Plato principal

-No lo vas a poder creer, pero el otro día me agarró una de esas angustias que no sabés de dónde te vienen pero que las tenés adentro y algo minúsculo o mayúsculo las trae a la superficie. Y una vez que están ahí, afuera, a flote, ya no hay manera de escaparle a la disyuntiva: empezás a llorar y no parás más o buscás algo rápido para pensar (la primera formación de Boca que te acuerdes, el teorema de Pitágoras, el elenco completo de Pulp Fiction). Pero nunca pasa ninguna de las dos cosas. Entonces te queda como una resaca de angustia y te prometés no sentir más, como te prometés no tomar más después de una noche de excesos. Pero a esta edad las resacas, las dos, te duran días o no se terminan de ir nunca. Razón por la cual pasás los cincuenta, los sesenta y sos un tratado de resignación, un trapo de piso que nunca se terminó de escurrir del todo y tiene lágrimas rancias acumuladas desde el primer llanto profundo.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEstaba solo en casa, la noche pintaba para llover y en lugar de pegarme para el lado de la melancolía, me dio un ataque de Francis Mallmann. “Me cocino algo rico”, me convencí y empecé a pensar. Visto cómo soy cuando me devora el personaje: no podía pensar en otra cosa que en hacer fuego, esos fuegos monumentales que hace el bueno de Francis, que para hacerse un churrasco a la parrilla prende un bosque de arrayanes. Y llovía (y tampoco tenía mucha guita como para comprarme un pedazo de vacío, otro de tapa, achuras, chorizos, provoleta, porque si voy a hacer una parrilla me juego por entero), con lo cual lo del asado no fue. Y en eso estaba, pensando en la comida, cuando de repente desemboqué en el postre: “un buen Don Pedro”. Chau plato de entrada, chau plato principal, hola postre, adelante Pedro. Abrí el freezer y había dos milanesas de pollo tipo pergamino o fresbee sin forma. Cena resuelta. Vamos por el don.
Me subí al auto justo en el momento en que caía un rayo capaz de darle vida a una familia numerosa de Frankestein. “Claramente es una señal”, arranqué y encaré para el chino. Derechito a la góndola de los whiskys. Baratito porque es para Don Pedro. Pero no tanto, así que me volví, dejé el que había agarrado y me llevé uno mil pesos más caro. Pagué con cuenta DNI, chocho. Yo sé que eso no era la felicidad, pero atento a las circunstancias, se le parecía bastante. Y de allí a la heladería, fue cuando se largó. Por suerte conseguí lugar para estacionar justito en la puerta. Igual, me empapé en esos cinco o seis pasos.