-¿En serio usted es muy miedoso?

El hombre es apenas mayor que yo (puede que sea al revés, pero el hecho de no tutearme me lo confirmoa. Yo en su lugar lo hubiera tratado de vos) y supongo que debe estar tan aburrido como yo en medio de una reunión que hace rato dejó de tener sentido.

-Perdóneme: soy Oscar y usted debe ser el que escribe en las contratapas de El Eco. Si no es así, le pido perdón.

-Cómo le va, efectivamente: soy el que escribo. Seguramente de ahí debe saber de mis miedos.

-Sí, lo leo a menudo y siempre me llamó la atención eso del miedo. Y que no tenga ningún prurito en decirlo.

-Ja. A veces exagero un poco. Pero es cierto: le tengo miedo a casi todo. Cuando era chico, pensé que cuando fuese grande se me iba a pasar. Sin embargo, con los años he ido sumando miedos. Antes, por ejemplo, no les tenía miedo a las ratas. Viví en casas donde las veía desfilar por los paredones o hacer equilibrio en el filo de las puertas de los galpones y no sentí nada. Ahora creo que me desmayo.

-Supongo que no debe ser grato sentir esas cosas.

-No, por eso trato de no frecuentar lugares donde puede haber ratas. Como si tuviera miedo a que me asalten por la calle, trataría de no caminar de noche por zonas oscuras.

-¿Y qué le pasa con los miedos sobrenaturales, por llamarlos de alguna manera? De esos también ha escrito.

-Claro. Esos sí son bravos. No hay muchas prevenciones para tomar.

-Me imagino, porque a diferencia de las ratas, que andan por ahí, en el afuera, esos otros miedos los lleva consigo.

-Tiene razón. Exceso de imaginación y de cuentos de aparecidos en mi familia.

-No quiero analizarlo ni mucho menos, pero creo que usted escribe sobre sus miedos por eso mismo: para prevenirlos. Una manera de no entrar a galpones en donde puede haber ratas.

-Analíceme nomás. No tengo problema, pero no sé si le entiendo.

-Cuando usted escribe sobre esos miedos sobrenaturales, los está enfrentando. Nunca leí una columna suya en la que se encuentra con un aparecido y sale corriendo y ahí termina. Supongo que eso es lo que haría en la vida real.

-Eso o caerme redondo de un infarto.

-Exacto. Pero sigue escribiendo, le da un curso a la situación, no digo que la resuelva, pero la enfrenta, aunque al final salga corriendo. Eso es prevenirse. Y de alguna manera, usted siempre lo resuelve por el lado del humor. No es tan descabellado: el humor y el miedo no son las caras opuestas de una moneda. Uno ve a un tipo que se asusta porque alguien le salió de atrás de una puerta y genera risa, incluso al propio tipo.

-¿Usted me dice que me estoy exorcizando?

-No, porque no creo que esté poseído por los miedos. Me parece que se está previniendo. Si el día de mañana se le aparece un fantasma no creo que salga corriendo o le dé un infarto, porque esa situación ya la planteó varias veces. Tal vez se le dé por hablarle o gritarle o pedirle un cigarrillo. Como en sus columnas.

-Espero no tener la oportunidad de confirmar lo que usted me dice.

-No, no creo que eso suceda. Quédese tranquilo.

-¿Usted no cree en esas cosas?

-Cómo o voy a creer: yo mismo soy un aparecido.

-…. Jajajaja. Muy bueno. Por un momento me hizo dudar. Lo felicito, un buen chiste.

-Vio lo que le digo: le dije que era un fantasma, primero dudó y luego se rio. Créame: usted ya está curado.

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