La fórmula del grillo

Suelo no dejar la puerta abierta de mi casa cuando salgo por ahí nomás. Sucede que vivo rodeado de pinos y otros árboles y de tanto en tanto se me gana una araña para adentro. Hasta cierto tamaño no les tengo miedo y trato de espantarlas a escobazos para afuera. Con las de contextura mediana adopto ciertos cuidados en la tarea. Y las grandes ya son un tema. Esas sí que no me gustan nada. Baldes, trapos, cajas de cartón. Apelo a cualquier cosa con tal de no matarlas, pero me niego a convivir con ellas.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailHoy (que para quien lee esta columna será ayer) salí a entrar la ropa y por un par de minutos no creí necesario dejar la puerta cerrada. Cuando volví, lo encontré ahí: a unos veinte centímetros de la entrada. Pero del lado de adentro. No era una araña sino un grillo.
En mi pobre clasificación de insectos, el grillo pertenece a la especie de “los bichos simpáticos” –junto a vaquitas de San Antonio, toritos, etc.-. Además, alguna vez en mi infancia me dijeron que es de mala suerte hacerles daño. Razones por las cuales, para mí el grillo es “intocable”.