Licorcitos

Yo le decía tío, pero no era mi tío. Era el marido de mi tía o algo de eso. Creo que el segundo, porque el primero se había ido. No sé adónde; capaz que se las había picado o había emprendido el viaje definitivo. Antes los grandes no se preocupaban por explicar las cosas a lo más chicos.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailA decir verdad, ella tampoco era mi tía. Creo que era tía de mi vieja o parienta un poco lejana. Y como acá en Tandil casi no teníamos familiares, era la única casa a la que se podía ir de visitas con la confianza que otorgaba la cuestión sanguínea.
Los domingos íbamos, después de comer. Yo era lo suficientemente chico como para no poder quedarme solo en casa. Y lo suficientemente grande como para no querer ir. Allí se juntaban una serie de viejos a los que detestaba sin que me hubieran hecho nada en su vida. En realidad, a la que detestaba ese día era a mi vieja, que me llevaba a la fuerza a esa casa donde jugaban a la lotería, comían tortas y pastrafrolas y tomaban mate desde las dos de la tarde hasta la hora de irse, a eso de las ocho u ocho y pico.