Recuerdos centelleantes

Todos debemos ser el “amigo El Gordo” de alguien. Lo digo porque mi amigo es alguien que a veces se lleva por delante determinadas cortesías y protocolos cuando requiere de un consejo, una opinión o simplemente quiere dar la suya. Es el que –antes de la llegada del whatsapp- solía llamarme a cualquier hora porque algo que consideraba muy importante le estaba pasando por la cabeza y si no lo compartía podía pasar algo. O lo que quizás es peor, olvidarse de ese pensamiento.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailDigo que todos debemos ser ese amigo puntualmente intenso para alguien más. Ni siquiera se es necesario ser muy amigo –para lo cual sí hay que observar modales y normas de urbanismos (nada de llamar a deshora)-, pero sí considerarlo una “palabra autorizada” o si se quiere un “oído autorizado”.
Ayer, una persona a quien respeto y admiro por la seriedad de sus escritos que a veces surgen de investigaciones y otras de una profunda mirada de la cotidianidad, publicó el siguiente texto de la escritora Esther Cross: "Y ahora me encuentro con el lobo en el recuerdo. Lo nombra Nabokov en un libro, al presentar un curso de literatura europea, cuando habla a sus alumnos de la historia del pastor y del lobo y dice que entre el lobo de la espesura -que se come al pastor- y el lobo de la historia -el lobo inventado- hay un 'centelleante término medio' y que ese término medio es el arte de la escritura. Ese lobo que no es ni el que mata de verdad ni el que no existe, es como los personajes de Borges, es como el lobo del cuento que todos leímos de chicos y se disfraza -a veces- de abuela. Aunque le demos nuestro nombre y apellido se disfraza, porque sabe, como dijo Steiner, que 'la máscara se lleva debajo de la piel'.