Tormentas

Me despertó el trueno. Si no hubiera sido eso, me podría haber despertado el tronar de la lluvia contra el techo de chapa, que si bien es un sonido que invita al sueño, a la placidez, no tiene dispositivo de volumen. Es decir, que se convierta en insoportable depende de la intensidad de la lluvia. Y en la madrugada de ayer llovió intensamente.
Sabía que no iba a poder recobrar el sueño durante los próximos minutos, de manera que me dispuse a disfrutar de la tormenta desde el privilegiado lugar de la ventana de mi habitación en planta alta.
Como llovía para el otro lado, hasta pude abrir una de las hojas y sentir el aroma que suelen tener algunas tormentas; esta olía a madera.
Si bien mi barrio no es muy concurrido en situaciones normales, en las madrugadas de lluvia es la postal de la soledad más absoluta. Podría decirse que no anda un alma. Pero no: ahí estaba él, parado en la esquina, dibujado de tanto en tanto por las luces de un relámpago. El Fantasma.
Bajé, entorné la puerta y le pegué el grito. Fue como si me hubiera estado esperando; como si esperara que algo o alguien lo convocara.
-¿Qué está haciendo ahí parado, todo empapado? ¿Le gusta dar lástima?
-No crea. Dar lástima es la prueba cabal de que uno ha fracasado como fantasma. ¿Usted qué anda haciendo?
-Aquí me ve: desvelado.
-Dos desvelos no hacen un sueño. No sé si una compañía, pero le propongo que charlemos un rato. ¿Qué le parece? Usted se queda del lado de adentro, yo de afuera y conversamos a través de la ventana.
-Y bue…
-¿En qué piensa cuando lo agarra el insomnio?
-En todo, pero preferentemente en preocupaciones: cuentas pendientes, arrepentimientos, qué se yo… ¿Y qué le pasa a un fantasma cuando una tormenta lo sorprende en un barrio alejado?
-Básicamente lo mismo. Es como un insomnio. En realidad, la vida fantasmal es algo de eso: una constante suma de pensamientos preocupantes, de frustraciones, de recuerdos que no terminan de diluirse, como aleteos en el alma.
-¿De antiguos amores?
-¿Por qué lleva las cosas siempre para ese lado?
-Porque es una noche ideal para hablar de bueyes o de amores perdidos. Bueyes nunca tuve. ¿Usted?
-Tampoco, pero amores sí. Bueno, en realidad uno solo. Yo era hombre de una sola mujer y le juré amor eterno.
-Su esposa.
-No, no me casé, no me gustaban esas cosas, pero el juramento se lo hice igual.
-¿Y ella también murió?
-Efectivamente, bastante más tarde que yo.
-¿Y…?
-Usted quiere saber si se convirtió en fantasma.
-Claro.
-Tengo entendido que sí. Anduve averiguando y me dijeron que la habían destinado a un pueblito de mala muerte del norte de la provincia. Una noche como esta me tomé el tren y me fui.
-¿La encontró?
-Creo que sí.
-Cómo que cree, ¿no era el amor de su vida?
-Usted lo dijo: de mi vida. Luego las cosas cambian. A veces me quiero convencer de que no era ella. Y se me da por seguir buscándola y decirle que mi promesa de amor eterno sigue en pie…
-¿Pero era o no era ella la que se encontró?
-Lo que pasa es que estaba de la mano con otro fantasma, uno con todas las letras: daba miedo de solo verlo. Un tipo exitoso.
-¿Y qué hizo?
-Lo que hacemos los fracasados: pegué la vuelta y me volví a subir al tren.
-Hizo mal. Primero, se tendría que haber cerciorado de que fuera ella. Y de ser así, recordarle aquel juramento.
-Es que el que juró amor eterno fui yo.
-¿Y ella?
-Ella, que sí se quería casar, optó por la fórmula de rigor: hasta que la muerte nos separe. No había nada para reprochar: ambos cumplimos.
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