Por Marcos Gonzalez

He pasado gran parte de mi vida en la certeza de creer que la sabiduría es tener una respuesta rápida para cada interrogante.

Me han maravillado tipos a los que se les preguntaba por la campaña de Chacarita del Metropolitano 69 y algo tenían para decir, lo mismo que si se los interrogaba sobre los inconvenientes de propulsión en los aviones Concorde.

-He aquí -decía para mis adentros-, un sabio, un erudito, un leído. Ni viviendo tres o cuatro vidas podré adquirir semejante bagaje de conocimientos.

Algo similar me ocurría con los acotadores profesionales de citas célebres:

-Ya lo dijo Schopenhauer -reflexionaba el tipo, mano en el mentón y mirada al más allá-, las sociedades avanzan a tientas y retroceden a plena luz...

En mi absoluta ignorancia sobre temas tales como albañilería, ópera, mecánica, pintura, aeromodelismo o ciencias espirituales, he quedado con la boca abierta ante sentencias tan rotundas como ´se taponó el chiclé de baja´ o ´se observa una profunda fractura del alma´.

Tengo la suerte de haber frecuentado diferentes círculos a lo largo de mi vida. En cada uno de ellos he demostrado una coherencia de a que me enorgullezco: nunca entendí nada de nada. De manera que he permanecido callado reuniones enteras, noches interminables sin acotar una sola palabra, discusiones en las que automáticamente tomaba partido por uno de los bandos y al rato nomás ya no podía recordar cuál.

Así las cosas, cierta necesidad de figuración, de sana vanidad o de no irme a dormir siempre solo, me fue llevado a aprender de memoria algunos parlamentos que si bien nada aportan, al menos me deparaban valiosos minutos de exposición pública.

Entendiendo que alguien pueda estar atravesando por esta incómoda situación, transcribo -a manera de muestra gratis- una serie de ejemplos:

- Si nos atenemos a las diferentes posturas que sobre el particular se han ido suscitando en un espacio extracoyuntural, las definiciones contundentes quedarán reservadas a subjetivaciones incomprobables.

- Su pregunta –querido licenciado- lleva implícita la tentación de una respuesta apresurada. Sin embargo, omite -a mi leal saber y entender-, el nudo mismo del problema que nos atañe. Si fuera este el ámbito propicio, lo invitaría al desafío de una reflexión más medular. O quizás sea yo el equivocado. En cualquier caso, sabrá entender mi discrepancia.

- Afortunadamente, ya no estamos en la época en el que la sabiduría estaba reservada a privilegiados que tenían acceso al conocimiento. Hoy, las nuevas tecnologías y la reciente irrupción de la inteligencia artificial actúan como democratizadores del saber. Jactarse de dar una respuesta inmediata ante una pregunta como la que me acaba de hacer –señorita Garbilengui- no me daría más crédito que el que se le da a Google.

Podría seguir con una lista interminable de acotaciones, pero tres bastan. Cierto es que en base a esta costumbre de responder con lenguaje florido cualquier tipo de interrogante, me he ganado cierta fama de intelectual oscuro, de pensador hermético, de charlatán. Me han ofrecido puestos en compañías financieras, partidos políticos y animación de kermeses. No han sido pocas tampoco, las damas de mirar resignado y sonrisa cómoda que me han pedido que guarde silencio.

Transitando ya esta edad madura he llegado a entender que hay una sola respuesta que reúne la sabiduría de los siglos, el secreto de cualquier enigma, el vaticinio de todos los oráculos; en suma, la mismísima biblioteca de Alejandría, incluido el fuego.

-No tengo ni la más remota idea de lo que me está hablando.

O su versión pocket:

-No sé.

O, ante casos de extrema gravedad, el rayo fulminante a cualquier tipo de interés:

-Me repite la pregunta…

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