Etéreos

En algún momento de la postmodernidad una parte de la industria ha decidido orientar sus objetivos hacia un mundo de ingrávidos. Con datos a los que solo ellos pueden acceder, estos diseñadores de nuestra cotidianidad, entienden que más temprano que tarde la especie humana habrá mutado hacia seres lánguidos, frágiles, endebles, anémicos, casi etéreos. De manera tal que en un futuro no muy lejano, el mundo será un lugar de extrema fragilidad, donde todo esté a punto de romperse, quebrarse, hacerse añicos ante un manotazo imprevisto, un ataque de tos severo o un suspiro demasiado cargado de malos presagios. El mundo, así construido, pasará a ser algo así como un bazar de cristalería, donde todo será reluciente, luminoso, armónico y delicado. Un lugar, claro está, no apto para robustos.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailRecuerdo que en mis trabajos de temporada en un balneario marplatense una de mis tareas consistía en ponerme al servicio de turistas porteñas cercanas o entradas ya en la tercera edad que iban a pasar sus días de descanso a La Feliz.
Mujeres de alta alcurnia y apellidos patricios que llegaban a la playa como quien llega a un cocktail, es decir, con lo puesto. Apenas una cartera de mano o un bolso liviano en el que trasladaban el dinero, los anteojos de leer y a lo sumo, un racimo de uvas Chenin para degustar a la tardecita. Nada de sombrillas, lonas, bolsos con bronceadores ni recipientes con sánguches de bondiola o milanesa. O sea, sí los llevaban, pero los dejaban arriba, en la costanera.