Y una vez más volví a ese banco de mi imaginación, donde me espera cada vez ese muchacho que fui y con el que mantenemos algunas conversaciones sin mayor sentido ni beneficios mutuos.

Pero en esta ocasión había un hombre, ya grande.

Mi primera reacción fue la de cerciorarme si era el lugar adecuado. El banco en cuestión está junto a un río, en una suerte de parque muy bien cuidado. No surgió de mí, claro. Pertenece al cuento “El Otro”, de Borges, donde él también se encuentra con un el muchacho que fue.

Efectivamente, era ese el lugar, tal cual lo había dejado la última vez que lo imaginé.

-Discúlpeme, caballero –le dije al hombre, que también parecía esperar a alguien-. ¿No ha visto por acá a un muchacho de unos veinte años, flaco, de pelo más bien largo y con anteojos?

-No lo he visto. Pero sé muy bien a quién se refiere. Es más, yo también pensé en encontrarme con él. ¿Usted es Gonzalez, verdad?

-Así es. ¿Con quién tengo el gusto…?

-Gonzalez, también. Sin acento. Usted y yo somos el mismo. Y a decir verdad, no nos parecemos tanto. Al menos físicamente. Siéntese, por favor.

-Estoy algo confundido, se imaginará. Encontrarme conmigo mismo más joven incluso a mí me suena raro. Pero encontrarme con un tipo –sin que este calificativo lo ofenda- de mi misma edad, diciéndome que soy yo, no sé si creerlo.

-Créalo a medias. Como en el cuento de Borges que nos inspiró el lugar, tal vez uno de los dos esté soñando este encuentro. El otro, lo está viviendo. No sabría decirle cuál es cuál. Si lo supiera, creo que tampoco se lo diría.

-Si no le molesta la pregunta, ¿a qué se dedica?

-Soy profesor jubilado. Recordará que es una de las cosas que quisimos ser de adolescentes. No sé si usted será músico, futbolista, carpintero.

-No, nada de eso. Trabajo de periodista. Cuando uno quiere ser muchas cosas, meterse a periodista no es la solución. Pero funciona como placebo. ¿Profesor de qué?

-Literatura. ¿Cómo ha sido su vida?

-Lo sigue siendo. Mucho de qué quejarme. Lo que es lo mismo que decirle nada grave de qué quejarme. ¿La suya?

-Más bien tranquila. Quería decirle algo: esto de imaginar un encuentro con el joven que hemos sido no es una originalidad de Borges ni mucho menos de nosotros dos. Le aseguro que hay mucho libro sobre el asunto. De manera que un día me aburrí de discutir con el muchacho que hemos sido usted y yo y decidí darle una vuelta de tuerca al asunto. Le dije que en el próximo encuentro no viniera, que quería encontrarme con uno de esos Gonzalez que pude haber sido y por alguna razón o capricho no fui. Parece que se me cumplió el deseo. Estoy viéndome a mí mismo si hubiera elegido ser periodista. Algo que no creí desear.

-No, ya le digo. En mi caso no es una vocación, es la posibilidad de meterme en diferentes mundos, sin habitar ninguno. La política, el deporte, el arte, la música, la ciencia… No sé nada de nada, pero puedo participar de ciertas conversaciones sin meter la pata. Siempre está la posibilidad de quedarse callado, claro. ¿La literatura lo conformó?

-Claro que sí, pero aún me queda mucho por leer.

-¡Qué bien! No sé si agradecerle esto de pedirle al muchacho que permita encontrarnos a los Gonzalez ya maduros. Lo digo porque veo que usted es un tipo feliz; uno de nosotros tomó la decisión correcta en el momento correcto. Yo no sé si podría decir lo mismo.

-Lo veo a usted y me digo que debe ser fascinante eso de saber un poco de cada cosa. Ser todo y nada a la vez. Por elegir la literatura, me he perdido de mucho, seguramente. La felicidad, mi amigo, es otra cosa. Ya lo pensábamos cuándo éramos ese joven. Y si me disculpa, me tengo que ir. Ha sido un gusto conocerlo. Seguramente ya no volveremos a ver. El próximo encuentro será con el Gonzalez futbolista, músico, veterinario o aún indeciso.

-Un gusto, amigo. Si ve a alguno de ellos, mándele mis saludos.

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