Vuelvo a mirar el ticket que la máquina que da turnos en el banco me despachó hace ya como diez minutos. Sigue siendo ET264, como hace diez minutos. Siempre tengo la esperanza de haber visto mal en un primer momento y en una segunda mirada la vida me va a sonreír y dibujar un 4 ahí donde hay un 6.

Pero no: sigue siendo ET264 y el último ET que aparece en la pantalla de los llamados es el 219. Me queda un buen rato por delante. Vine a sacar plata para pagar el alquiler, porque el tope de extracciones no me permite hacerme de tanto dinero ni en una, en dos o en tres veces. La ley dice que puedo pagar por transferencia; pero la realidad no. Es decir, esa misma ley por la que tanto se quejan inmobiliarias y propietarios no la cumplen. Cuando firmé el contrato pregunté al de la inmobiliaria:

-¿Puedo pagar por transferencia, no?

-No, en efectivo.

-Ah, pero es un embole: ir al banco, sacar la plata, venirme hasta la inmobiliaria…

-Si, entiendo. Pero es así.

-La ley dice que no.

-Claro, pero es en efectivo me

Y me quedé en el molde, porque ya se saben cómo son esas cosas: lo tomás o lo dejás.

“Din din ET223”. Bueno, por lo menos avanza. En una hora voy a estar afuera del banco.

Sigo parado al lado de “Orientación”. Una mujer llega con su papelito del turno en la mano para hablar con el muchacho:

-Decime. Cómo puedo hacer para que me atiendan en la caja sin comerme la espera de 40 números. Porque resulta que se me venció la tarjeta de débito…

-Señora, tiene que sacar número para que la atienda…

-Ya saqué turno para la caja y no me deja sacar un nuevo turno para “Orientación”. ¿Me etendés? Además, escuchame lo que te digo: se me venció la tarjeta y la nueva me la mandaron a una localidad del Gran Buenos Aires. Le erraron. Ustedes le erraron, porque toda mi vida viví en la misma casa. Y resulta que ahora, mientras me llega, no puedo sacar plata de un cajero, tengo que venir acá y comerme cuarenta números.

-La entiendo. Hable con el cajero de la Caja 1 y explíquele la situación.

-Ya hablé. Ya le expliqué y me dijo que viniera a hablar con vos.

-A ver deme su número de documento.

-Sí: 17…

-Efectivamente: acá me figura que la mandaron a…

-Sí, al c… la mandaron. Y me va a tardar entre una semana y diez días en llegar a mi casa.

-Se debe haber equivocado el Correo.

-Ya fui: en el Correo me dijeron que la culpa es de ustedes. Que ellos reparten.

-Está bien. Insista con el cajero de la Caja 1.

La mujer se aleja rumbo a las cajas, insultando por lo bajo. Me quedé pensando un buen rato en ella. Por fin, y con el banco ya con las puertas cerradas, el din din llega con la noticia esperada: ET264. Retiro el dinero y me voy. Antes de salir me doy vuelta y la veo a la mujer, sentada esperando. Tiene un gesto, una postura corporal, una mirada, que si tuviera que definir me llevaría unas cuantas columnas. Apelaré a la síntesis: bronca y resignación.

A ella también le tocó optar: lo tomás o lo dejás.

Cuatro horas más tarde estoy en una verdulería. Están atendiendo a una persona y hay otro cliente más antes que yo. De repente se abre la puerta y entra una mujer con una bolsa de papas en la mano. La mujer que atiende la saluda, la llama por su nombre. Le pregunta:

-¿Te olvidaste de algo?

-No, mirá, te vengo a devolver estas papas. ¿Viste que recién compré dos kilos? ¿Dos kilos por 1100? Bueno, me puse a pelarlas y tuve que tirar, no te miento, la mitad. Estas papas son una porquería. Así que te vengo a devolver estas, que deben ser un kilo. Fijate, pesalas.

-Disculpame. Las compramos donde siempre y no me dijeron que era papa fea.

-Bueno, sí. Me imagino. No me la quiero agarrar con vos. Pero entendeme: 550 pesos el kilo de papa ya es un afano. Y si encima tengo que tirar la mitad porque está podrida, además de afano es una tomada de pelo. Te juro que pensé si devolvértelas o no, pero estoy harta de nos tomen por… no me quiero enojar.

-No, está bien.

-No me des la plata. Hacemos una cosa: me llevo naranjas. ¿Para cuánto me alcanza?

-Un kilo, un poco más.

-Bueno. Cuando termines de atender a los señores, dame un kilo de naranjas.

La mujer que atiende nos mira a los tres clientes. El que levanta el guante es el que está comprando en ese momento.

-Atienda, atienda a la señora, por favor.

Hago un gesto de que está todo bien, por las dudas.

La mujer le entrega la bolsa con el kilo de papas. Se lleva la mano a la frente. Está pasando por un momento horrible. Nos mira, nos pide perdón. No sabe qué decir. Al fin, algo se le ocurre.

-No sé. Esta noche en lugar de papas fritas les daré jugo de naranja a los chicos. Pero no estoy como para tirar plata como si fuera cáscara de papa. En este momento no…

Agarra la bolsa con las naranjas, da las buenas noches y se va.

Era tomarlas o dejarlas.

Últimamente, la realidad nos está poniendo demasiado seguido frente a esta opción: lo tomás o lo dejás. Algunos dirán que cada uno es libre de elegir. Pero para mí, elegir es otra cosa.

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Lo tomás o lo dejás