la última vez que estuve con alguien de esa edad fue con mi mamá. Lo pienso ahora. Pero también lo pensé en ese momento e inmediatamente quise sacarme la idea de la cabeza, esa imagen, esa posibilidad. “Si pienso que puede ser mi mamá posiblemente me largue a llorar ahora mismo, acá mismo, y no pare nunca más. Tengo que pensar ya en otra cosa…”.

-¿Estás bien?-, me preguntó ella, como quien vino a mi rescate, y su mirada pálida y azul como el mar de octubre también indagó.

-Sí, claro.

-Bueno, mejor así-, me dijo y sostuvo un instante su mirar sereno.

Entonces, el mundo o la idea que yo tengo del mundo hizo como un ruidito a vértebras que se acomodan. Como los que suenan luego de girar la cabeza desde el mentón en el pecho hasta dibujar un círculo para llegar al mismo lugar y en algún momento de esa órbita algo se acomoda con un ruidito a crac, crac… Algo así. Y también hubo un aroma.

Porque este mundo me tiene bastante podrido, claro. Últimamente, más. Nunca tuve un buen concepto de él. A tal punto que hace algunos años, cuarenta más o menos, lo quería cambiar. Luego no sé. Ahora ya no. No pude en su momento; no podré ahora. Entonces ya no lo quiero cambiar. Lo dejo pasar delante de mis narices, en las noticias de los portales, en las circunstancias que observo en la calle, en el rostro y los gestos de las gentes con las que me cruzo a diario. Lo veo pasar al mundo, en las palabras que me llegan sueltas y crispadas y en el albañal nauseabundo de las redes sociales.

Pero esa noche, luego de su mirada y del crac de vértebras que se acomodan pude verme por un instante en perspectiva.

Porque esos ojos de mar sereno me miraban. Esos ojos que vieron lo que yo sé pero no vi, que miraron el horror cara a cara y la muerte y la vida arrebatada y todos los círculos del infierno no escrito me miraron serenos como un mar de octubre.

No, ya no voy a cambiar al mundo. Pero alguien sí lo hizo. Y entonces es un poco mejor.

-¿Estás bien? –me dijo-. Mejor así.

Y una estela a jazmín y gardenias se quedó en mí. De ahora en más.

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