Cada vez son más espaciadas las veladas de cine con mi hijo menor. Como buen preadolescente encuentra mucho más atractivas sus partidas de juegos en línea o sus charlas virtuales e interminables con amigos.

Afortunadamente, de tanto en tanto, surge la propuesta: ´pa, hoy vemos una peli…´. Está pasando cada vez más a menudo que la invitación llega a horarios complicados: bien las cinco de la tarde, bien la una y media de la mañana.

-Hijo, yo ya me estoy durmiendo.

-Dale, pa. Estamos en vacaciones.

-Pero se me cierran los ojos. Mañana acordate más temprano.

Y hace algunos días, se acordó.

-Hoy vemos película, ¿sí? Pero veámosla temprano.

-¿Por?

-Así no se nos hace tarde y vos no te quejás.

Sensata, la fundamentación.

Para mi sorpresa, la propuesta vino con película definida (por él), ya que por lo general la ingrata tarea de buscar un film acorde a su edad, nuestros gustos y con un piso mínimo de calidad, es muy complicada.

-Ah, ¿qué vemos hoy?

-El Teléfono Negro.

-Ah ¿de qué se trata? ¿No será de miedo, no?

-No. Bueno, maso. O sea, de terror no es, pero…

Y comenzó a contarme de qué se trataba. A medida que avanzaba con el relato, me llamó la atención que fuera tan largo y con tantos detalles.

-¿Pero vos la viste?

-No, no. Esos adelantos que ponen…

Sin duda alguna, me estaba mintiendo. Una mentira que –como todas- debía tener su explicación. Básicamente, no quiso quedar en offside, puesto que la película está calificada para mayores de 16 y mi indicación es la siguiente:

-Si es para mayores de 16 no la mires solo. Porque seguramente el más perjudicado vas a ser vos. Si querés mirarla me decís y entre los dos vemos qué onda.

Se nota que empezó a verla solo o con algún amigo y en determinado momento se asustaron. Y con sobrados motivos. La película va construyendo una atmósfera de miedo pesado, por momentos real y por momentos sobrenatural, con lecturas subyacentes para cada situación.

Pero quería terminar de verla. Y de día, claro (hijo de tigre).

Claramente no es una película para su edad ni para mi condición de tremendo miedoso, pero supe que mi rol en ese momento debía ser otro. Por un lado, afianzar –sin rasgos de autoritarismo ni sermoneada- eso de que si la calificación sugiere determinada edad, por algo es. Y por otro, tratar de “enseñar” cuáles son los elementos que utiliza un director para lograr su fin. En este caso, generar miedo en el espectador. Ayudarle a buscar y encontrar los hilos de la marioneta.

Nada peor que conversar una película, pero es un buen recurso para evitar caer, justamente, en lo que propone el director.

Por experiencias con sus hermanos mayores, sé que de ahora en adelante se le abre una temporada de fascinación por las películas de terror que durará lo que tenga que durar. Sé que yo no formaré parte de esa programación (para mi suerte). Y sé también que como para tantas otras cuestiones de su vida en las que indefectiblemente me dejará afuera, tengo que aprovechar estas ocasiones para procurarle alguna herramienta a la que pueda apelar cuando las papas quemen.

Toy Story, Madagascar, La Era del Hielo van quedando cada vez más atrás.

Qué va a ser…

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