Acabo de leer que hoy cumple 78 años Burt Ward y la pregunta me vuelve con la furia de un bumerang fuera de control: ¿Cuando cumplí seis años, mis viejos me regalaron un disfraz de Robin?

Burt Ward era el actor que interpretaba el personaje del joven maravilla y en lo personal no tengo nada en su contra. Tampoco con el mismísimo Robin: maduré y supe comprender que un superhéroe como Batman no podía tener a su lado alguien que le hiciera sombra y a lo mejor se les fue la mano a los guionistas con eso de hacerlo medio pavo.

Como sea, jamás de los jamases hubiera soportado hacer de Robin. Menos aún disfrazarme como él. Yo quería ser Batman o nada. Y eso, a los seis años está bien.

Hace algún tiempo, me crucé en la calle con un nenito disfrazado de Superman. La imagen me despertó recuerdos de mi niñez. Cerré los ojos y por unos segundos me vi yo también, luciendo un atuendo de superhéroe: ¡capa amarilla y bombachón verde!

No podía ser. Recuerdo haberme disfrazado del Zorro, de vaquero, de indio, de Superman, de Batman, de Ángel Rojas, pero de Robin nunca. Lo hubiera jurado. Pero aquel día, mi memoria había derribado un velo que se mantuvo por más de cincuenta años. Es más, hasta recordé la textura de esa capa: era de nylon. Y estoy seguro que el bombachón también. Hasta me pareció recordar el roce gomoso en mi piel. Es decir, ¡me lo puse!

Necesito ya volver a mi psicóloga.

-Hola, doctora, he vuelto luego de tanto tiempo.

-Bueno, me alegro que hayas dado ese paso si lo creés necesario. Soy licenciada, acordate. ¿Qué anda pasando?

-Creo que cuando tenía seis años mis viejos me regalaron un disfraz de Robin.

-Bien.

-¿Cómo bien? ¡Mal, doctora. Muy mal!

-¿Por qué lo decís?

-Porque yo quería ser Batman.

-Entiendo: hay algo de oscuridad. Pero no importa, casi todos queríamos ser Batman.

-Exacto. Por eso no entiendo lo de mis viejos.

-¿Vos estás seguro que fueron ellos quienes te hicieron ese regalo?

-No. Es un recuerdo que recuperé hace muy poco tiempo. Y aún está difuso.

-Estaba bloqueado.

-Tal cual. No sé si fue mi mamá o mi papá. Acuérdese que estaban separados.

-¿Y por qué tanto rechazo? Uno puede desear ser Batman, pero ese deseo no necesariamente implica un odio a Robin. No eran enemigos, al contrario. ¿Qué representa para vos Robin?

-¿Puedo decir malas palabras?

-Si no encontrás otra manera de expresar tu ira…

-Bueno: un nabo.

-Quizás tu mamá o tu papá no lo veían así. Sabían que vos mirabas la serie y pensaron que te gustaban los dos. O a lo mejor, en la juguetería no encontraron el disfraz de Batman y te compraron el de Robin.

-¡Por favor, licenciada! Con ese criterio me podrían haber comprado el disfraz de Mary Poppins.

-No sería nada grave. No está mal disfrazarse de mujer.

-No, pero de nabo sí. ¿Mis papás me veían como Robin?

-Lo importante es saber cómo te ves vos. Y cómo te ves sabiendo que tus papás te podían ver como Robin. ¿Les hiciste un berrinche? ¿Tuvieron que cambiar el disfraz?

-No. Me lo puse. Y salí a corretear para que me volara la capa amarilla de nylon.

-Epa.

-¡Cómo epa!

-Perdón. ¿Y cómo te viste con el disfraz puesto?

-Ya le digo: lo borré de mi mente.

-¿Y cómo te ves ahora con ese disfraz?

-Qué se yo… Al fin y al cabo, no era un mal muchacho.

-No. ¿Creés que vos sí?

-No, tampoco. Medio pavo, pero malo, lo que se dice malo, no.

-Quizás ya es hora de que te saques ese disfraz.

-¿Usted dice que no me lo he podido sacar nunca?

-Eso lo vas a tener que trabajar vos mismo.

-La verdad: estoy más aliviado. Una vez más tengo que agradecerle por aclararme el panorama. ¿Dígame cuánto le debo por la consulta?

-Ahí sobre el escritorio está la planilla oficial del Colegio de Psicólogos con el costo de honorarios.

-¡Santas enseñanzas de Freud y Lacan! ¡Es el triple de la última vez que vine, doctora!

-Licenciada, joven maravilla. Licenciada.

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