En el marco del 36to Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries llegó a la Argentina Jadiya Alí Mohamed Sleima, representante de la Unión Nacional de Mujeres Saharauis (UNMS).

Vivió gran parte de sus treinta años en los campamentos de refugiados en el desierto del sur de Argelia junto a más de 200 mil compatriotas, expulsados de su territorio. Marruecos los desterró a sangre y fuego de su lugar en el mundo en 1975, en un operativo militar y de traslado de colonos que se conoció como la Marcha Verde.

En una entrevista publicada por la revista La Tinta, esta mujer cuenta cómo es la vida de esos parias confinados en el desierto, con temperaturas que durante cuatro o cinco meses superan los 50 grados.

En el reparto colonial de Africa, este país le fue otorgado a España, que lo ocupó hasta mediados de los setenta. Con la muerte de Francisco Franco, decidió otorgarle la independencia. Pero no tanto, ya que el territorio fue ocupado por los vecinos: Marruecos y Mauritania. La resistencia del pueblo saharaui -eminentemente nómade- pudo con Mauritania, pero no con el reinado de Marruecos, que poco a poco fue ocupando territorio desértico a la vez que construía un muro. Hoy, esa división -al que muchos llaman el Muro de la Vergüenza- tiene una extensión superior a los dos mil kilómetros y divide a esa nación en dos.

La población que no está asentada en los campos de refugiados deambula por las arenas del desierto.

Al leer la entrevista recordé un caso ocurrido a principios del siglo pasado y que ya forma parte de la tradición de ese sufrido pueblo africano.

En las breves noches de los campamentos, de tanto en tanto los mayores cuentan la misma leyenda: la del niño avestruz.

Un caso extraño, para nuestra occidental manera de entender el mundo, pues lo del niño avestruz no es un cuento ni un mito, está documentada su existencia y hasta hay un retrato que lo corrobora.

Pero el pueblo saharaui mantiene una tradición: todo lo que sabe es porque lo escuchó de sus mayores, una y otra vez, hasta aprenderlo de memoria y volver a relatarlo miles de veces a lo largo de su vida. Desde los versos del Corán, hasta el nombre de las estrellas; desde los efectos de cada planta hasta los accidentes geográficos de su nación quebrada, nombres de lugares que no conocen y probablemente no conocerán.

Cuenta esa leyenda que una madre iba con su pequeño hijo de un año montada en un camello. De repente, algo asustó al animal que, tras zafarse de la mujer y el niño, salió corriendo. Consciente de que jamás podría llegar a su campamento caminando con el niño a upa, la mujer dejó el pequeño protegido entre unos matorrales y partió en busca de ayuda.

Una tormenta de arena que se desató poco después, borró todo rastro; hasta el paisaje era distinto. La madre y parte de la tribu buscaron durante semanas al pequeño. Pero no lo hallaron. Lo dieron por muerto al cabo de pocos días y muchas lágrimas.

Sin embargo, el chiquito había llegado arrastrándose hasta un nido de avestruz. Es el único caso que se conoce de un humano criado por un animal que no sea mamífero.

El avestruz, su madre adoptiva, le dio de comer lo mismo que a sus polluelos, ranas, insectos y un fruto conocido como sandía del desierto. El niño fue creciendo e incorporando la costumbre de sus "hermanos": comía piedras -elemento que en el avestruz facilita la digestión-, corría a gran velocidad, emitía graznidos y movía sus brazos como aleteando.

Años más tarde, grupos de nómades comenzaron a ver a una extraña criatura de pelos largos y aspecto humano que se movía junto a una manada de avestruces. La noticia llegó a oídos de aquella mujer, que nunca había aceptado que su hijo había muerto.

Se organizaron expediciones hasta que pudieron rescatarlo. El proceso de socialización fue arduo, pero con los años se fue adaptando a la vida en sociedad. Se casó, formó una familia y vivió hasta los 80 años como pastor trashumante.

Uno de sus hijos integró el Frente Polisario, que aún hoy continúa su lucha contra el invasor marroquí.

Su caso es un emblema para su pueblo. En las calurosas noches del desierto, su historia es contada una y otra vez.

En cuanto a los avestruces, fueron extinguidos primero por el ejército español y luego por los marroquíes. No fue para comer ni para vender su carne o sus plumas. Simplemente para practicar tiro.

A pesar de que la lucha de ese pueblo hoy está silenciada a nivel mundial, la voz de Jadiya y tantas otras mujeres de la UNMS está llevando su historia más allá de los campamentos en el desierto. Ellas no quieren correr la misma suerte de los avestruces.

Escucharlas es un deber de solidaridad humana. (Imagen de portada: Ana Medero para La tinta).

Últimas Noticias

Las voces del desierto