Peinado y con la barba prolija parece otro tipo. Hasta diría que me causa cierta incomodidad verlo así. Demasiado raro. Pero está bien. Me siento en la necesidad de alentarlo en esto que parece ser una nueva etapa en su vida. Porque hasta se puso una camisa.

-¡Qué elegancia la de Francia! ¿Qué pasó, Gordo? ¿Estamos en tren de conquista de alguna señorita?

-Qué hacés, ni me hablés. Y ya te dije que el amor es etapa superada.

-Me gusta tu look, prolijo, varonil, acorde a tu edad. Guarda, eh. Con esa pinta deberías repensar tu negación a una nueva oportunidad amorosa.

-Terminala de decir estupideces. ¡Siete mil mangos!

-¿Querés que te preste siete mil pesos?

-No, querido. El día que te pida plata no van a ser siete mil pesos, quedate tranquilo.

-No, ya sé. Creo que me estás debiendo lo último que te presté.

-Siete mil mangos me cobró el peluquero. Ya le dije, nunca más…

-¿Y cuánto querés que te cobre, Gordo?

-No sé. Mil quinientos. Dos mil ya me parece caro.

-Estás desfasado con los precios.

-¿Vos no? ¿Quién no? Te juro que ya le perdí el valor a la plata. Te digo más: a las cosas les estoy perdiendo el valor.

-Bueno, nunca fuiste un minucioso con la guita. Con las cosas tampoco.

-No sé lo que es caro ni lo que es barato. Me desorienté. Me olvidé. Me perdí un capítulo. O dos. Los últimos doce años me perdí.

-La inflación te despelota la vida.

-No solo la inflación: la pérdida del poder adquisitivo, la disparidad de precios, el valor, los costos… Estoy como mi vieja cuando se perdía con los billetes y los nombraba por color. Así estoy. El otro día fui a comprar la manija del horno que se me había roto.

-Desde que te conozco que la manija del horno está rota.

-Por eso mismo. Estoy harto de ver esa manija rota. Cuando fui no sabía si me iba a salir 600 pesos, 6 mil o 60 mil. ¿Qué grado de locura es esa? Tenés razón, nunca fui un minucioso. Pero esto ya es locura.

-¿Y cuánto te salió?

-Nada me salió. Nada. No la compré porque me pareció un disparate. Diez lucas, más. Ya ni me acuerdo. Que quede así. Rota la manija. O le pongo un alambre, un palo de escoba, un picaporte viejo. No me importa. Y así es como entramos en un túnel de esos que van para abajo, todos cerrados, que no sabés si vas a caer al agua o a la boca de un volcán o no vas a terminar de caer nunca. ¿Vos creés que sólo te hablo de plata?

-Creo que no.

-Correcto. Porque el horno de mi cocina va a quedar así de por vida. O hasta que mi cabeza se adapte a la irracionalidad y entonces vaya a comprar la manija. Y va a estar a 120 lucas. Y empiezo a romper la ferretería.

-No. No lo hagas.

-No te voy a decir que mi vida cambiaría con la manija del horno arreglada. Pero algo así. Porque si todos los días, mientras tomás mate, mientras comés, mientras invitás a una muchacha a cenar a tu casa (eso ya no lo haré), ves la manija rota, la vida es más fea. No, peor aún, porque la belleza es una cuestión estética. La vida es gris. O yo, soy más gris. ¿Este corte de pelo, esta emprolijada de la barba me cambia en esencia? No. Pero hasta vos me viste distinto. Pero como me parece caro, ya le dije al peluquero que no iba más. Y me voy a cortar el pelo y la barba yo. Imaginate. Entonces me voy a acostumbrar a verme desprolijo. Viste esas casas que vas dejando caer, que se te empiezan a descascarar las paredes, a filtrarse humedad por una gotera. Y la humedad te picó un caño de luz y ya no tenés luz en el comedor y ponés provisoriamente un velador arriba del modular. Y queda. Y a la parte descascarada de la pared le zampás un cuadro de un payaso llorando. Un cuadro horroroso que era de tu abuela y lo tenías arriba del ropero para no tirarlo porque te daba no sé qué. Y queda. Y todos los días pasás y ves al payaso y te dan ganas de agarrarlo del cogote. Te deteriorás, te ponés gris. No te hablo de comida, de trasporte, de salud, de educación. Te hablo de cosas sin las cuales podés seguir viviendo: un corte de pelo, unas lindas zapas, una manija de horno, un tarro de pintura o una chapa. Cosas que si te faltan no te matan, pero te engrisan la vida a la vista y a la percepción. La del alma. ¿Entendés?

-Creo que sí.

-Y es como cuando te dejás estar con una mujer, con tu mujer. No te arreglás, te dejás la panza, llegás a tu casa y te ponés un jogging desteñido y una remera con agujeros. Y un buen día, tu mujer se pudrió de ver al payaso con la lágrima y se va. Con la vida pasa lo mismo. Un buen día, te das cuenta de lo que te rodea está descascarado, atao con alambre, inarmónico, gris. Y lo que te va dejando es la vida. O vos a la vida. A la que te gustaría vivir. No sé.

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