Teoría del teléfono prestado (o el Efecto Doña Olga)

Si yo fuera un poquito más avispado no digo que podría elaborar teorías sociológicas (además de avispado debería ser sociólogo, claro). Pero no me da. La cabeza o algo no me da. O sea, me quedo a mitad de camino. Porque un poco avispado soy, entonces sospecho que una situación puntual, una vivencia por ejemplo, puede describir o parangonar algún fenómeno social. Pero no le encuentro la vuelta. Capaz que es porque el hecho puntual no explica nada, con lo cual además de poco avispado sería fantasioso. O a lo mejor sí da y en alguna parte del razonamiento se me atoran los engranajes y no voy para atrás ni para adelante.
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailNo obstante, hay algo que es peor a todo esto: hay veces en las que redondeo mi teoría y la concluyo. Y resulta un disparate totalmente tirado de los pelos.
La cosa es así: en ninguna de mis casas de infancia hubo teléfono. No era sinónimo de pobreza. O no tanto: las familias ricas sí tenían teléfono. Pero no todos los que carecían de él eran pobres. En el caso de mi familia en particular, nos mudábamos de tanto en tanto porque se nos vencía el contrato de alquiler. Y como Entel era medio lenta para dar línea no valía la pena pedirlo, porque para cuando llegase vaya a saber dónde íbamos a estar viviendo.