Qué suerte

Mediodía, cuarenta grados de calor, pleno centro, saliendo del banco donde te equivocaste de cola, esperaste cuarenta minutos y te dijeron que no hay tutía, debés sacar el papelito del turno de nuevo. Vas a cruzar el semáforo, que está en verde para vos y uno de los autos que esperan te toca bocina. Buscás el Colt 45 que traés enfundado en la cartuchera y te acordás que nunca tuviste un arma, que ese es un gesto de cuando eras chico y jugabas a los cowboys. Lo mirás al tipo con ojos de psicópata y él baja la ventanilla; cara conocida, de muchacho bueno. Ponés el dispositivo mental de reconocimiento facial y la búsqueda coincide, alcoyana-alcoyana: es tu vecino. Cambiás de gesto en un santiamén, ponés cara de vecino bueno y sorprendido, saludás con ternura y el muchacho abre la ventanilla y te dice:
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Accedé a las últimas noticias desde tu email-¿Vas para el barrio? Te alcanzo.
Definitivamente no es tu día. No sos vos, no soy yo, un antisocial por naturaleza, que siempre tiene una excusa a mano para esquivarle al contacto social, al intercambio humano, al acercamiento gregario (un “te agradezco, voy acá nomás…” bastaba) y vas y aceptás.