Un día

Y sí. Como saber sabía que este día iba a llegar. No solo porque lo leí y lo escuché, sino y principalmente, porque ya lo viví con mis cuatro hijos mayores.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailNo es un día cualquiera. No me pone triste, claro. Lo que me pregunto es por qué no me pone contento.
Ahora, que es ayer a la hora de la siesta, lo escuché abrir la puerta de su habitación –que para un adolescente o preadolescente, como en este caso, es algo así como una caverna, una guarida- y bajar las escaleras.
-Pa.
-Sí, hijo.
-¿Tendrás un mate de sobra y una bombilla?
-Sí. ¿En qué andás?
-¿Cómo en qué ando? En nada. Me voy a preparar unos mates para tomar en mi cuarto.
-Ah.
El día. El que maravillosamente detalló Lalo Mir en uno de sus relatos. El día en que un pibe o una piba dejan de ser niños. El día en que sienten la necesidad de calentar el agua y tomarse unos mates preparados por ellos mismos.
Nada grave, claro. Hasta por el contrario, son etapas de la vida, cosas normales, nada del otro mundo. Tampoco es que a partir de ahora nuestra relación será distinta ni voy a dejar de tratarlo como a un nene (eso no se –me- quita nunca) ni él va a dejar de hacer cosas de nene. En todo caso es una confirmación de lo que sé, de lo que todos sabemos y de lo que él mismo debe estar intuyendo: crece.
De lo que sí estoy seguro es de que en este asunto ya no hay marcha atrás. Ya hizo sus propios mates; es más, en este momento los debe estar disfrutando. Y de eso no se vuelve. O sea: mañana o pasado me va a decir “pa, haceme unos mates que ahora bajo a buscarlos”. Y dentro de un tiempo, no sé cuánto, será: “dale viejo, preparate unos mates y tomamos…”. O “¿querés uno?”. Y obviamente voy a decir que sí, por más que esté frío y lavado. Voy a estirar la mano tratando de que no me tiemble y agarraré ese mate con la mayor naturalidad que me salga y trataré de salir de la situación (de mi situación) con alguna frase de rigor, del estilo “cómo podés tomar esto…”. O todo lo contrario, “mirá que buenos te salieron. De ahora en más, cebás vos…”. Mientras trataré de pensar en la factura de luz, en los trabajos que tengo pendientes, en que tendría que renovar mis remeras para el verano porque me están quedando chicas. Pensar algo que no sea lo que se siente, que no sea el desfile de imágenes que van desde que lo vi gritando como un chancho en la sala de parto, llorando en el jardín, pateando por primera vez una pelota. O cuando lo escuché hablarme bastante seguido de alguna compañerita:
-Te gusta esa chica, ¿no?
-No, pa. No entendés nada.
No. No entiendo nada. Si no, no estaría así como estoy ahora.
¿Cómo?
Ahora, mientras trato de cerrar esta columna, arriba, en una caverna en la que tengo que golpear la puerta para poder entrar, hay un pibe que no sé si sabe lo que le está pasando.
Y seguro de que no tiene ni la menor idea de lo que le está pasando a su padre.