Mañana mi hijo más chico empezará el secundario.

Le evitaré al lector tener que soportar todas las expresiones del estilo “qué increíble, cómo pasa el tiempo…”, que por estos días me he dicho hasta el hartazgo propio.

Al igual que le estoy evitando a mi hijo los consejos de cómo encarar esta nueva etapa, las dificultades de cada materia, la importancia de llevar al día las cosas, etc. Lo vivirá como lo tenga que vivir y veremos cómo lo iremos llevando.

Porque no es una cuestión de desentendimiento; supongo que en la medida de lo posible me va a tocar ayudarlo cuando se le quemen los papeles.

Es otra cosa. Es el paso del tiempo.

Hice la secundaria en el siglo pasado pero a la luz de los cambios, es como si la hubiera hecho en la Edad Media. Ni una sola de mis vivencias podría encajar en la actualidad. Qué consejo podría darle, de qué peligros advertirle, qué secretos transmitir…

Mejor que no lo haga, porque si bien no quiero renegar de aquellos días, tampoco me he olvidado (como decía Borges: “Yo no hablo de venganzas ni perdones. El único perdón es el olvido”).

Mirando el mail que me mandó el colegio con los profesores que va a tener, me enteré que en Lenguaje tendrá a Micaela, a quien conozco y estimo.

No la imagino como a mi profesor de Castellano de primer año (un ser oscuro, detestable), que a poco de empezar las clases trompeó a uno de mis compañeros. Así de terrible: un tipo de cuarenta y pico, abusando de su autoridad y dándole una paliza a un chico de 13, delante de sus compañeros.

Tampoco puedo imaginar a su profe de Historia haciendo lo que hizo el Sifón (un cura emblemático de aquellos años) a otro pibe.

No había pasado una semana del comienzo de clase cuando hizo pasar a dar lección al primero de la lista. Vaya a saberse por qué razón, el chico no había estudiado nada y tras ponerle un uno lo mandó a sentar.

A la clase siguiente, otra vez lección. Nadie, mucho menos el pibe, hubiera imaginado que lo iba a llamar de vuelta.

-Sientesé. Tiene un uno.

Tercera ocasión, lo mismo. Ahí nos dimos cuenta de que no le estaba dando la chance de levantar la nota: era ensañamiento. Y así siete veces. ¡Siete unos seguidos le puso! Así comenzó el secundario. Hablame de autoestima, de ganas de aprender, de amor a la institución.

De esa época vengo yo. Qué bueno podría transmitirle a mi hijo basado en mis vivencias.

Hemos dejado atrás la Edad Media. Aunque me temo que los vientos que están soplando en esta época me hacen ver que algunos quieren volver.

Últimas Noticias

La Edad Media